El Premio Mariano Aguilera (PMA) es la apuesta de la fundación Museos de la Ciudad para la producción de proyectos artísticos y el reconocimiento a una retrospectiva de un o una artista que ya tenga un camino recorrido.
La convocatoria para la quinta edición, que corresponde a 2024-2025, está abierta para propuestas de arte contemporáneo —de investigación, creación y experimentación— hasta el 11 de marzo próximo. Lo particular en esta ocasión es que los montos se duplican: para el Premio a la Trayectoria Artística se han destinado 40 mil dólares, e incluye la producción de una muestra antológica en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito y su correspondiente catálogo.
Cada una de las 10 becas para el desarrollo de proyectos de arte contemporáneo recibirá 20 mil dólares. Esto va de la mano de un programa de seguimiento y apoyo especializado desde el Centro de Arte Contemporáneo (CAC), espacio de Quito que funciona como la base de operaciones del PMA.
La selección de los trabajos ganadores —luego de una evaluación y preselección— se hará el 1 de mayo de 2024. La premiación será el 17 de mayo.
“Este es un premio que la comunidad artística y la comunidad creativa a nivel nacional está esperando todos los años”, dice Francisco Suárez, coordinador del Centro de Arte Contemporáneo (CAC).
Santiago Ávila, responsable de exposiciones y programas públicos del CAC, y coordinador del Mariana Aguilera de este año, dice que para hablar de este Premio es clave mirar atrás. “El Mariano tiene una dimensión política que creo que debería ser reflexionada y repensada en función de su historia. Porque hay muchísima información en estos últimos 100 años, desde problemáticas de la creación artística, de la gestión pública y del país que el Mariano ha abordado”.
Entre esas grandes obras que forman parte de la historia del Mariano Aguilera están El Carbonero de Eduardo Kingman, con la que ganó en 1936; una obra de absoluta denuncia y marcado sentido indigenista. También está El hombre, la casa y la luna con la que Oswaldo Viteri ganó el premio en 1960, que tiene su foco ya en cierto nihilismo representado por esos seres humanos colocados uno sobre otros.
O Seis de bastos que no juega de Jenny Jaramillo, ganadora en 1994 del Salón, como se llama antes al Premio. Jaramillo ganó también el Mariano Aguilera a su trayectoria en la cuarta edición del Premio, en 2022. En su pintura, el peso de la vida parece refugiarse en los colores que utiliza la artista, como para revelar la fiesta que oculta las heridas.
Las obras que son parte de la historia del Premio (antes Salón) Mariano Aguilera son la representación de lo que ha pasado con la humanidad durante el siglo XX.
Para Santiago Ávila, el premio no puede dejar de lado esa historia, eso que ha construido, para ponerla en diálogo con lo que sucede hoy en día, tanto en lo artístico como en lo social: “Cuando hablamos de la quinta edición creo que el Mariano tiene que pensar en su dimensión como postura política, para obtener más incidencia sobre el acervo que ha construido, pero también sobre cómo decide acompañar a los artistas”.
En otras palabras, el Premio Mariano Aguilera va de la mano con la tradición que lo acompaña —obras de arte de reconocidos artistas ecuatorianos— pero también con el encuentro que generan artistas actuales, tanto con su tiempo como con las comunidades con las que trabajan.
Porque el Premio Mariano Aguilera se ha pensado para que las propuestas artísticas también sean capaces de reconocer procesos históricos y luchas de colectivos, e incluyan componentes pedagógicos que sean de apoyo para el público que visite las muestras..
Así, el arte se vuelve conversación entre gente, actualidad y política, y es un diálogo que no se detiene.
El arte y la creatividad de frente ante el caos
“Mantener lo que se tiene es importante, pero no podemos quedarnos allí, pensando que es suficiente. Ahora más que nunca, necesitamos reforzar nuestras capacidades creativas para resolver, paso a paso, sin prisa ni demoras, un problema nacional que apenas comenzamos a entender”, escribió Ana Rosa Valdez, directora ejecutiva del Museo Nacional (MuNA).
En su texto, Valdez argumenta por qué los museos no deberían dejar de existir en época de crisis, como la que atraviesa Ecuador.
