Somos lo que nos hace reír. No hay humor sin contexto: solo nos causa gracia lo que podemos entender, lo aprendido e interiorizado, sobre todo a través de la cultura.
Por eso, me incomoda ver que las redes sociales están plagadas de memes que promueven, casi con orgullo, ideas machistas, homofóbicas o transfóbicas. Por ejemplo, los generados a raíz de que se difundiera que Ángela Ponce, la primera mujer transgénero en convertirse en Miss España, representará a su país en el Miss Universo en diciembre de 2018.
Si te ríes con alguno de estos es porque fuiste programado para hacerlo. Como explica el científico y biólogo evolutivo Richard Dawkins —quien dio la primera definición del término— los memes son como los virus. Es decir, se instalan en cuerpos que cumplen las condiciones necesarias para que lo hagan. Utilizan el comportamiento de la persona en la que se hospedan para expandirse. Al final, al virus le es indiferente el bienestar de la persona que habita; su único deseo es persistir.
Por eso, compartir esta clase de memes es una forma de validación. Y de contribuir a que el virus se propague.
La humorista y periodista española Nerea Pérez tiene una analogía sobre las manifestaciones culturales de este tipo: son como un eructo que, aunque no parece nada grave (y hasta puede causar risa), es un síntoma de mala digestión. Y se llama patriarcado, esa estructura social histórica —casi siempre desapercibida, pero profundamente arraigada— que sirve como motor del machismo y que concede a los hombres más privilegios que a las mujeres.
Como mujer es más fácil ser blanco de este tipo de contenido. Según un estudio publicado en el Indian Journal of Social Research en junio de 2018, somos más propensas que los hombres a ser víctimas del humor sexista. La investigación dice, además, que las redes sociales permiten compartirlas en una plataforma global manteniendo el absoluto anonimato.
Así, cada vez que alguien replica uno de estos memes, no solo eructa su machismo, sino que permite que una persona —muchas veces sin nombre— se salga con la suya.
¿Sabemos, por ejemplo, quién está detrás de He-Man Mamador? Su cuenta de Facebook tiene más de 827 mil seguidores y su línea humorística se basa, prácticamente, en burlarse de las mujeres, reforzar estereotipos sexistas y ridiculizar a los hombres que no encajan dentro de un modelo de masculinidad tradicional.
Escribí a su cuenta para averiguar quién la maneja y la respuesta, que coincide con la lógica de no dar la cara, fue: “Anónimo”. Al preguntar si se trata de un hombre o una mujer o, si de ser varias personas, había una mujer en el equipo, no contestaron. ¿Se comportaría igual esta persona si supiéramos su nombre y apellido? ¿O el anonimato le permite decir lo que quiere sin preocuparse por las consecuencias?
Sus posteos suelen tener miles de reacciones y shares, y decenas de comentarios. Quienes le dejan mensajes lo celebran: en un tono burlesco le piden ‘bendiciones’, elevando a un nivel espiritual a quien logró codificar en memes su pensamiento de machos.
Coincidentemente, su público es, en su mayoría, masculino. Podría tener que ver con el hecho de que —como concluyó otra investigación realizada en India— suelen ser los hombres los que se rehúsan a aceptar que los memes machistas son machistas.
Justamente ese espacio donde se niega el machismo es una incubadora de ese mismo pensamiento, un lugar ideal para atacar a las mujeres y al feminismo, que muchos consideran innecesario y extremo. “Las feminazis solo son gordas solteronas fracasadas resentidas sociales con múltiples desórdenes de personalidad, solo sirven para hacer memes”, escribió un usuario que se hace llamar Eddie Blake.
Lo que consideramos inofensivo, esas bromas que parecen superficiales, un chiste que denigra a la mujer, un meme cargado de prejuicios, es en realidad la punta del iceberg. Los usuarios de Internet —como explica José Manuel Ruiz Martínez, profesor de lingüística en la Universidad de Granada en su estudio Una aproximación retórica a los memes de internet— “se reapropian de ellos y los modifican para adaptarlos a sus necesidades comunicativas particulares”.
¿Es esto lo que queremos comunicar sobre nosotros?