Decir que la última entrega de los Premios Grammy —el 4 de febrero de 2024 en California— estuvo dominada por mujeres es demasiada obviedad. Sí, más de la mitad de las 31 categorías tuvieron a intérpretes, compositoras e instrumentistas como ganadoras. Pero detrás de esos triunfos hay un patrón: son canciones hechas por personas, por ellas, y no por algoritmos.

Es posible que estemos ante un momento de quiebre en la relación entre la sociedad y la música. Un rompimiento necesario que, fundamentalmente, regresa su mirada hacia lo más básico.

Más allá de los grandes espectáculos, de las interpretaciones y de la personalidad sobre un escenario —que nunca han dejado de suceder— se vuelve a la canción. A esa idea de componer un objeto artístico que, además de la forma en la que se lo presenta, indague y apueste por generar algo en la gente que escucha y observa lo que está sucediendo. 

Los Premios Grammy nos regalaron varios de estos instantes. Joni Mitchell cantando, a sus 80 años, Both sides now, en el mismo lugar en el que Miley Cyrus interpretó Flowers, como si en ella convivieran Tina Turner y Stevie Nicks. Billie Eilish conmoviendo con la hermosa What I was made for; al igual que Annie Lennox, que hizo que cada frase y nota de Nothing Compares 2 U se sintiera como un abrazo hacia Sinead O’Connor, mientras no dejaba de llorar. 

Y Tracy Chapman cantando esa joya que es Fast car, junto a Luke Combs, poniendo la piel de gallina a todo el mundo, con un tema que apareció por primera vez en 1988. 

“Tienes un coche rápido / ¿Es lo suficientemente rápido para que podamos volar? / Todavía tengo que tomar una decisión / si irme esta noche o vivir y morir de esta manera”, cantaron ambos.  

Al final, la ovación funcionó como ese gesto de reconocimiento.

Todo confluye en la canción, en esa obra que genera emociones y propaga ideas. Más allá de algoritmos en busca de la viralidad de TikTok, o de 200 productores y compositores que trabajan para que un tema sea exitoso por el hecho de serlo, pasan hechos que piden algo más.

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Si para una generación en los años 60 ver a The Beatles en el cine, con A hard day’s night, significó enamorarse y correr a agarrar guitarras y ponerse a componer sus propias canciones, los Grammy de 2024 serán un punto de partida de algo más. Los premios fueron un recordatorio de que la música no es sólo la gasolina, la combustión y la contaminación de una industria que piensa en números, en cantidad de reproducciones, en lo que pueda sacar de provecho.

El termómetro de la popularidad

¿Qué miden los Premios Grammy? ¿Calidad, popularidad, el trabajo de las disqueras, de las redes sociales y de los servicios de streaming para que una canción se viralice o sea exitosa? A esta altura la respuesta no importa mucho, en la medida que se asuma a los Grammy como lo que son: un espectáculo más, que parecería ser relevante para quienes los ganan.

Hasta Los Simpson llegaron a decir que los Grammy eran cualquier cosa. Cuando Homero gana uno y se lo entrega al botones del hotel como propina, quien lo termina por lanzar por el balcón, por considerarlo una basura.

Pero, a veces, eso que no parece importante para algunas cosas, sirve para algo más. 

Las mujeres están haciendo grandes canciones. Las escriben o coescriben, las graban e interpretan. Hay una fuerza inherente. Ya no se trata de ser producto per se. Existe la inquietud de encontrar algo más a través de la misma música. Por ejemplo, Olivia Rodrigo ha hecho dos discos hasta el momento y con solo 20 años ha escrito —junto a su productor Dan Nigro— una canción poderosa como lo es vampire, de su disco Guts, de 2023. 

No solo la letra —sobre esa expareja que consume todo— sino cómo la misma armonía se ha construido alrededor de acordes que saben cuándo volverse menores, para generar el efecto necesario de tensión. Y ni hablar del fraseo de Rodrigo, que llega a su mejor punto en el coro. 

Si bien se podría discutir sobre la forma en que Beyoncé se enfrenta a la composición musical porque sus canciones tienen una gran cantidad de coautores (ella incluida), hay que hacerlo con un contexto claro. Beyoncé usa material ya compuesto por otros, sobre todo músicos afroamericanos, y lo transforma para que se convierta en sus canciones. Cuando lo hace, su política es acreditar a todas las personas que han hecho algo de las obras que ella samplea. De esa manera no solo les rinde tributo, sino que les permite obtener dinero.

