El retrato enmarca el rostro de una mujer, rodeada de militares de los que solamente podemos distinguir las visceras de sus gorros. Sobre su mejilla cae una lágrima apenas desbaratando su impecable maquillaje mientras su mirada está un poco perdida en el horizonte. Sus pómulos parecen esculpidos, y con su sombrero de ala ancha y atuendo de negro, de pies a cabeza, parece una viuda italiana de una película de Michelangelo Antonioni. La escena es de la vida real, aunque la mujer sí es una actriz de Hollywood. Meghan Markle, duquesa de Sussex y esposa del Príncipe Harry, dio de qué hablar en el funeral de la Reina Isabel II, como suele hacerlo en cualquier evento público que la involucre a ella y a su familia política. 

No solo por su reacción —que muchos no tardaron en llamar exagerada o fingida— sino también por su atuendo: un vestido negro, diseño de Stella McCartney, de cuello redondo y con una capa adjunta que enmarcaba sus hombros y aportaba más solemnidad y elegancia al look. El sombrero, un elemento protocolar para ocasiones como esta, suntuosos guantes de seda largos, y unos aretes de diamantes y perlas obsequiados por la Reina, y considerados una forma de tributo por parte de la esposa de su nieto.

Aunque el palacio de Buckingham no le permitió a Harry utilizar su uniforme militar durante los ritos funerarios (a pesar de que, a diferencia de su padre, su hermano y sus tíos, formó parte activa del ejército británico), y aunque por primera vez una mujer, la princesa Ana cumplió el mismo rol que sus hermanos en el funeral y vistió traje militar, los medios decidieron enfocarse, una vez más, en Meghan.

Su look me remitió a otro famosísimo vestido negro de la historia de la monarquía inglesa: el revenge dress de la Princesa Diana, que causó furor en 1994 por su pronunciado escote y su corte entallado al cuerpo. Diana lo usó para una fiesta de la revista Vanity Fair, el mismo día en que su exesposo, el Príncipe Carlos, confesaba en televisión que le había sido infiel durante su matrimonio. Diseñado por Christina Stambolian, el vestido de seda negro se volvió icónico por ser una prenda sumamente arriesgada para una royal. 

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La prensa lo bautizó como “el vestido de la venganza”. Los hombros de la princesa estaban completamente al descubierto, su cuello adornado con una enorme gargantilla de perlas y sus uñas pintadas de rojo, un clarísimo desafío al protocolo. Los stilettos negros daban la estocada final. Fue un look que marcó un antes y un después en la imagen pública de Diana: aquí una mujer lista para reclamar su poder y hacer una vida propia, sin las constricciones rígidas de la familia de su exmarido.

Si bien el vestido con capa de Meghan Markle (que envuelve a la duquesa en una suerte de armadura) no es un arriesgado revenge dress, como el que su suegra usó hace dos décadas, sí envía un mensaje claro: no voy a esconderme, no tengo ninguna intención de pasar desapercibida. 

princesa Diana

El día que el príncipe Carlos anunció en televisión nacional que había sido infiel a la princesa Diana, ella vistió lo que luego los medios llamaron el revenge dress. Fotografía tomada de la cuenta de Twitter de PopBase.

Desde que el príncipe Harry anunció su relación con Meghan Markle, la pareja ha sido blanco de un escrutinio casi forense en la prensa inglesa, que ha cobrado dimensiones aún mayores tras su decisión de renunciar a tener roles activos en la Familia Real y mudarse a California, anunciada a través de un comunicado oficial en 2020. 

Meghan actriz estadounidense, exitosa por protagonizar la serie Suits, con cientos de miles de seguidores en Instagram y en su blog de lifestyle, y ¡divorciada!no recibió la mejor de las bienvenidas por parte de los tabloides de ese país, conocidos por su obsesión con los escándalos de la Monarquía. Sobre todo se centraban en su origen multiétnico —su padre es blanco, su madre negra— para perpetuar críticas que muchas veces caían en burdas manifestaciones racistas y misóginas. “La nueva novia de Harry es casi salida directamente de Compton”, titulaba el Daily Mail en su artículo sobre la flamante pareja —una referencia a Straight outta Compton, la canción del grupo de hip-hop NWA sobre su vida en uno de los barrios más pobres y violentos de Los Ángeles.

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Esa fijación por su origen nunca cesó, y los titulares continuamente pintaban la imagen de una mujer ambiciosa, calculadora y cabreada, aprovechando peligrosos estereotipos alrededor de las mujeres afroamericanas y su carácter fuerte. 

Harry ha expresado más de una vez cómo el miedo a que su esposa corra la misma suerte trágica de su mamá, la Princesa Diana, motivó su mudanza a Estados Unidos. “Perdí a mi madre y ahora soy testigo de cómo mi esposa es víctima de esos mismos poderes, y mi miedo más profundo es que la historia se repita”, dijo el Príncipe en un comunicado oficial, en 2019, en el que anunciaba que emprendería acciones legales contra varios tabloides. 

Es evidente, entonces, que esta fue una decisión consensuada en pareja. Sin embargo, persiste una especie de teoría conspirativa en la que Markle, la actriz divorciada, manipuladora y ambiciosa, es la culpable de la ruptura, y de enfrentar a Harry con su familia.

