Lilian* tenía 14 años y terror de darle de lactar a su hijo recién nacido: temía que le mordiera los senos, se transformara en un monstruo y la matase. Pensó en matar a su hijo —que es también su primo, pues es producto de la violación de su tío—, pero se arrepintió, y la idea del filicidio la hizo retorcerse de culpa. El horror de la violencia volvía, como si sucediera por primera vez, a acecharla cada vez que debía alimentar a su niño. Un recién nacido pide el pecho de su madre entre 9 y 12 veces al día. Tantas como esa, como un fantasma maligno, el terror volvía y Lilian sentía el mismo pavor que sintió cada vez que fue abusada.

|Si quieres recibir nuestro contenido en tu bandeja de entrada, regístrate aquí.|

El embarazo forzado destruye a las niñas. No en sentido figurado, sino literal. Su cuerpo no está listo para el embarazo y parir puede matarlas a ellas o a sus criaturas: según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el riesgo en menores de 16 años es cuatro veces mayor que en mujeres de entre 20 y 30 años. La tasa de mortalidad de los recién nacidos de esas adolescentes es casi un 50% más alta. Lo que nunca sobrevive es su niñez, que se acaba para siempre: en lugar de estudiar y jugar, tienen que dedicarse a cuidar y criar a un bebé.

Las consecuencias en la salud física de un embarazo precoz han sido estudiadas, pero las de la salud mental no con la misma profundidad. Cuatro psicólogos que han trabajado con niñas embarazadas por sus violadores, coinciden en que no hay una respuesta uniforme a cómo viven su gestación, parto y maternidad. “Unas pueden sentir compasión, arrepentimiento, hasta llegar a quererlo”, dice José Andrade, el psicólogo clínico que atendió a Lilian después de que parió. “Otras, absoluto rechazo, no quieren saber de tener un hijo producto de una violación”, dice. En el Ecuador, el Estado obliga a las niñas a parir a sus hijos después de ser violadas. Pero ni el Estado ni nadie, puede obligarlas a quererlo.

No querer darle el pecho a su hijo no era un acto de desamor, sino un rechazo compulsivo a la violencia sufrida. La guía El síndrome de estrés postraumático como secuela de violencia obstétrica de la psiquiatra Ibone Olza Fernández, dice que el parto (en general, no en niñas) es un evento tan estresante que puede desencadenar un síndrome de estrés postraumático, un trastorno de ansiedad descubierto en los veteranos de la guerra de Vietnam.

Lo que les sucedía a los soldados estadounidenses es que volvían a experimentar la angustia, el terror y otros malestares psicológicos producidos por el horror de la guerra, “al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático”, dice la guía de Olza. Según Andrade, en el parto es frecuente que lleguen recuerdos de la violación. “Eso puede generar un estado de estrés agudo en las niñas”, dice.  Si para un soldado un sonido, una imagen o tener hambre disparaba la muerte, el dolor y la tortura del combate, para las niñas madres ese estímulo que las puede hacer revivir el trauma de la violación y el parto está ahí, todo el tiempo: es su hijo.

§

La gran mayoría de niñas madres son sobrevivientes de violencia sexual. Un informe de Unicef de 2012 dice que el abuso sexual deja consecuencias físicas y psíquicas a corto, mediano y largo plazo. El impacto varía dependiendo de la edad de la niña, del vínculo con el agresor, de la existencia de violencia o no durante el hecho, de la actitud del padre o madre protector, del número de agresores sexuales, y del tiempo que haya durado el abuso. Estos factores podrán atenuar o intensificar los síntomas, y su gravedad. Las consecuencias son muy variadas.

|Lee también las cifras sobre el incesto en el Ecuador: El silencio más grande de todos.|

Si el abuso detiene el tiempo en las mentes de las niñas madres y las traumatiza, lo acelera en otras cuestiones, para mal: las víctimas conocen el sexo mucho antes de lo que deberían. Ese descubrimiento precoz puede irse por dos caminos, igual de trágicos: “la hipererotización con subsecuentes conductas de riesgo en la sexualidad; o el temor a la relación sexual y al contacto con los hombres”, explica el psicólogo Andrade.

El que se manifieste un extremo o el otro dependerá de los rasgos de personalidad de la víctima y del contexto del abuso —si fue seducción o coerción. Aunque sea una distorsión de la palabra, los abusadores seducen a sus víctimas mintiéndoles y convenciéndolas que lo que están haciendo no está mal. Cuando el agresor es un adulto cercano, lo que es muy común, se confunden los afectos. “Les piden cosas como ‘haz esto porque me quieres y yo te quiero’, explica la psicóloga Aaime DuBois, que trabaja con niñas víctimas de violencia sexual. El abuso se enmascara como una forma “de demostrar un afecto que no es adecuado pero que no se registra como una agresión desde un primer momento”, dice DuBois.

