Hasta cuando hace poesía, Yuliana Ortiz Ruano está contando algo. Es como si la narración no tuviera más alternativa con ella; está ahí, sale y sentencia. Por eso no fue una sorpresa que en 2022 apareciera su primera novela, Fiebre de carnaval.
Esta es su cuarta publicación, luego de Sovoz, de 2016; Canciones desde el fin del mundo, en 2020, y Cuaderno del imposible regreso a Pangea, en 2021. Las tres dedicadas a la poesía. Pero en la novela ella encontró algo más, un tipo de libertad que no había experimentado en su recorrido poético.
“La novela no es solo ese espacio monolítico, es un espacio para jugar, inventar, fluir. En la poesía se puede también hacer eso. Pero cuando escribía poesía, cuando la hacía, sentía que tenía muchas ataduras”, me dijo Yuliana Ortiz, en el centro de Quito, un día en el que participó en la Feria Internacional del Libro de Quito 2022. Ataduras porque cuando empezó a hacer poesía, a sus 17 años —Ortiz nació en Esmeraldas, en 1992—, “escribía con todos los miedos impuestos”.
Porque escribía sus versos e iba a bares a leer sus poemas y ella sentía que esa experiencia era violenta. “Había muchos manes lámpara. Los poetas son gente heavy”, recuerda.
Y ella salió de esa escritura poética que creaba “en el desborde laboral, en el desborde académico” —en los tiempos que le daban el trabajo y los estudios— para llegar a una especie de exigencia mayor. Una que se estuvo cocinando en su cabeza por cuatro años y que terminó en una novela con la que ganó la primera edición del premio IESS Primo Romanzo Latinoamericano, en Italia, que se entrega a una obra importante de un escritor o escritora emergente, menor de 35 años, que no haya sido traducida al italiano.
Esto fue en enero de 2023.
Fiebre de carnaval es una novela impresionante. Todo lo que sucede se cuenta a través de la voz y la mirada de Ainhoa, una niña en Esmeraldas, en un punto entre 1999 y 2000, época del feriado bancario, de la crisis económica, en la que ya se cocinaba la migración hacia Estados Unidos y Europa. Y todo —la violencia, la muerte, la convivencia— es contado con un ritmo particular, como si se tratara de una fiesta que también tiene algo siniestro.
En la novela, la vida se abre paso por medio de Ainhoa, que cuenta sobre su familia, sus costumbres, las hazañas, los dolores y lo que pasa a su alrededor con otros seres que viven en su pueblo. Ortiz escogió un punto de vista que enfrenta a todo lo duro desde la distancia del descubrimiento. Y, a veces, esa decisión deja sin respiración a quien lee Fiebre de carnaval.
La vida es un carnaval
Si hay algo que vuelve a esta novela una maravilla es cómo se relaciona estrechamente con la música.
Pero no con el uso de un playlist en Spotify convertido en una estrategia extraliteraria para consolidar la experiencia de la lectura.
Es algo más profundo. Fiebre de carnaval parece sostenerse en la idea del son, y la narración es el resultado del trabajo de una Yuliana Ortiz Ruano que se activa como la sonera, como esa cantante que en las partes finales de las canciones de salsa comienza a improvisar.
Sí, la música salsa es muy importante aquí —hay fragmentos de letras que aparecen reproducidos en ciertas páginas—, así como otros géneros musicales empatados con lo afrodescendiente.
Pero no es solo un tema de ritmo, es un asunto de llegar a lo más importante de cada escena o capítulo. Porque esta novela se construye por partes y todos esos fragmentos unidos producen el impacto final.
“Viéndolo en retrospectiva, hubo un exceso de planificación, como de cuatro años. Y eso era una forma de autosabotearme y no escribir nada. Entonces en 2020 —por el confinamiento— se abrieron muchas cosas como trabajar en la computadora dando clases y seguir de estudiante, también con la computadora”, cuenta la escritora.
Y en ese momento, la escritura empezó a fluir al combinarse con la pulsión que tiene por la música.
“Me di cuenta que no quería escribir algo planificado y yo ya venía investigando mucho sobre la música, porque soy muy melómana. Además siento que en la música hay algo, hay un lenguaje que yo quisiera poder asir. Creo que la música es inasible y eso me gusta mucho de ella”, dice Ortiz.
Ella —que asegura que quisiera decir abiertamente que es música, en lugar de narradora y poeta— se emociona y habla de la capacidad evanescente del sonido, porque no se lo puede tomar, pero funciona como parte de la memoria.
Y esto es un punto de partida. “Empecé a escribir, a situar la música de la crisis por donde está situada mi novela que es al inicio de la dolarización que sufrió Ecuador”, cuenta. Y lo hacía revisando las ideas del escritor y musicólogo afro de Reino Unido, Kodwo Eshun. En particular su libro Más brillante que el sol en el que, hablando de la música de Underground Resistance y de Sun Ra y otros proyectos, hace referencia a las sonoridades que surgen en tiempo de crisis.
