En La playa de los enchaquirados, Iván Mora Manzano recurre a Vicky, un personaje central, para mostrar algo maravilloso. Algo que requiere mucha paciencia de quien está viendo el documental.
Paciencia es una palabra clave y no porque aquí haya que esperar o todo vaya lento. La paciencia es una virtud fabulosa para ver la película porque quienes la vemos debemos esperar para ir construyendo, nosotros mismos, ese espacio y ese terreno de tolerancia.
La historia es en la playa de Engabao, una comuna rural del cantón Playas, en la provincia de Guayas. Una playa donde hay una comunidad de mujeres trans.
Y esas mujeres no son rechazadas como se esperaría de un pueblo de la Costa de Ecuador, un país marcadamente machista.. En ese espacio pesquero, Vicky se levanta temprano para salir a pescar y luego atiende en su tienda que también es un bar, donde se reúne el resto de pescadores a beber luego de la jornada de trabajo.
Vicky es un corazón en la comunidad. Es una mujer con la piel oscura, quemada por el sol, de espalda ancha y delicada al andar. Su voz es aguda, y su mirada es como si guardara todos los secretos del universo para sí misma.
El sentido de la película no es explicar por qué se acepta en la comunidad a las mujeres trans. Para eso están los estudios académicos. Lo que hace Iván Mora Mamzano es mostrar. Nos coloca de cabeza en la cotidianeidad y todo día a día es cruel, amigable, gracioso e incompleto. No es un perfil, no es un retrato, es la posibilidad de ver otra forma de vida.
Una vida que sucede en una provincia como Guayas, en un país como Ecuador. Una convivencia que, por suerte, no tiene a ninguna J.K. Rowling para despotricar en contra de alguna mujer trans. Un mundo que se mueve en sus propios tiempos, a ritmo de vallenatos, risas y olas del mar.
Eso que se construye en pantalla
El director se enfoca en construir una familiaridad. Ese es su objetivo. En un mundo plagado de la estética del reality show, Iván Mora Manzano cuida en extremo la fotografía y no quiere construir una puesta en escena. La cámara se acomoda fija, no se mueve y registra lo que alcanza a registrar. Solo hay movimiento cuando sigue a Vicky y a otros pescadores, porque en el mar, las olas ganan. De ahí, todo es contemplación.
En esa contemplación se produce, de a poco, la totalidad de La playa de los enchaquirados.
No hay voz en off, no hay nada que establezca un registro de orden o un requisito de explicación. Hay un día que empieza y otro que termina. Personajes que se sientan a conversar en una de las mesas del bar. Vicky que escucha cómo le dicen hermano y hermana, sin que haya discriminación. Rosalinda, otra de las mujeres trans que también aparece en el documental, habla sobre lo que es ser madre para ella.
Y de nuevo, la pesca, la playa, la vida que nunca desaparece.
Tampoco hay que explicar lo de enchaquirados, el término que habla del uso de chaquiras —o cuentas— como parte de la vestimenta, y que hace referencia a cómo llamaban a los homosexuales que, en la época huancavilca, vivían en una especie de harén y que cumplían una especie de rol religioso en su comunidad. En Engabao algo de eso se mantiene.
Pero este contexto histórico no es parte del documental. La playa de los enchaquirados no quiere ofrecer respuesta. Solo busca mostrar una realidad. Las dudas deben ser resueltas por cada uno y cada una. A veces es bueno googlear.
Esta especie de momento de vida funciona y se cierra con un final que pone a Vicky y a Rosalinda a conversar sobre lo que hacen, lo que esperan. Son personas que envejecen, que han vivido y amado, que sienten y esperan. No hay forma de no sentirse identificados por esa charla. En el fondo, se trata del encuentro. De un encuentro profundo, de una armonía. De seres humanos que dicen y hacen cosas como cualquier ser humano, y que no sienten temor de mostrarse como son, y su entorno no los discrimina.
Engabao puede ser un poco un paraíso.
La playa de los enchaquirados se puede ver este sábado 12 de noviembre a las 7 de la noche, en la Cinemateca de la Casa de la Cultura, en 6 de Diciembre y Patria, en Quito. El costo de la entrada es de cinco dólares.
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