Todos los días hay un techo de cristal que sigue tan invisible como intacto. Nos acostumbraron, durante mucho tiempo, a que había cosas que hacían los niños y no las niñas. Que los niños no lloran, pero las niñas no vuelan aviones, apagan incendios, dirigen laboratorios.

Nos dijeron, y por un tiempo lo creímos, que hay ciertas cosas que una mujer no hace, que tal oficio o tal puesto no fue hecho diseñado pensado para mujeres. A finales del siglo XVII, un eminente científico francés dijo que andar en bicicleta no era para mujeres, y que era perjudicial para su salud. Pero nos subimos a las bicicletas y pedaleamos hasta hoy.

Lo mismo sucedió con las fábricas, hasta que los hombres se fueron a la guerra y no les quedó más remedio que dejarnos en las industrias. Lo mismo ha pasado en la ciencia, en las legislaturas, en los gabinetes ministeriales, en los aviones y los laboratorios.

Pero cada vez es más evidente que esas prohibiciones no tienen nada que ver con nosotras. Son barreras forjadas con la arena de los prejuicios y los mitos. Se enfriaron y solidificaron con el paso del tiempo. Pero ya está claro que ese cristal se quiebra, y que la fuerza que lo triza lo tritura lo barre para siempre es nuestra voluntad, individual y colectiva.

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(Ecuador, 2011) Periodismo que importa sobre lo que te importa.
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