Vivimos en el país una emergente crisis de representación dada por la ausencia de relatos inspiradores.  Ni el gobierno, ni el correísmo, ni los actores que fueron de oposición han logrado consolidarse como reales opciones de gobierno. Ecuador está en orfandad política.

Es enero del 2019 y “morenismo” no es más que un eufemismo para el anti correísmo radical. Gran parte de los recursos discursivos del gobierno siguen apuntando a la descorreización y  la sanción a la corrupción del gobierno anterior. Es la institucionalización del rechazo expresado en las urnas en la disputa Moreno versus Lasso de 2017 sin una clara agenda política y económica a mediano plazo. El gobierno no puede escapar de esa fase comunicacional confrontativa y evolucionar hacia una posición consistente, donde pueda calibrar la agenda pública a su propio prisma ideológico.

El desgaste del discurso del desprestigio al gobierno anterior ha dejado de funcionar. Eso se refleja en la popularidad del Presidente: según la encuestadora Perfiles de Opinión la aprobación de su gestión ha caído de más del 60% (en diciembre del 2017) a un 40,28% (un año más tarde). Es la evidencia clara de que la propuesta política de Moreno caló en el imaginario social en un inicio pero se agotó rápidamente. Ahora, necesita una actualización urgente.

Utiliza una campaña negativa permanente que sólo interrumpe para informar sobre situaciones de crisis interna: Posorja, los vínculos del narcotráfico con el Estado ecuatoriano, la eliminación de subsidios a los combustibles, más denuncias de corrupción contra actuales o anteriores autoridades, y posible conmoción social .

El ataque discursivo contra el correísmo se ha detenido solo momentáneamente para apagar incendios coyunturales, muchos de ellos de excesiva gravedad. El relato oficialista se limita a lo pernicioso y al manejo de la crisis sin un claro planteamiento de estrategias de salida.

No hay que confundirse: la agenda de fiscalización al gobierno anterior es éticamente correcta y responsable con el país. Sin embargo, los actores que entran en esa lógica— tanto acusados como acusadores—sufren un permanente desgaste debido a la negatividad intrínseca que rodea al tema corrupción y a que los resultados no son palpables a corto plazo.

La fiscalización no debería seguir como la espina dorsal del relato oficialista porque está en fase de agotamiento. Consciente de esta riesgosa situación, Moreno ha anunciado el inicio de un nuevo acuerdo nacional que, entre otras cosas, le permita desprenderse del peso de la agenda fiscalizadora. Por ahora es pronto para evaluar los alcances y efectos políticos del acuerdo nacional que empieza a promover Carondelet.

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El estancamiento comunicacional no es unidireccional. Desde Bélgica, el relato correísta se tampoco logra reinventar, actualizar y proponer una alternativa. Está atrapado en el laberinto de la defensa de la inocencia del expresidente Correa, y limitado a custodiar los viejos logros de la “revolución”. Es un discurso encadenado a la nostalgia, sin un proyecto de país.

La lucha de Rafael Correa ya no es contra los poderes fácticos, los medios, la oligarquía, el imperialismo. Ahora la guerra del correísmo es contra la traición de sus viejos camaradas, tratando de exponer al gobierno de Moreno como ineficiente y vendido a la derecha. Su pobre estrategia se limita a proponer una asamblea constituyente para “recuperar la Patria”: discursos reciclados que serán puestos a prueba en las próximas elecciones locales en las el correísmo tiene candidatos corriendo

Hoy, los dos bandos ejercitan contrarelatos y no relatos políticos. Hay una notoria falta de persuasión, característica fundamental de cualquiera que pretenda conquistar a la ciudadanía. Los debilitados movimientos sociales no encuentran atractivo ni al oficialismo ni al correísmo. No encuentran un legítimo interlocutor en la izquierda.

Mientras, Guillermo Lasso, segundo en las elecciones presidenciales de 2017, y quien debía capitalizar la crisis del correísmo, es el gran marginal del tablero político local. Lenín Moreno fue quien asumió todas las disputas que el banquero pretendía adjudicar para CREO.

