“La batalla entre el bien y el mal es infinitamente fascinante porque participamos en ella todos los días”. Se supone que esa frase es de Stephen King, el escritor norteamericano que ha sido llamado Maestro del terror y otros tantos calificativos que por el momento no vienen al caso, pero no hay manera de estar 100 por ciento seguros de su punto de origen. Al menos no por ahora. Sin embargo, más allá de que haya sido o no escrita o pronunciada por King, esa frase esconde una condición ineludible al hablar de la fascinación que existe sobre los asesinos seriales.

Una fascinación que a veces desaparece de la vista pública, pero está ahí, se queda dormida, acecha.

Hasta que salta una vez más a la vista. Hoy, por ejemplo, es el turno de Jeffrey Dahmer.

Y no es, necesariamente, un ejercicio de mirar lo sórdido por placer o por morbo. Al ser parte de esa batalla constante y diaria —con diferencias en la intensidad que pueda tener para diferentes personas, desde luego—, nos convertimos en esos ojos que miran a un pozo oscuro, que parece no tener vida. No para lanzarnos en él, sino para observar lo que somos en nuestra totalidad. 

El ser humano es capaz de las acciones más sublimes y hermosas; así como de las más terribles.

La historia del asesino serial es la historia de una tragedia mayúscula y no importa el tiempo que pase entre una explosión de interés en estas figuras y otra, siempre habrá interés por parte del público, porque de vez en cuando vale la pena mirar a ese pozo y entender hasta dónde se puede llegar para generar dolor en otros.

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Dahmer es el ‘caníbal de Milwaukee’. Fue responsable del asesinato de 17 adultos y adolescentes, entre 1978 y 1991. No solo mató a sus víctimas, también las desmembró y, en algunos casos, realizó actos de necrofilia con los cuerpos de los hombres que asesinó. Hasta comió sus restos.

Algo absolutamente repulsivo.

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Con Dahmer — Monster: the Jeffrey Dahmer story, que se puede ver en Netflix, resurge la polémica. 

Ya sea porque se considera que romantiza al asesino —una de las críticas más comunes cuando resurgen estas historias—, o porque se acusa a estas series de no ponerse del lado de las víctimas y de ignorar lo traumático que puede ser para sus familias volver a recordar lo que pasó. O porque no hay necesidad de contar esas historias lúgubres y tétricas en un mundo de por sí es tétrico y lúgubre.

Pues la miniserie creada por Ryan Murphy e Ian Brennan puede tranquilamente enfrentarse a esas críticas. No enaltece en ningún momento al asesino, interpretado por Evan Peters. Lo que trata de hacer es mostrar no solo la responsabilidad individual en estos actos execrables, sino también la participación de la sociedad en la construcción del monstruo. 

Dahmer muestra al asesino como un ser resultado del abandono o de la decisión consciente de ignorar lo que pasaba en las narices —como sucede con el padre de Dahmer, Lionel, que el actor Richard Jenkins interpreta con eficacia. 

También pone en evidencia una de las omisiones que más se ha criticado históricamente en este caso: el pésimo trabajo policial, el racismo institucionalizado en las fuerzas públicas. Muestra cómo el sistema prefiere, para evitarse problemas, dejar a un lado a personas con desórdenes mentales y solo hacerse cargo de ellas cuando ya es muy tarde, cuando el acto criminal se ha consumado.

No es que Jeffrey Dahmer sea víctima del sistema, pero sí una persona consciente de que estaba haciendo algo malo y de verbalizarlo que no encontró interlocutores que le permitieran un tratamiento adecuado. 

La serie de Murphy y Brennan no justifica nada. Muestra las acciones de Dahmer —a veces con demasiada crudeza— y en todo momento él es el responsable de lo que está sucediendo. 

Dahmer también es una miniserie que no juzga a las víctimas de este asesino serial. Algo que durante muchos años se cuestionó sobre la narrativa mediática del caso, ya que los crímenes de Dahmer involucraron mayoritariamente a miembros jóvenes de la comunidad gay. 

En la miniserie no hay estigmatización. Es gente viviendo su sexualidad que tiene la muy mala suerte de cruzarse con el monstruo. Cuando se estrenó, el 1 de septiembre de 2022, Netflix incluía la etiqueta LGBTI cuando se hacía clic en ella. El rechazo a esto —por la estigmatización que suponía—, a través de redes, motivó que la cadena quitara ese tag el 23 de septiembre.

Algunos familiares de las víctimas han aparecido en medios y han dicho que ver la serie es una forma de revivir el dolor y la tragedia personal. Y tienen algo de razón en eso

Hay algo de revictimización al mostrar cuerpos y el estado vulnerable de las víctimas, que eran drogadas por Dahmer, previo a ser asesinadas. Es algo que se pudo mejorar en la producción —que tiene a la directora Jennifer Lynch como responsable de al menos cuatro episodios—, para al menos permitir una discusión mucho más enfocada sobre cómo hablar sobre asesinatos reales. 

Sin embargo, Dahmer se pone del lado de la ira y del dolor de los familiares. Pero eso no es suficiente.

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Los reclamos, pertinentes, parecen ser mínimos. En su primera semana de emisión, Dahmer tuvo casi 500 millones de horas de visionado. Una cifra descabellada, tomando en cuenta el poco tiempo que ha estado al aire y la mínima promoción que se le dio- 

El crimen llama al espectador. Hay una fascinación que tiene que ver con quiénes somos. Porque buscamos ya sea entender o porque necesitamos mecanismos que nos distancien de la realidad inmediata. Esa realidad de violencia constante, de peligro, de muerte en cárceles o en las calles.

 No se trata de saber de intrigas, ni para ver la sangre correr o ser testigos del acto de crueldad de un ser humano sobre otro. 

Quizás haya una identificación con cualquiera de los elementos de la historia —incluso con el mismo asesino—, por razones que cada uno sabrá, o reconocemos en un nivel inconsciente que a través del trabajo dramático se puede contener la violencia y el daño. Con la pantalla como contenedor, con el lenguaje y la gramática audiovisual estructurando la forma de la crueldad, podemos sobrellevar el horror que, en el fondo, nos podría pasar.

Buscamos respuestas, que triunfe el bien en esa batalla contra el mal. Respuestas para encontrar razones. Un triunfo de la bondad para que la vida sea más vivible. 

Lo que nos pasa con estos monstruos de carne y hueso —que existieron, que hicieron daño— es que, como seres humanos, nos colocamos ante un espejo. Uno que muestra esa imagen distorsionada que también somos, porque compartimos ADN con personas que han matado a otras, que han cortado cadáveres y comido partes. 

Al final, es probable que veamos historias de este tipo para saber quiénes no somos. Y eso es suficiente razón para que se sigan contando estos pedazos de humanidad que permanecen en un profundo pozo oscuro.

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Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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