Si escribes en Google: “Los diez genios más importantes de todos los tiempos”; es muy probable que dos de los nombres que aparezcan en esa lista sean Leonardo da Vinci y Galileo Galilei.

Ahora, piensa qué harías si te encomendasen traer el legado de estos hombres al siglo XXI. Considera lo complejos que eran: ninguno puede reducirse a una simple etiqueta, sea ésta artista o astrónomo. Ambos fueron omnívoros intelectuales, proverbiales hombres del Renacimiento.

Ese es el trabajo de Paolo Galluzzi. Desde hace mucho es director del Museo Galileo en Florencia y fue el director de la Biblioteca Leonardiana, el centro de investigaciones dedicado a todo lo que tiene que ver con Leonardo. Galluzzi ha dirigido, con éxito, la transición de estos dos genios analógicos a la época digital.

Galluzzi, de 76 años, tiene considerable experiencia práctica con las variadas máquinas e instrumentos de Leonardo y Galileo: desde reconstrucciones de los artilugios mecánicos de Leonardo hasta los verdaderos telescopios de Galileo albergados en la colección del museo. Sin embargo, uno de sus mayores logros ha sido consolidar su presencia en línea.

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El museo atrae alrededor de 300,000 visitantes al año y produce exposiciones multimedia especializadas que recorren el mundo. Fotografía de Clara Vannucci para The New York Times

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Hace dos años, los académicos y aficionados que estudian a Galileo han tenido acceso a todos los manuscritos del genio toscano en el motor de búsqueda Galileo//thek@, un proyecto desarrollado en conjunto con el museo. “Te permite encontrar en segundos cosas que tardarías meses en encontrar a mano”, dijo Galluzzi con orgullo. Una herramienta similar, para el otro genio toscano, está en desarrollo: Leonardo//thek@. Se espera que esté en funcionamiento a principios de 2019.

Ambos motores de búsqueda ampliarán exponencialmente el alcance global de Galileo y Leonardo. Se volvería realidad uno de los propósitos más férreos de Galluzzi: extender el acceso al conocimiento.

“Este es un patrimonio que debería estar universalmente disponible”.

Cuando lo contrataron como director en 1982 de lo que en aquel entonces se llamaba Instituto y Museo de la Historia de la Ciencia, le dejaron en herencia un solo miembro de personal. La sede ocupaba únicamente un piso del palacio Castellani, que data del siglo XI y está al lado de la galería Uffizi, una de las principales atracciones turísticas de Italia. En contraste con la galería, los turistas parecían caer a cuenta gotas en el museo.

Ahora el museo Galileo, el nuevo nombre que obtuvo tras la renovación en 2010, tiene el doble de espacio. Atrae a unos 300 mil visitantes al año y produce exhibiciones multimedia especializadas que recorren el mundo entero.

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Galluzzi muestra una reproducción del cuaderno de Leonardo. Fotografía de Clara Vannucci para The New York Times

Para Galluzzi, el nacimiento de la era de internet trajo consigo una especie de epifanía. “Comparada con la Uffizi, esta pequeña institución simplemente no podía competir”, contó en una entrevista en su oficina de paredes de madera. “Pero me pareció que al usar estos instrumentos nuevos, era posible crear un nuevo campo de juego donde podríamos crecer”.

Desde la década de los noventa adoptó con agrado las tecnologías que entonces eran desconocidas —no sin algunos contratiempos, admitió, al recordar lo poco confiables que eran los primeros sistemas para almacenar información. El museo fue el primero de Italia en tener su propio sitio web, a principios de 1995. “No solo una página de inicio, también había contenido”. Hoy tiene más visitantes en línea que la Uffizi, presumió con gusto. “Sin duda es algo único en Italia, y poco común en otras partes, que un museo adquiera una presencia digital tan fuerte”.

El sitio se esfuerza por mantenerse vigente. El catálogo se puede descargar en formato PDF y se puede ‘visitar’ el museo con Google Street View. Un recorrido virtual incluye descripciones detalladas de unos mil instrumentos. La aplicación móvil hace prácticamente lo mismo, pero también tiene videos sobre cómo funcionan las cosas.

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Una reproducción del Codex Atlántico de Leonardo. Fotografía de Clara Vannucci para The New York Times

Un número considerable de los libros que se encuentran en la biblioteca del instituto —una de las mejores en Europa sobre la historia de la ciencia– también está disponible en línea. Incluye la mayoría de los ejemplares raros y los manuscritos sobre los inicios de la historia moderna de la ciencia y la tecnología.

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En muchos sentidos, Galluzzi y el museo viajaban en dos órbitas que estaban destinadas a encontrarse.

Después de sus estudios de Humanidades en la secundaria, estudió Filosofía en la Universidad de Florencia con el renombrado estudioso del Renacimiento, Eugenio Garin. Ahí obtuvo su título en Historia de la Filosofía. Fue uno de los primeros estudiantes de Italia en especializarse en la Historia de la Ciencia, una disciplina que aún no era formalmente reconocida. A esa época se remonta su pasión por Galileo.