“Fue bellísimo encontrarme con la música de las crisis. Me di cuenta de que la música, en la novela que quería escribir, era la posibilidad de un punto de fuga de la crisis. En esta crisis la gente salía a quemar llantas, familias que se quedaron incompletas por la migración, pero también estaba la fiesta. Lo festivo existiendo ahí, no necesariamente vinculado al tema migratorio, pero había un sentido de huida, de irse desesperadamente, pero desde un sentir festivo”, dice la escritora.
Yuliana Ortiz Ruano es también Dj y se especializa en sets de música afro de todo el mundo. Puede poner música de DJ Travella —“un chico de Uganda pero que vive en Londres, que es casi noise, pero africano”—, o algo de Nidia Góngora o de Underground Resistance. Son sonidos afro que así como tienen algo en común no se parecen uno al otro.
Todo con un sentido evidente: “Es como la idea del comercial del champú, donde la diversidad es una chica blanca, una chica negra, una chica indígena… Y eso nos hace pensar que no hay diversidad dentro las propias indigeneidades y dentro de las propias negritudes, pero hay mucha diversidad. No todos sonamos igual”.
Entonces se trata de música y memoria, de música y diversidad, como base. Fiebre de carnaval no es un ejercicio por el que Yuliana Ortiz Ruano cuenta su vida personal. Es una historia de ficción.
Una sobre el momento de crisis y la gente que no salió del país.
La voz de la infancia en medio de la violencia
Otro de esos puntos fundamentales de esta novela es la voz. Ainhoa puebla la novela, le da forma a la lectura. Su universo es el universo que experimentamos los lectores. Y toda la historia —donde incluso hay violencia sexual— nos llega a través de su forma de contar y de cómo ella entiende lo que le sucede y lo que pasa en su entorno.
La reflexión es lo que permitió el nacimiento de Ainhoa: “Había pensado también la infancia en torno a algunos ensayos que estaba leyendo, sobre todo por la etimología de la palabra infante, que es lo que no tiene voz. De qué manera el infante echa a andar sus pulsiones a través de una voz que no puede agenciar un poder, sino más bien otro tipo de circunstancia, otro tipo de flujos y apareció la voz de Ainhoa, que es una voz muy liberadora”.
Así, ella se puso a disposición de los ojos y de la boca de Ainhoa. Debió aceptar que no estaba hablando ella como Yuliana Ortiz —“yo tengo un bagaje cultural, académico y político que me permiten entender y nombrar la violencia, pero Ainhoa no tiene ese bagaje”—. La voz debía ser la de una niña que no llega a los 10 años.
Por eso, el recorrido de la escritora por ese universo partió desde el desconocimiento, algo que define como liberador.
Esto es importante para comprender el manejo de uno de los temas más trascendentales aquí: la violencia. Fiebre de carnaval es una historia sobre distintas violencias, algunas de ellas ya pueden ser reconocidas como tal hoy en día, pero en el tiempo que los acontecimientos de la novela se dan y la forma en que se enuncia, no hay tanta conciencia del gesto.
Ainhoa sobrevive la violencia de su ambiente. Por ejemplo, lo que sucede con ella y la limpieza del cuerpo, porque ella corre, juega, pasa mucho tiempo en el sol y apesta, la convierte en un “cuerpo a resolver porque es un cuerpo femenino”, dice la autora.
Y cómo no hablar de la gran violencia que el libro parece denunciar: la del abuso sexual, que acarrea algo más. En este caso, la violencia del aborto. “Aparece esta violencia”, dice Ortiz, “pero la violencia no siempre es mala”. Continúa con su reflexión: “Cantar es violento, bailar es violento porque puedes terminar lesionado. Hacer abortar a una niña es violento, pero también es violento y más heavy que una niña siga con el embarazo”, sentencia.
Esto hace referencia a uno de los momentos más intensos de la novela —no es spoiler, un libro como este es más que la historia que cuenta. Donde aparecen “mujeres que no tienen un bagaje político teórico, pero entienden desde su perspectiva física y corporal, que una niña no puede continuar con un embarazo. Y como no tienen acceso a nada, porque están en una zona olvidada por el Estado, deciden hacer un aborto en el patio, con las hierbas que tienen. Cantan, se acompañan y la niña aborta”.
Yuliana Ortiz Ruano remata su idea: “No conozco ninguna lucha que se haya ganado desde la paz”.
Fiebre de carnaval se publicó en 2022, tanto en España —con la editorial La Navaja Suiza— como en Ecuador —con Recodo Press.
Hay un libro de cuentos que debería salir este 2023. Pero, mientras tanto, Yuliana Ortiz no está escribiendo. Lee y sigue escuchando música — “se me va el tiempo escuchando y descubriendo música”, dice.
Una nueva novela vendrá en “un futuro muy lejano”, asegura.
Con una sola frase consigue dejar sin asidero la repregunta sobre sus nuevos trabajos. Esa pregunta que siempre se hace a quien escribe y que, en el fondo, quiere asegurarse que la persona que escribe siempre escriba, que no deje de hacerlo, casi como obligación. Yuliana Ortiz Ruano no deja espacio a nada cuando dice: “También es liberador no escribir”.
Y tiene razón. No siempre hay algo que contar y aceptarlo es necesario.
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