Oswaldo Viteri murió el 24 de julio de 2023, un día en el que todo estaba removido en Ecuador. Su muerte se supo al día siguiente, y quedó convertida en una nota al pie de página porque así es aquí. El arte no es masivo. Ecuador tiene una deuda con sus artistas.
Hay una paradoja porque Viteri nunca fue olvidado. Es probable que muchos ecuatorianos hayan visto alguna de sus obras sin saberlo. Y en eso también hay magia.
Él siempre estuvo ahí, como una bisagra entre el arte moderno y el contemporáneo. No hay otra manera de definirlo.
Viteri es el artista de la indagación, de la inquietud, de los cuestionamientos.
Es el artista del que otros artistas hablan. Que tuvo una mirada que cruzó lo figurativo a su manera, lo abstracto, el ensamblaje, el dibujo, la serigrafía, los retratos, las máscaras, los murales, las esculturas.
Para Viteri no había necesidad de detenerse y quedarse en un solo sitio. La exploración fue constante y está a la vista.
Por ejemplo, en el Museo Nacional —MuNa— se pueden ver algunas de sus obras. Una de ellas, Ventana de luz —de 1987— es un ensamblaje en el que cientos de muñecas de trapo permanecen pegadas sobre un lienzo de 160 centímetros por 160 centímetros. La mayoría oscuras, vaciadas de luz. En el centro, un recuadro de las mismas muñecas, como si estuvieran bañadas por una iluminación que no existe.
Hay un efecto ahí. Es como estar ante un truco de magia.
En esa parte de su obra, Oswaldo Viteri recoge mucho de lo que fue conociendo y aprendiendo. Lo que pensó desde que se acercó a los estudios folklóricos que se hicieron fuertes desde los años 50 y que lo llevó a estudiar Antropología, y a ser director del Instituto Ecuatoriano de Folklore, en 1966.
De esta forma, se enfocó en algo más allá que la representación indígena. “Él va más allá de la denuncia. Es más poético”, dice la doctora en historia, María del Carmen Oleas, también docente de la Facultad de Arte de la Universidad Central del Ecuador.
Viteri hizo arte donde flota el mestizaje. Es imposible no notarlo. En la página web del artista, su hija, la galerista y docente Ileana Viteri, escribe en las obras de ensamblaje de su padre: “… el concepto de mestizaje singulariza su obra, mestizaje o fusión que no sólo contempla los aspectos étnicos sino, sobre todo, los culturales e históricos a través del tiempo”.
Y si la obra de Viteri está en el MuNa es porque ahí debe estar, es el lugar para un artista de su importancia. Es una pieza importante del arte hecho en Ecuador.
“Oswaldo Viteri es un artista que vive porque creó mundos, tanto en el arte, en el espacio académico y en la esfera personal. Es uno de los mayores exponentes del arte ecuatoriano (…) Fue un creador abierto a explorar nuevos lenguajes expresivos”, así lo define Romina Muñoz, directora del Museo Nacional.
Para Muñoz, Viteri vive en presente. Él no está condicionado a la desaparición, dice.
En el segundo piso del MuNa, por estos días, en la muestra del Hotel Colón, también se pueden ver varios cuadros hechos por Viteri, sobre todo retratos.
Hay otro retrato en el salón amarillo del Palacio de Carondelet. El que hizo de Osvaldo Hurtado, presidente entre 1981 y 1984. La particularidad está ahí. Está la persona retratada, sí. Pero también está el artista en los trazos, en la identidad de lo que se ve.
El artista de las mutaciones
La palabra precisa para hablar de Viteri es “maestro”. El maestro Osvaldo Viteri nació el 8 de octubre de 1931 en Ambato. Su inclinación por el dibujo se hizo evidente desde muy pequeño, lo que significó que, ya en Quito —donde llegó a los 12 años— empiece a entender sobre arte en el taller del pintor holandés Jan Schreuder, en 1954.
Tres años antes arrancó sus estudios de arquitectura, en la Universidad Central del Ecuador. Para 1959 trabajó en el taller de Oswaldo Guayasamín y se volvió docente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central.
En 1960 ganó el premio Mariano Aguilera en Quito. Para ese momento había realizado varias exposiciones y trabajado murales.
Viajó a Madrid, continuó aprendiendo lo que sucede en el mundo. Hizo lo mismo en Francia, en los años 70. A finales de esa década empezó a trabajar con esculturas. Siguió exponiendo, hizo murales, grabados, fue reconocido en varios países. Llegó a ser finalista del premio Príncipe de Asturias en dos ocasiones. En 1997, el Estado ecuatoriano lo hizo acreedor al premio Eugenio Espejo.
Hasta 2015 siguió participando en muestras, como en la VI Bienal de Arte de Beijing.
Al ser Viteri el artista que sirve para entender lo que fue el tránsito entre lo moderno y lo contemporáneo se reconoce algo fundamental en su manera de experimentar al arte: siempre estuvo en contacto con lo que sucedía en su tiempo. Y eso quizás le permitía pensar con algo de anticipación.
O estar en esa avanzada. En la vanguardia del arte.
Viteri parecía estar una cruzada por reconocer qué podía usar de los distintos formatos para mantener esas relaciones abiertas entre Ecuador y el exterior, para encontrar puntos de contacto entre su arte, lo que pensaba de lo que sucedía aquí y lo que podía dialogar con las manifestaciones que se daban afuera.
Por ejemplo, fue el primer artista en realizar un performance en Quito, en 1968. En una época todavía temprana para esta manifestación artística.
“Se trata de una indagación fragmentaria, situada en su tiempo y lugar, entrelazada también con las búsquedas identitarias que se produjeron en un momento de gran vitalidad estética e intelectual en Latinoamérica”, explica Lucía Durán, directora ejecutiva del Museo del Alabado, sobre esas inquietudes de Viteri.
Para María del Carmen Oleas, esa indagación es también resultado de una vocación antropológica en el artista: “Él se aproximaba a elementos del pueblo con ganas de conocer”, dice. Viteri no da soluciones en su obra, pregunta, quiere dejar un cuestionamiento y eso lo siente el espectador de su obra.
Es magia.
Y así, su obra abrió ese diálogo necesario con “referentes estéticos internacionales, manteniendo preguntas por lo local”, como dice Romina Muñoz. Para Muñoz se trata de un diálogo que también abrió “la puerta la puerta a valorar otros caminos creativos de la producción artística ecuatoriana».
Oswaldo Viteri sigue vivo en las obras que hemos visto y que seguiremos encontrando en el camino.
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