En Ecuador, el presidente Moreno ha hecho cambios pero, para el tamaño de la crisis que enfrenta, son insuficientes. El pobre desempeño económico del país (la proyección de crecimiento es del 1% para 2018 y 0,9% para el año entrante), su inflado  endeudamiento y sus necesidades de endeudamiento para el 2019 que —según previsiones del FMI—, podrían ascender al 13% del PIB, le demandan reestructuraciones profundas.  En esa tesitura, Moreno parece que no sabe hasta dónde debe llegar o quién quiere ser. La crisis de identidad de su gobierno parece radicar en cálculos políticos o en su miedo a ser catalogado como un representante de la izquierda mala.

Jorge Castañeda, politólogo y ex canciller mexicano, clasificó a los proyectos de la izquierda postsoviética en América Latina en dos categorías: una izquierda errada y una izquierda acertada, una izquierda buena y una mala.

La acertada es la que logró superar su radicalidad y los errores del siglo XX. Implementó políticas sociales de educación, de reducción de la pobreza, de salud y de vivienda, siempre dentro de un contexto, en mayor o menor medida, de economía de mercado. Forman parte de esa camada Chile, Uruguay y en menor medida, Brasil. Los tres surgieron, paradójicamente, de un pasado radical pero hacia inicios del nuevo milenio implementaron políticas modernas, reformistas, internacionalistas y democráticas.

Del otro lado de la misma vereda, la izquierda equivocada entremezcla la gran tradición populista de la región y la izquierda de corte castrista: nacionalista, cerrada y estatista. Una izquierda miope de los fracasos pasados y de la inviabilidad o nocividad de ciertas de sus propuestas. Una izquierda que demostró amar más al poder que a la democracia y al Estado de derecho, y que lucharía para mantenerse ahí, a cualquier costo. Una izquierda que gobernó al Ecuador durante diez años y de la que el actual Presidente fue parte en los primeros seis.

Los devotos de esta tendencia, usando medios democráticos, buscaron concentrar el poder a través de la modificación de sus marcos legales. Intentaron hacerse con el control de los medios de comunicación, cooptar los poderes legislativos y judiciales con reformas electorales, constitucionales, entre otras. Una izquierda más amante de la retórica que de la sustancia al hacer políticas públicas. Más prendada del poder que de su ejercicio responsable.

Estos países manejados por la mala izquierda se ven hoy enfrentados a otra década de amargo desencanto. Si la “larga noche neoliberal”, como llamaba el expresidente Correa a la década de los 90, fracasó en brindar soluciones a los problemas de la región (y hasta cierto punto los acentuó, especialmente en desigualdad) la izquierda revolucionaria que le siguió estuvo muy lejos de traer el desarrollo prometido. Más bien, dejó como herencia descalabros económicos e institucionales.

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En su intento por superar la mala izquierda, Lenín Moreno ha dado signos de recuperación de las instituciones democráticas y ha hecho intentos de apostar por el sector productivo como principal motor del desarrollo económico del país. Moreno quiere ser un representante de la izquierda buena, aquella que “produce con la derecha, y reparte con la izquierda”.

Su miedo a ser el malo o sus cálculos políticos —¿elecciones seccionales? O acaso ¿piensa reelegirse?— le hacen rechazar cualquier ajuste mayor que la economía en este estado calamitoso exige. Moreno pomueve la limpieza tan necesaria de la imagen internacional a través de la inserción del Ecuador en procesos económicos e institucionales ambiciosos como el ingreso a la Alianza del Pacífico y a la OCDE, sin que los números le cuadren, pues una economía enferma es la peor propaganda internacional: los inversionistas no vienen al país porque hay tratados o acuerdos, sino porque ven y perciben que la economía está estable.

A Moreno le tocó la difícil tarea de tratar de enderezar el rumbo de la economía ecuatoriana, pero quiere hacerlo sin generar antipatías y sin asumir el costo político o ser tildado de “neoliberal”.

No es desconocido que el temor de los políticos locales a ese adjetivo nació con el nuevo milenio, tras el descalabro financiero de finales de los 90. La quiebra masiva de los bancos dejó a cientos de miles sin sus ahorros y generó una migración que se contó por los millones. El neoliberalismo fue achacado como el responsable de esa debacle, y le dejó al país un temor que le impide pensar con claridad.

Desde entonces, el neoliberalismo se convirtió en una categoría tan repetida como vagamente definida. Al igual que la garantía de todo derecho social equivale a comunismo para los republicanos estadounidenses, para la izquierda en América Latina, todo lo que suene a focalización de subsidios, reducción de aranceles o reactivación del sector privado es neoliberalismo. Mencionar al Fondo Monetario Internacional como opción de financiamiento es la expresión máxima de la venta de la Patria, la hipoteca de nuestro futuro, un despropósito que raya en la traición. Sin embargo, a finales de la segunda década del siglo, ¿son lógicos estos temores?     

Trauma legítimo o no, luchar contra este enemigo casi imaginario le impidió al Ecuador, durante 10 años, echar mano de las posibilidades de las que disponen los países en la actualidad para desarrollarse.

Ahora, Moreno sufre también de los efectos de esa fobia social: cuando hace intentos de corregir la distorisión de los primeros años del siglo del Ecuador del siglo XXI —endeudado y con una economía desfigurada— se lo acusa de traición y de facilitar el retorno del neoliberalismo.

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En respuesta, lanza mensajes en exceso optimistas, ajenos a cualquier realidad nacional e internacional: la apreciación del dólar nos quita competitividad, y la caída del precio del petróleo merma nuestros ingresos. El riesgo país, por su parte, es un síntoma del verdadero estado de la economía del Ecuador. A noviembre de 2018, alcanzó 817 puntos: más alto que el de la Argentina de Macri. Esto implica que endeudarse en el mercado internacional es mucho más caro para el Ecuador que para otros países de la región, tanto en los mercados financieros internacionales .

La emisión de bonos en el mercado internacional es la principal fuente de financiamiento de nuestra deuda pública externa por el momento (46% de la deuda total). De darse una nueva emisión, las condiciones serían muy poco favorables porque los mercados no confían en nuestra capacidad de pago. De igual manera, China, otro de nuestros finacistas internacionales importantes —de quién esperamos tener un nuevo crédito pronto, quién sabe a qué costo y bajo que condiciones—  nos presta a un costo más alto que  que a otros países de la región porque no damos confianza y a pesar de los esfuerzos del gobierno, los mercados no perciben mejora en nuestra economía.

La política pública requiere gente dispuesta a hacer apuestas, generar cambios y tomar decisiones. Seguro harán bulla las clases medias y altas, que son las más beneficiadas del inflado gasto del gobierno, y de seguro harán bulla los cínicos que no descansaron hasta hundirnos en el hueco en el que estamos, pero la economía no sanará a punta de retórica. Lenin Moreno quiere lucir como un bondadoso representante de la “buena izquierda” cuando el país requiere un estadista que piense en el largo plazo. Es hora de que  supere su crisis de identidad y tome las decisiones adecuadas.