“Obtuve mi título en 1968, el año de las revueltas estudiantiles. Galileo era considerado un héroe por su lucha para que la razón fuera independiente del control de la Iglesia”, dijo. En cambio, dijo que su larga fascinación con Leonardo fue una cuestión de “destino”. Después de la universidad, lo contrataron como director de la Biblioteca Leonardiana en Vinci, donde nació del gran artista. “Si no me hubieran dado ese trabajo, probablemente nunca me habría convertido en un estudioso de Leonardo”, dijo. “Quizá me habría dedicado a Newton o a algún otro pensador”.

Al final, todo fue para bien. “Leonardo es una presa difícil de captar, pero luego te hechiza y te atrae completamente”, dijo.

Mientras conducía el museo de Leonardo hacia una nueva era, se embarcó en una carrera académica. Primero asumió la cátedra de Historia de la Ciencia en la Universidad de Siena. Luego en la Universidad de Florencia. Intercaló varios puestos de corta duración en Harvard, Princeton, UCLA, la Universidad de Hamburgo, la École des Haute Études en París, y la Universidad de Toronto, entre otras.

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Bajo su guía, el museo empezó una nueva aventura: fue pionero en muestras multimedia interactivas. Las intrincadas reflexiones de Leonardo sobre una gran cantidad de artilugios fueron una buena opción para el floreciente proyecto. Sus bocetos y dibujos cobraron vida en las pantallas de las computadoras, mostrando cómo funcionaban. «Los primeros shows fueron muy primitivos en comparación con lo que hacemos hoy, pero fueron una indicación del camino que estábamos tomando», dijo.

La creciente reputación del museo empezó a atraer a jóvenes ingenieros. Hoy, invierte un tercio de su presupuesto y de su personal en tecnología informática. Uno de los miembros de su equipo tiene como única tarea garantizar la preservación digital de largo plazo, mantenerse al día con los nuevos sistemas y mover la información a nuevas plataformas cuando es necesario. “Queremos asegurarnos que nuestros archivos sean asequibles en 300 años, dijo Galluzzi. “Al principio pensamos que lo digital duraría para siempre, pero resulta que es mucho menos perdurable que un libro, que puede preservarse por siglos”, dijo. Riéndose, añadió: “Sin contar a las inscripciones en piedra”.

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Galluzzi con los expertos digitales del museo, Andrea Bernardoni y Francesco Barreca. Fotografía de Clara Vannucci para The New York Times

Su biblioteca personal tiene más de veinte mil volúmenes. Por eso él y su esposa, Lynne, deben tener una casa grande, incluso ahora que sus dos hijas ya no viven con ellos. También colecciona vino —sobre todo francés— y produce aceite de oliva de los árboles que tiene en el huerto de su finca cerca de Vinci.

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Desde el inicio, las exposiciones multimedia agradaron al público. La muestra Ingenieros del Renacimiento visitó las principales ciudades del mundo. Según Galluzzi, una en Tokio sobre Leonardo atrajo a un millón de personas en tres meses.

Hace poco, Galluzzi curó una exhibición del Códice Leicester, los escritos científicos de Leonardo en la galería Uffizi. Aunque desestimó las exposiciones que se hacen por toda Italia con malas copias de sus obras como operaciones comerciales “hechas por personas que no saben ni cuándo vivió Leonardo”, admitió que la exhibición en Uffizi fue bastante, digamos, vistosa, con mucha parafernalia científica.

“Una muestra no es como leer un libro. Tiene que ser divertida y crear emociones», dijo. “Naturalmente, si con emociones podemos transmitir un concepto o dos, entonces el juego se vuelve más interesante”.

El director de la Uffizi, Eike Schmidt, describió a Galluzzi como el más prominente estudioso de los textos científicos de Leonardo. Galluzzi admite que su conocimiento no se extiende a los logros artísticos de Leonardo. Certificar la originalidad de pinturas “no es mi vocación”, dijo. Sin emgargo, ha colobrado con los investigadores que trataban de descubrir a los creadores de copias falsas del Sidereus Nuncius, el tratado breve de las observaciones de Galileo sobre el cosmos.

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Un visitante en la sala de la colección Lorraine. Fotografía de Clara Vannucci para The New York Times

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Aunque es un hombre que predica el evangelio digital, sigue escribiendo a mano todos sus textos académico. Dijo que es un “hipercorrector” con una aproximación a la escritura muy de la vieja escuela. Dijo que teclear interfería con la reflexión y la meditación. “Uno de mis privilegios es que tengo secretarias que pasan a máquina mis anotaciones manuscritas”, dijo con una sonrisa.

Después de 36 años a la cabeza del museo, Galluzi ya piensa en retirarse. “Quiero jubilarme cuando todavía tengo una mente sana en un cuerpo sano” para, bromeó, dedicarse a investigar y estudiar de manera independiente.

Su agenda sigue, sin duda, llena. Participa en muchos comités, consejos y comisiones científicas. Hace un año fue nombrado presidente de la comisión nacional que coordinará en la primavera de 2019 la conmemoración de los quinientos años de la muerte de Leonardo.

Su verdadero legado es el de Leonardo y Galileo. “Somos meteoritos que no dejan huella”, dijo. Tras una pausa, agregó: “A menos que te conviertas en Leonardo o Galileo”.


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