Y en ese contexto de miedo y violencia en el que vivimos tampoco debería faltar el Premio que promueve esas capacidades creativas de las que habla Valdez.
Santiago Ávila ve al Mariano Aguilera como un acto de constante resistencia. “Creo que el Mariano representa, de alguna manera en el imaginario, este programa que ha logrado, sobre las vicisitudes de un país que casi siempre se está desmoronando, seguir existiendo. Y, sobre todo, permanecer dentro de nosotros, como artistas, como algo importante. Y, que a pesar de que muchas veces haya sido casi que parado o reestructurado, sigue siendo uno de los espacios para crear arte contemporáneo de una manera digna y con una postura que dé un pulso del panorama nacional”.
Un pulso nacional que no sólo busca obra terminada, sino una experiencia basada en el proceso de crear arte contemporáneo.
Por ejemplo, en la cuarta edición se premió, en la categoría de Nuevas pedagogías, al proyecto Manifiesto: tiempo del agua en vibrantes capullos, propuesto por Andrea Zambrano Rojas, Paola Viteri-Dávila, Belén Santillán, Isadora Parra y el colectivo Mujeres de Frente. En este trabajo que mezcló lo artístico con lo político y pedagógico se estableció un cruce entre los cuidados, el curar y cómo esto, desde lo cotidiano, puede llevarse al terreno de lo artístico. Lo hicieron a través de diversas manifestaciones artísticas como cuadros e instalaciones de diferentes tamaños y realizadas con distintos materiales, como paja y plantas.
Lo personal y lo pequeño se puede volver material del arte. Se puede convertir en propuesta para el Mariano Aguilera. También está lo político en el medio.
Con Eternal ICE —también una de las ganadoras de la cuarta edición—, Juan Carlos León hizo una crítica al extractivismo, a la explotación y a la alteración de los ecosistemas, que han permitido el aumento del calentamiento global. Lo hizo a través del uso de un fragmento de hielo proveniente del volcán Chimborazo, colocado en una vitrina, de frente a la imagen circular de un detalle del nevado que permanecía como testigo. Arte que se debía disolver porque el hielo no iba a aguantar.
“Creo que hay un trabajo comprometido, tanto con los artistas como con las comunidades que establece nuevas redes de trabajo” dice Francisco Suárez, para quien la experiencia del Mariano Aguilera implica corresponsabilidad de todas sus partes, incluyendo al Centro de Arte Contemporáneo, que acompaña a los artistas para que desarrollen las obras que serán expuestas.
Estas relaciones entre los artistas y el CAC, que también incluyen a los vecinos del barrio de San Juan, a la entrada del centro histórico de Quito, que visitan y participan activamente en las muestras que existe en el Centro, son las que hacen de este premio una experiencia valiosa. Tanto para artistas como para quienes vayan a recorrer las muestras ganadoras, una vez que estén expuestas, a lo largo de este año y el siguiente.
El Premio Mariano Aguilera, más que una radiografía del momento, funciona como un ejercicio creativo de crítica, resiliencia y de unidad.
El origen y el camino del Mariano
En 1917 empezó la historia de lo que, en ese entonces, se conoció como Salón Mariano Aguilera —el premio artístico más importante que entregaba el Municipio de Quito.
Hace más de 100 años, el entonces Concejo Municipal Quito —presidido por Abelardo Montalvo— decidió que los fondos que provenían del arrendamiento de un inmueble de la ciudad se destinarían, cada año, a premiar a las tres mejores obras artísticas creadas en ese periodo.
El inmueble fue donado por el filántropo Mariano Aguilera y desde ese momento, su nombre ha estado ligado al arte de la ciudad y del país.
Lo que en el siglo XX se concibió como un espacio para mostrar las últimas manifestaciones artísticas, con ganadores como Camilo Egas y Araceli Gilbert, es ahora un terreno para poner en evidencia procesos artísticos contemporáneos y reconocer trayectorias.
Mientras fue Salón, se premiaba a la mejor obra ya creada; pero en la actualidad ya no es un concurso para definir quién es el mejor artista. Entre 2011 y 2012 se transformó en lo que es hoy: un premio para propuestas que van a ser desarrolladas y un reconocimiento a la trayectoria de un artista.
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