El Ecuador es un país de hipócritas que se entrega, cada vez más, a la histeria colectiva y estúpida de las redes sociales. El último gran escándalo (si es que se lo puede llamar así) es un audio en el que un hombre dice que no se alegra que el equipo de fútbol Independiente del Valle haya pasado a la final de la Copa Libertadores de América porque no se identifica con esos indios de mierda, hediondos a ñoña de perro. Lo dijo en un grupo de amigos en WhatsApp y alguien cometió la deslealtad de hacerlo circular fuera de ese espacio. Enseguida, la corrección política que aviva la nadedad intelectual encendió un polvorín: fue linchado públicamente, insultado —en términos iguales o peores que los que supuestamente utilizó— y hasta despedido de dos canales de televisión en los que trabajaba. Todo antes de siquiera preguntarle si él es el autor del audio, y si era así, si estaba dispuesto a asumir su responsabilidad y disculparse. Porque en el mundo de la supuesta perfección en que vivimos, el error parece no ser más una posibilidad, y la privacidad se diluye en medio de los perpetuos jueces de los demás, en apariencia infalibles, moralmente siempre superiores e implacables verdugos de las equivocaciones del resto. Ese es el país que estamos construyendo a partir de esa estupidez de suponer que las redes sociales son la vida real.

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Lo que se dice en ese voicenote está mal. Pero más importante que juzgar a una persona (que es algo sumamente sencillo), es tratar de ver el escándalo con cierta empatía y autocrítica. Es increíble que una frase fuera de tono —una tontería, por supuesto— desate una reacción que causas más importantes no lograron: nada más hace unos días decenas de cubanos fueron expulsados del país.

Sus derechos humanos fueron violados, pero muy pocos hablaron en sus grupos de redes en contra de ese atropello. La xenofobia, el racismo y el clasismo del Ecuador que están tan bien retratados en ese audio hicieron que callemos. Unas semanas atrás, una mujer se cayó de una metrovía en movimiento en Guayaquil y se murió, pero no hubo reproches públicos, indignación y despidos. ¿Qué es más grave? ¿Que alguien insulte o que alguien sea expulsado en condiciones denigrantes? ¿Por qué nos afecta más la palabra de un periodista que los hechos de un funcionario público? Tenemos las prioridades cambiadas.

De pronto, el Ecuador es el país más correcto del mundo. No es el lugar donde históricamente los costeños se han odiado con los serranos, donde el regionalismo sigue siendo uno de los peores males que padecemos. Mono vago, longo hipócrita. Mona zorra, longa solapada. Son estereotipos que seguimos repitiendo. Es una enfermedad que sufrimos desde la Colonia. Eugenio Espejo escribió hace trescientos años “los guayaquileños son enemigos irreconciliables de los serranos”. Espejo fue el fundador del primer periódico del Ecuador. A su amparo nos acogemos los periodistas de este país. De niña me hicieron aprender de memoria en la escuela el poema de Juan Bautista Aguirre: “Guayaquil, ciudad hermosa,/ de la América guirnalda,/ de tierra bella esmeralda/ y del mar perla preciosa,/ cuya costa poderosa /abriga tesoro tanto, /que con suavísimo encanto /entre nácares divisa congelado en gracia y risa /cuanto el alba vierte en llanto”. Tenía que jalármelo de la lengua para cumplir con la tarea, pero muy pronto descubrí que el nombre completo de los versos era Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito y que tenía una segunda parte donde el poeta hablaba de la capital: “ Este es el Quito famoso/ y yo te digo, jocundo, que es el sobaco del mundo/ viéndolo tan asqueroso./ ¡Feliz tú! que de dichoso /puedes llevarte la palma,/ pues gozas en dulce calma/ de ese suelo soberano,/ y con esto, adiós, hermano./ Tu afecto, Juan de buen alma.” Juan de buen alma, las cosas que me enseñaste. Ese voicenote es un reflejo de quiénes somos.

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No nos pongamos literarios: muchos de los que hoy hablan en contra del audio y de su supuesto autor creen que los serranos son inferiores. Guayaquil se ha convertido en la primera ciudad quechua-parlante del Ecuador pero ay de aquél que se atreva a decir que es una ciudad de indígenas. Si un tendero trabaja durante décadas y de su pequeña verdulería hace un imperio económico, nadie se olvida que es indígena. De hecho, la frase recurrente es indio trabajador. Eso, por supuesto, en contraposición a negro delincuente, montubio violento y blanco patrón. El problema real del Ecuador no es que ese audio exista y una persona haya tenido la inclemencia de hacerlo rodar por cientos de miles de teléfonos móviles del país, el problema es que muchísimos en este país pensamos como ese audio. Solo que no lo decimos. Porque las redes sociales son los espacios histéricos donde nadie coteja, pregunta o reflexiona. Solo se juzga. En twitter nadie tiene miserias propias. El problema es que esas ideas persistentes en el Ecuador, aun cuando no se expresen con la crudeza del voicenote. ¿Por qué estamos juzgando a una persona en vez de juzgarnos como sociedad?