No solo es ser producto, es provocar algo. 

Lucy Dacus, Phoebe Bridgers y Julien Baker, con su proyecto boygenius, ganaron tres premios: Mejor disco alternativo —por The Record—, Mejor canción rock y Mejor interpretación de rock por su canción Not strong enough. Ellas no solo son las mujeres que hacen sus canciones, sino que lo hacen desde un terreno completamente alejado del producto creado por la viralidad de TikTok. Recuperan la idea de las bandas de garage, de tocar en bares desde muy joven y hacerse un nombre en ciertos circuitos, como era el camino tradicional antes de Spotify, Youtube, TikTok.

Claro, ellas lo hacen en el siglo XXI porque eso todavía es posible.

Y esa técnica debería remover mucho. No en vano, a través de su página web, ponen a la venta ediciones especiales y limitadas de modelos de guitarras marca Gretsch —un nombre clásico en el terreno de guitarras eléctricas. Como si mantuvieran la esperanza de volver a un tipo de rock orgánico. 

Si esa esperanza es cierta, hay una buena razón para agarrarse de eso: las canciones que hacen Dacus, Bridgers y Baker son impresionantes.

Romper la desesperación del algoritmo, la fórmula por la que todo debe y tiene que sonar parecido. 

Se trata de salir de la burbuja que se hizo más fuerte a partir de 2020, cuando de manera inesperada el video de Nathan Apodaca tomando su jugo de arándano Ocean Spray, mientras sonaba Dreams de Fleetwood Mac —un éxito de 1977— se volvió viral en horas. Fue como si la industria musical se diera cuenta de algo: de que el objetivo es que las canciones se hicieran virales de por sí. 

Porque esto va a generar que en Spotify y en otras plataformas de streaming, las canciones suenen más.

No han pasado ni cuatro años de este episodio y ya Universal Music  —que posee el 32% del mercado de artistas, como Taylor Swift, U2, Arianna Grande— sacó toda su música de TikTok, una vez que se acabó su contrato el pasado 30 de enero. 

¿Por qué? Porque no llegaron a un acuerdo económico sobre cómo sacar dinero de esa relación. Y ahora, todo video de TikTok que usaba canciones pertenecientes a artistas de Universal Music, está silenciado —se lo puede ver, pero no se escucha nada. 

Nada del catálogo de Universal se puede usar en TikTok. Esto todavía está por resolverse porque a ambas empresas les interesa que la música siga en TikTok, pero deberán llegar a un acuerdo. 

Por fuera de este drama entre empresas, están las artistas a las que hay que escuchar. Visibles todas, disponibles, de fácil acceso. Lo de los Grammys fue ese empuje que hacía falta. 

Y no son artistas cualquiera, recuperan la posibilidad de decir cosas, de no quedarse calladas. Phoebe Bridgers, en la rueda de prensa después de ganar los Grammy, habló sobre Neil Portnow, quien fuera la cabeza de los Grammy entre 2002 y 2009. Portnow fue capaz de decir, en 2018, que “las mujeres que tienen la creatividad en el corazón y en el alma… [necesitan] dar un paso al frente” ante las críticas de las pocas mujeres nominadas ese año.

La respuesta de Bridgers cuando le preguntaron sobre lo que dijo Portnow y cómo seis años después la historia está cambiando fue contundente. “Tengo algo que decir sobre las mujeres. El ex presidente de la Academia de la Grabación, Neil Portnow, dijo que si las mujeres quieren ser nominadas en los Grammy, que den un paso al frente… así que a él me gustaría decirle: sé que aún no estás muerto, pero cuando lo estés, espero que te pudras en pis”.

Es quizás un momento de esperanza, para que algo se remueva. De que la actitud precisa retorne y que la música sea el vehículo de cambio que ha sido en otras ocasiones. Por lo pronto, la música está ahí, como recordatorio y fuerza para tomar en cuenta.

Sí, los Grammy pueden ser cualquier cosa y algo sin sentido. Pero, a veces, lo que realmente va a cambiar las cosas puede venir del lugar menos esperado.

Eduardo Varas 1 150x150
Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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