Es una mascarada constante: la psicóloga Daniela Alvarado dice que las que quedan embarazadas en un único episodio de violencia son poquísimas. “La mayoría se da en contextos familiares donde hay violencia sistemática.”, dice. Ese embarazo es “como la punta del iceberg que muestra lo que ha venido sucediendo todo este tiempo atrás”. Esto, aunque no tiene una estadística clara detrás —porque no se denuncia, se oculta, y los pocos casos que se denuncian no se clasifican como deberían— quiere decir que las niñas madres son, en su mayoría, víctimas de incesto.

§

Ana tiene 18 y un hijo de 4 años. Su padre la violó y quedó embarazada. Hoy estudia en la Universidad y sufre de crisis convulsivas. Neurólogos y endocrinólogos le han hecho tomografías y encefalogramas —todos los diagnósticos son iguales: no tiene nada fisiológico. “Las convulsiones son la manera de manifestar ese trauma que vivió”, dice su dice su psicóloga María Fernanda Porras. “Dice que no quiere hablar con ningún hombre, solo habla con sus profesores porque no le queda de otra”. El cuadro de Ana revela cómo, si no hay un acompañamiento, los efectos psicológicos de los embarazos no deseados en niñas pueden tener consecuencias a largo plazo.

En un país en el que el suicidio es la primera causa de muerte violenta entre adolescentes, nadie ha ha estudiado cuántas niñas madres se inmolaron. “Si usted va y pide a la morgue información de los suicidios de mujeres [no le dan], y pide que le digan cuántas mujeres de las que se han suicidado han estado embarazadas, tampoco le dan”, dijo Virginia Gómez de la Torre, directora de Fundación Desafío —una organización que promueve los derechos reproductivos.

El representante de Unicef en el país, Joaquín González-Alemán me dijo que entre el embarazo en niñas, adolescentes y el suicidio hay una relación. “Hicimos unos grupos focales donde preguntamos a la gente sobre embarazo adolescente. Había casos de niñas que estaban embarazadas que se habían suicidado”, dijo del último informe sobre la niñez y la adolescencia en el país. Sin embargo, en el Ecuador, no existe un estudio cuantitativo o más profundo que analice el vínculo.

§

Julia tiene 13 años, el cuerpo de una niña de 11, y una discapacidad intelectual. Fue violada y quedó embarazada. Nunca recibió control prenatal y estaba desnutrida. El día que llegó al hospital, parió y su bebé nació muerta; ella también casi muere. La psicóloga Daniela Alvarado la atendió tras la pérdida. “Una cosa que era terrible para ella a sus 13 años era mirar su estómago lleno de estrías y su piel toda estirada. Con ella no tuve que trabajar solo el tema de violencia sino su proceso de duelo porque construyó un vínculo con ese bebé”, dice.

Para muchas niñas, explica, la maternidad está idealizada. “Para algunas termina siendo una especie de anclaje, incluso una salvación de ciertas cosas, la posibilidad de resignificar ciertas carencias. Piensan ‘esto que yo no tuve, se lo voy a dar’”,  dice DuBois. Esa normalización no es espontánea, ni biológica, sino cultural. Es la idea de que el embarazo es el rol de las mujeres, “la realización máxima en la que se ve a los niños como bendiciones.”

Durante el embarazo, las niñas madres, por lo general, viven confundidas. A muchas madres, incluso adultas, les parece inverosímil, o alucinante, el que una persona esté creciendo dentro de su barriga. DuBois dice que si eso ya es difícil de entender para una adulta, para una niña será mucho más complicado. “¿Qué mismo está pasando? ¿Cómo es esto que en mi barriga está un bebé?”, dice que se preguntan las niñas madres. “Es algo que no se entiende completamente hasta que se hace súper concreto en el niño cuando nace”. DuBois explica que en muchas sociedades las niñas son “la última rueda del coche”: no son escuchadas, ni tomadas en cuenta. Cuando se vuelven madres eso cambia: a las señoras se les presta atención. Por un momento, estas niñas sienten que, por primera vez, su voz es reconocida.

Pero ya con el niño nacido, la confusión regresa. “Dicen ‘chuta, no ha sido muñeco, muñeca’, es difícil criarlo”, explica DuBois. “Surge mucho este pensamiento que es infantil, de juego. Las niñas no entienden un cien por ciento lo que significa, que es un ‘muñeco’ que las va a acompañar toda la vida”.

En el artículo científico Las niñas madres, un proyecto para prevenir y cuidar nuestro futuro, las investigadoras Elvira Sellán y Leticia De Bortoli entrevistaron a 42 niñas y adolescentes que habían sido madres en Argentina. “No se cuestionaban acerca de las dificultades que implica tener un hijo a esa edad, y resultaba difícil abordar de manera directa el embarazo precoz (decían estar muy felices y al mismo tiempo aparecía un gran monto de angustia en su discurso y los síntomas manifestados)”, dice el texto. DuBois agrega que “la fantasía del amor completo y total que supuestamente es la maternidad, resulta una estafa”. Después de parir, las niñas se dan cuenta que ser madre es muy demandante, que el bebé no viene a dar nada sino a exigir todo durante varios años.