Las redes sociales están llenas de personas que actúan como jueces superiores. ¿Son todos perfectos? ¿Hay justicia en las redes sociales o solo el morbo de ver caer a alguien? Los usuarios de redes sociales son voyeuristas de la vida verdadera. Como dijo Umberto Eco, son los idiotas del pueblo a los que antes se mandaba a callar en la taberna del pueblo pero que ahora todos tenemos que escuchar. Me parece que más que justicia para los indígenas ofendidos por ese mensaje, hay un poco de eso que los alemanes llaman Schadenfreude: la alegría en el mal ajeno. Porque para nadie es un misterio que los periodistas en el Ecuador tienen fanáticos y detractores, defensores y enemigos. La pasión del deporte los arrastra y, es verdad, muchos de ellos siguen ese juego peligroso porque es una manera de sumar lo único que cuenta en los espectáculos de masas: el número de giles viendo, clickeando o escuchando. Es muy probable que aquí no haya reivindicación racial alguna, ni ideales humanistas, sino pura carroñería, bajeza y regocijo en la caída.

Este caso es, también, una oportunidad para reflexionar sobre la amistad. ¿Qué clase de amigo vuelve público un comentario privado? Un grupo de WhatsApp es el equivalente a una reunión de amigos. En las reuniones de amigos las palabra no se miden, se dicen disparates y hasta se pelea. Los filtros de la corrección política —porque a la larga eso es todo lo que tenemos, no una conciencia social sino narcótica corrección política— están mucho más bajos en esos espacios. En la privacidad de una conversación de amigos la confidencialidad es una regla explícita. ¿Por qué un amigo tomaría el peor de tus comentarios y lo presentaría como un retrato tuyo? Es probable que esa persona, en realidad, no sea un amigo. Vivimos en un mundo de espejismos: twitter le ha hecho creer a los tontos del pueblo que sus palabras valen lo mismo que la de los filósofos y los científicos, instagram ha convencido a un montón de gente de que es fotógrafa y Facebook de que tenemos demasiados amigos. ¿Por qué, de repente, la gente se ha convencido de que hay que hacer un grupo de Whatsapp con 50 excompañeros de colegio?  La verdad es que una de las mejores cosas de salir del colegio es no tener que ver, nunca más, a un montón de gente. Sin embargo, la fiebre de la grupitis nos tiene metidos en el grupo de la escuela, del colegio, del vacacional de natación, de las mamás del colegio y las amigas del gimnasio. Todo eso en una ilusión de que somos amigos. Y es mentira. Amigos, debe haberlo entendido el periodista acusado por el voicenote, hay muy pocos. Contados con los dedos de las manos.

Hay aquí también una reflexión sobre la privacidad ¿La hemos perdido para siempre? ¿Tenemos que cuidarnos de cada cosa, de cada detalle de nuestra vida? Si me olvido de bajar la cortina mientras me saco la blusa, ¿debo temer que mañana mis tetas circulen por todas partes? Otra de las ilusiones que nos han creado las redes sociales es la suposición de que tenemos que tener una opinión sobre cada cosa que pasa, que tenemos que ponernos en la foto del perfil la bandera de cada país que es víctima de un ataque terrorista. Como decía Iván Ulchur-Rota hace días, nos hemos convencido de que nos podemos colgar de cualquier luto y hacerlo propio para demostrar que somos de los buenos. En realidad, le estamos vaciando el sentido al luto de los verdaderos dolientes.

El filósofo de George Steiner habló de la tragedia que vivimos en estos días: la ausencia del lugar para el error. En una entrevista para El País, Steiner decía que cuando él era niño había la posibilidad de cometer grandes errores. “El ser humano los cometió: fascismo, nazismo, comunismo… pero si uno no puede cometer errores cuando es joven, nunca llegará a ser un ser humano completo y puro”.  Es tan importante poder equivocarnos sin que la vida se acabe. Sin embargo, en el Ecuador, país que según las encuestas sigue mayoritariamente a un señor de barba al que crucificaron por predicar el amor y el perdón, no hay espacio para las segundas oportunidades. No hay espacio para el perdón, la enmienda y volver a empezar. “Los errores y las esperanzas rotas nos ayudan a completar el estado adulto” —dijo Steiner— “Nos hemos equivocado en todo, en el fascismo y en el comunismo y, a mi juicio, también en el sionismo. Pero es mucho más importante cometer errores que intentar comprenderlo todo desde el principio y de una vez. Es dramático tener claro a los 18 años lo que has de hacer y lo que no.” Pero por supuesto, los histéricos de las redes sociales no solo no saben quién es Steiner, sino que no les interesa, y no solo que no les interesa: no tienen vergüenza de decirlo. ¿Alguien le ha dado la oportunidad al periodista de disculparse y, sobre todo, de tener una segunda oportunidad? Sus patrones ya lo han despedido, y en las conversaciones privadas de otros grupos de WhatsApp que no se han hecho públicas se repiten las mismas frases pobre hombre, se le acabó la carrera, qué error, pero eso no se dice en público. ¿En serio? ¿Tiene que dejar su profesión? ¿No hay espacio para el arrepentimiento y para volver a empezar? Vaya, es el país de los perfectos.

Ese audio y lo que ha causado es el Ecuador desnudado: un país regionalista, racista, clasista, entregado al culto de unas redes sociales donde pululan verdugos irreflexivos que actúan como si fuesen perfectos, como si jamás se hubiesen equivocado. Una tierra donde el error es visto como el fin y el castigo perpetuo, donde no hay espacio para la verdadera amistad (solo para sus simulaciones virtuales), ni para la privacidad y, sin duda, donde ya no hay espacio para el perdón.

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Cristina Vera Mendiu
Iconoclasta. Becaria en tierras lejanas, amante del buen ron. Una mujer a la que le interesan más las ideas que las identidades.

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