La historia que recoge la película de Juan Antonio Bayona, La sociedad de la nieve, se ha contado en libros y otra película —desde Hollywood—, ha sido la base para una exitosa serie —Yellowjackets— y hasta ha sido mencionada satíricamente en Los Simpson. El accidente aéreo del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que se estrelló en los Andes el 13 de octubre de 1972 es, sin duda, un evento histórico.
De esos que se definen como canónico. Porque hay acontecimientos a los que se debe volver una y otra vez ya que el tiempo les permite una nueva lectura.
Y en este accidente —a veces llamado el Milagro de los Andes— hay mucho que indagar detrás de la experiencia de sus 16 sobrevivientes —de los 40 ocupantes de la nave tipo Fairchild Hiller, que iba de Montevideo a Santiago de Chile. Con temas que van desde la religiosidad, el esfuerzo, el drama, la imposibilidad del luto y, especialmente, el canibalismo.
Sí, aquí hay de todo.
La mayoría de los viajeros eran miembros del equipo de rugby de la Old Christians, que viajaban a Chile para enfrentarse a un partido con el equipo Old Boys, un club inglés. En el vuelo, también iban familiares y amigos de los jugadores. El accidente —provocado por una falla humana—, los dejó a merced de uno de los espacios más complicados para sobrevivir, sobre todo en invierno: los Andes, en el límite entre Argentina y Chile, rodeados de montañas.
Parecía imposible que los vieran.
Una historia que ya se contó
No es nada nuevo que historias de gran impacto, y que ya se han contado, vuelvan con una fuerza particular años más tarde. Ya sea porque el mundo permite un nuevo enfoque para contarlas, o porque la tecnología cinematográfica ayuda a que se puedan rodar escenas mucho más complejas.
Lo cierto es que hay reflexiones que hoy se pueden hacer que antes no.
Por ejemplo, si bien la base de la película ganadora del Oscar Sin novedad en el frente es el antibelicismo —que se percibe tanto la novela de Erich Maria Remarque, como la primera adaptación cinematográfica de Lewis Milestone, de 1930, así como la versión de 2022, de Edward Berger, que se puede ver por Netflix—, hay algo más.
Las tres cuentan la misma historia, pero cada una se sostiene por los distintos posturas de lo que significa estar en contra de un conflicto armado.
En esas tres versiones están presentes la crueldad y lo inútil de la guerra. Sin embargo, en el filme de Berger la ingenuidad del personaje principal, Paul Bäumer, es lo que cobra mucho más fuerza en un mundo plagado de conflictos.
Si bien Sin novedad en el frente está ambientada en la Primera Guerra Mundial, no flaquea en su vocación de criticar las guerras, que son absurdas en su concepción y que sólo sirven para que las personas que están en el poder y toman decisiones puedan cumplir algún sueño de reconocimiento.
En la versión de 2022 esto es mucho más fuerte, sobre todo porque Paul Bäumer va a descubrir que siempre fue un peón más en el juego de otra persona. Un juego tétrico y desalmado. Por eso, el final de la película golpea, porque el horror del conflicto es más cercano.
Eso, en un mundo de pura convulsión y enfrentamientos, es una idea que tiene más fuerza ahora que hace casi un siglo.
Si cambiamos de género, en 2020, el director y guionista Leigh Whannell hizo una nueva versión de un clásico del horror: El hombre invisible. Tomando la idea básica de la novela, publicada en 1897, de Herbert George Wells —un científico que encuentra la manera de controlar el índice de refracción de un cuerpo, para volverse invisible—, la versión de Whannell hace una lectura contemporánea de esta historia.
Si bien mantiene mucho del espíritu de la trama original —que fue llevada al cine en 1933 por James Whale—, la nueva versión (2020) apuesta por la violencia de género como base. El científico creador de esta tecnología, que en esta ocasión la usa para hacerle la vida imposible a su ex pareja —interpretada por Elizabeth Moss—, por medio de un traje especial que funciona con cámaras diminutas que lo ayudan a desaparecer.
Esta parece que no es una película que quiera aprovecharse económicamente de la lucha feminista. En realidad, el filme de Whannell hace del horror algo mucho más íntimo y, de esa manera, agobiante.
Porque la violencia al interior de los hogares es el gran tema de la película de 2020. Algo que en las versiones anteriores no se consigue mostrar del todo. Hoy sí es el momento para hacerlo.
Lo que La sociedad de la nieve nos dice hoy
Regresar a estas historias es darle una nueva oportunidad a que se digan otras cosas. A que se posibiliten otras escenas y lecturas.
La versión de 1993 de los hechos relacionados al accidente en los Andes, que se llamó Viven —dirigida por Frank Marshall—, fue la película que puso al acontecimiento en el imaginario colectivo del mundo. Con efectos especiales dignos para la época —la escena del avión estrellándose es mucho más intensa en Viven que en La sociedad de la nieve—, esta versión se centró en temas muy concretos, como comparar el comer la carne de los amigos fallecidos con la comunión y colocar al acto de supervivencia a la par de lo heroico. El filme también encontró respuestas que la versión del español Juan Antonio Bayona usa de manera implícita, especialmente en lo relacionado con el rito religioso de la comunión.
Mientras en Viven la supervivencia llega a tener hasta un sentido casi místico y religioso —los sobrevivientes eran católicos practicantes, unos más que otros— por el que casi que alimentarse del cuerpo de los muertos se puede entender como una comunión, en La Sociedad de la Nieve esto se enuncia de otra manera.
Con la fotografía, con la narración particular del personaje de Numa Turcatti —interpretado por Enzo Vogrincic— y el montaje de los últimos minutos, la religiosidad en este filme se pone en evidencia de forma distinta: más hermosa y sugerente que la directa y poco poética que se aprecia en Viven.
La sociedad de la nieve no es Hollywood, ni toma sus estrategias para contar lo que quiere contar. Y su mérito en este momento es poner en un producto cinematográfico la necesidad de aceptar que si se trata de la salvación, esta es en conjunto. No se salva uno solo, sino el que es capaz de entender que lo que hace es por él y los demás.
Este es un tema recurrente en el cine de Bayona. Ya lo puso en relieve en Lo Imposible, con personajes que luchan por sobrevivir y que los suyos sobrevivan. Pero en este momento de la historia de la humanidad resulta necesario, más que nunca, hacer hincapié en la idea de que hay que cuidarnos entre todos, que no hay de otra.
Por eso, repetir historias que se han hecho antes no es sinónimo de no tener ideas, sino de que eso mismo puede leerse de otra forma en este momento. Y esas nuevas lecturas no niegan las anteriores, sólo ayudan a conectar de una manera más actual con esas historias que son y seguirán siendo contundentes para el ser humano.
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