De la confusión se puede pasar al rechazo, pero del rechazo también se puede pasar a la aceptación. El psicólogo Andrade explica que son comunes los sentimientos de culpa, como los de Lilian y, como consecuencia, las manifestaciones de desórdenes mentales. La depresión, coinciden Andrade, Porras, Alvarado y DuBois es una de las consecuencias que más han identificado en la maternidad precoz.

Así como no hay un mismo proceso por el que atraviesan las niñas madres, no hay un solo tratamiento. José Andrade dice que el trabajo con Lilian, la niña que pensaba que su hijo se convertiría en monstruo y la mataría, empezó por que ella reconozca el rechazo que sentía. “Decía conscientemente que lo quería mucho, pero en su temor reprimido había mucha agresividad”, explica Andrade. “Cuando ella logró reconocer esa agresividad, pudo manejar mejor el temor y darse cuenta de que estaba asociado con el trauma”. La intervención continua buscaba que ella reconozca los impulsos agresivos que tenía hacia el niño. Estos casos, dicen los expertos, deben tratarse uno a uno —desde las historias particulares de las víctimas y no desde la generalización.

§

Una niña madre es un oxímoron cruel sobre el que no reflexionamos lo suficiente porque nos incomoda. “No es la historia de vida que se celebra. El discurso es el de la maternidad feliz deseada de mujeres adultas disfrutando con sus hijos” dice Giulianna Zambrano, profesora de Derechos Humanos y Literatura de la Universidad San Francisco. Zambrano dice que  la historia de una niña madre es una historia inadecuada.

En el Ecuador, sin embargo, la paradoja se vuelve cotidianidad: al menos siete niñas menores de 14 quedan embarazadas cada día —la gran mayoría, violadas. El plan estatal para prevenir embarazo en niñas en el Ecuador reconoce el abandono hacia las niñas madres: “históricamente, el embarazo en menores de los 14 años ha sido invisibilizado por estigma, ocultamiento y falta de datos”. En los últimos años, dice el plan, ha habido mayor visibilidad “tanto mediática como estadísticamente, y se han convertido en una preocupación social y de política pública”. Sin embargo, es todavía un asunto marginal en las agendas de ministerios, de medios, e investigadores.

§

La maternidad acelera los tiempos de la infancia. Es tan brutal y vertiginoso, que la psicóloga clínica María Fernanda Porras dice que una niña madre se salta una etapa de su vida. “Hay un brinco de la niñez a la adultez que no pasa por una mediación ni una etapa de desarrollo que es la adolescencia”, dice. Se lo ve, por primera vez, cuando llegan al hospital para parir. “Pasan de ser niñas a ser señoras, inmediatamente”, dice Porras, quien ha trabajado con niñas madres. Las investigadoras Elvira Sellán y Leticia De Bortoli concluyeron en su artículo que las niñas madres “apresuran su propio ‘crecimiento’ de manera impulsiva e inadecuada y agravan su situación”.

Cuando el rol de madre llega demasiado temprano, trae frustraciones. El psicólogo Andrade dice que las niñas empiezan a asumir responsabilidades que no les competen, roles de adultas que, como no pueden llevar a cabo, no pueden hacer, se sienten culpables. “Estas frustraciones están asociadas con todo en su vida, no solo con el bebé”, dice.

Cuando una violación termina en embarazo, la vida de las víctimas se pulveriza. En el caso de las niñas, dicen los psicólogos, el embarazo interrumpe, a veces para siempre, la idea de futuro que ellas tenían: con un bebé es más complicado que puedan elegir lo que les gusta y enfocar su vida en lograrlo, y se desilusionan. “Si les pregunto si quieren volver estudiar, responden que no. Se anula ese deseo”, dice Andrade.

El panorama es mucho más sombrío cuando las niñas son pobres. “Es no salir nunca más del círculo y seguir repitiendo lo que pasó en generaciones anteriores”, dice DuBois. Para empezar a cambiar la situación para las niñas madres, dice Giulianna Zambrano, hay que comenzar a verlas y a hablar sobre ellas. “Las biografías de los esclavos sirvieron para motivar al movimiento abolicionista. Porque solo si sabemos lo que esa persona está viviendo, nos podemos conectar empáticamente a una realidad”. La maternidad es tantas veces pintada como un ideal, que el diario argentino La Nación llegó a hacer una apología de la maternidad infantil. Pero esa maternidad, tan disfrazada de oportunidad, no crea nada, ni pinta futuros prometedores: arrasa, llevándose las vidas de las niñas madres por delante, dejándolas convertidas en un la incómoda paradoja de la que es mejor no hablar.

*Todos los nombres de las niñas son protegidos.


Este reportaje es parte de #NiñasNoMadres, la primera conversación regional sobre el impacto del embarazo forzado de niñas en América Latina. Una alianza entre GK y Wambra Medio Digital Comunitario (Ecuador), Mutante (Colombia), Ojo Público (Perú), Nómada (Guatemala) y Managua Furiosa (Nicaragua).