Lasso no superó la derrota del 2017. Le resultó imposible ejercer el lugar de líder de la oposición. La oposición es el correísmo y el oficialismo es Moreno. El rol de Lasso es un comentarista de las decisiones del gobierno, y apenas un colaborador de Moreno en la asamblea en algunos temas de fiscalización. Lasso no ha demostrado capacidad política para nada más.

Tal vez es momento que nuevos liderazgos al interior de CREO asuman el control político del partido. Unos que reinventen el relato que la organización propone al país, y se convierta en una opción real de poder. Si CREO se mantiene bajo la pasividad de Lasso está condenado a ser un actor reactivo a las acciones del gobierno o del correísmo. Eso traerá consecuencias negativas a mediano plazo.

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Es probable que dentro del complicado escenario actual, el único político que ejerce un liderazgo real a nivel nacional es el alcalde de Guayaquil. Según la encuestadora Perfiles de Opinión, en enero del 2019 el 77% de los guayaquileños consideran la gestión del alcalde como muy buena y  buena, cifra récord tomando en cuenta los diecinueve años consecutivos de gobierno que la administración de Nebot duró.

Hábilmente, ha creado un relato propio bastante sólido fundado en lo que llama su “exitosa” administración municipal: la regeneración urbana guayaquileña, que acumula críticas de una parte de la ciudadanía, tiene niveles de aceptación más bien altos en Guayaquil.

Nebot ha demostrado que es capaz de evolucionar ideológicamente, rompiendo con dogmatismos propios de su partido, algo que parecía imposible en los socialcristianos de hace 30 años. Ejemplos claros son el cambio de discurso de Nebot sobre el rol del Estado y del mercado: el discurso actual de Nebot reconoce que es necesario un Estado eficiente para distribuir y generar equidad. Se aleja de la derecha dogmática más radical y tiende un puente a la socialdemocracia. No es casual su cercanía al ex presidente Ricardo Lagos y en general su admiración hacia el modelo chileno.

Otro ejemplo interesante es la incorporación de agendas como las de género, GLBTI y en general, de inclusión social como prioritarias para la administración municipal social cristiana, algo visto con rareza por antiguos partidarios pero aplaudido por las nuevas generaciones de militantes social cristianos que se han acercado más al centro político.

Esta interesante evolución política de Nebot, sumada al hecho de que fue de los pocos actores que antagonizaron con Correa en el momento más fuerte del correísmo, sin claudicar y demostrando fuerte capacidad de resistencia, genera un importante grado de confianza del electorado que a nivel nacional ve a Nebot como una posible opción presidencial.

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Con un panorama político repleto de dudas, el país empieza el 2019 en orfandad política.

Aún queda por ver si el presidente Lenín Moreno logra un nuevo relato en lo que le queda de gobierno. Si lo hace, no solo facilitaría la transición que se supone conduce, sino que podría convertirlo —si no a él, a alguno de los actores de su gobierno— en una opción electorales para el 2021.

Del otro lado, tampoco está claro si el alguna vez políticamente poderoso Rafael Correa podría volver a aglutinar votantes como lo hizo una década atrás. No se sabe, tampoco, si Guillermo Lasso dejará el marasmo político, permitiendo a nuevos actores de CREO refrescar los discursos del partido.

Ni siquiera sobre Nebot, que mantiene sus niveles de popularidad locales, está claro el panorama: ¿es capaz de conquistar Quito y la Sierra con el relato de lo que llama una administración municipal exitosa? La gran incógnita a su alrededor es si el Partido Social Cristiano podrá limpiar, por completo, la imagen de su pasado sombrío y proyectarse como un nuevo movimiento político transformador de la política nacional.

Un relato político potente sirve para construir identidad nacional, define valores alrededor de un proyecto en común, unifica a la nación y pacífica a los actores. Hasta ahora, no hay ninguno a la vista.