Harry y Meghan Markle

El príncipe Harry y Meghan Markle en una de las fotografías de su boda. Fotografía tomada de la cuenta de Instagram de princeandtheprincessofwales

Meghan sabe que todos los ojos están sobre ella cada vez que regresa a suelo británico. Y nada fue casual en la elección de su vestuario para el funeral con el que logró opacar a todos los otros miembros de la familia real con un simple gesto: la lágrima derramándose sobre su mejilla. En redes sociales, miles de personas expresaron desconcierto frente a lo que percibieron como un gesto falso y sobreactuado. ¿Pero no despertaría más críticas si aparecía con semblante frío y sin expresión en el funeral de la abuela de su esposo? 

Hay algo en Meghan que enseguida dispara la incredulidad de su audiencia, y ella lo sabe. “Cuando conocí a Harry, yo era una actriz. Todo mi trabajo consistía en que me dijeran dónde pararme, qué decir, cómo decirlo”, dijo Meghan en un perfil escrito por Allison P. Davis para la revista New York. Está claro que ha sido entrenada hasta el hartazgo para manejar a la prensa, y que hay algo que se enciende en ella cada vez que ve una cámara cerca. Ella mismo lo reconoce: es una actriz, y el de princesa es el rol más complicado que ha tenido que jugar. Davis lo explica a la perfección en su retrato de Markle: es como si tuviera al productor de un reality metido en su cabeza dictándole qué decir y qué callar.

Meghan

El atuendo de Meghan Markle durante el funeral de la Reina Isabel II fue el centro de atención para muchos. Fotografía tomada de la cuenta de Instagram de PaperMagazine.

Su contraparte, naturalmente, es su concuñada Kate Middleton, casada con el hermano mayor de Harry, el Príncipe William. La prensa no se cansa de compararlas y contrastarlas. Meghan es la gringa arribista y ambiciosa que llegó para causar un caos en la familia Real; Kate es la “hija-de-vecino”, 100% made in England, que asume su destino noble con entereza, consciente de que su rol es el de una actriz de reparto, no de personaje principal (porque ese es William). 


Al decidir dejar de lado su vínculo con la familia real y “recuperar su narrativa” como lo explicó Meghan en una íntima entrevista con Oprah Winfrey en 2021, los duques rompieron el artificio de “cuento de hadas” que aún protege a William y Kate. Kate es el símbolo sobre el que el pueblo británico aún puede proyectar todas sus fantasías sobre cómo debe ser y actuar una princesa, porque puede vivir en paz sin tener que “alzar su voz”. 

En contraposición, Meghan es la villana que aísla a Harry no solo de su designio histórico sino también de su familia y de su país. El anuncio de acuerdos millonarios por parte de la pareja con gigantes del entretenimiento como Spotify y Netflix, bajo el paraguas de su empresa, Archewell, para producir series de televisión, documentales y podcasts, fue tomado por sus críticos como la confirmación de su deseo por ser famosa fuera de los apretados protocolos y reglas del Palacio de Buckingham.

Meghan Markle y la reina Isabel II

Meghan Markle y la reina Isabel II cuando la monarca conoció al primer hijo de su nieto Harry y Meghan. Fotografía tomada de la cuenta oficial de Instagram del Duque y la Duquesa de Sussex

Al casarse con Harry y convertirse en una royal, Meghan Markle tuvo que dejar atrás todo lo que había conseguido por sí sola: una carrera exitosa, un blog adorado por sus lectoras fieles donde escribía abiertamente sobre su día a día, y la libertad de construir una imagen propia e independiente, más allá de ser “la esposa de”. Y esto abarca también su forma de vestir, el color de sus uñas, el tamaño de sus accesorios. Detalles tan ínfimos como el alto de sus tacones, la paleta de colores que puede o no puede usar (adiós a las estridencias, los colores chillones, el animal print) y ámbitos tan sustanciales como cuándo puede dar una opinión públicamente y sobre qué tema.

Cada evento de la duquesa es examinado a un nivel que raya en lo absurdo, sus atuendos analizados pieza por pieza, muchas veces invitando comparaciones con su suegra, un fashion icon que sigue siendo relevante a 26 años de su muerte.

Los protocolarios ritos funerarios posteriores a la muerte de la Reina han sido analizados con lupa, buscando pistas para develar cuál es la verdadera situación entre los duques de Sussex y el resto de la familia Real: ¿hay tensión entre los hermanos William y Harry? ¿está tratando Meghan de opacar a su nuera, Kate, con sus looks? O con enfoques como ¿cuál de las dos parejas es mejor recibida por la multitud de personas que se ha apostado a las afueras del palacio de Buckingham? ¿qué mensaje estaban tratando de enviar cuando sentaron a los duques de Sussex en la segunda fila durante la misa? 

La familia Real está blindada detrás de siglos de tradición y un enorme protocolo que controla lo que vemos fuera del Palacio. Las respuestas a esas preguntas nunca las podremos conocer con certeza, más allá de la pura especulación.

Mientras los medios especulan, Meghan ha logrado alejarse de los extenuantes protocolos oficiales de la nobleza, pero no se ha liberado del régimen autoimpuesto sobre su propia imagen: Meghan la marca siempre va a estar por encima de Meghan, la persona. 

No importa cuánto se empeñe ella en humanizarse ante los medios, su afán por “apoderarse de la narrativa” no la hace más cercana. Porque su narrativa es la de una mujer exitosa, completamente en control de sí misma, con un marido perfecto, unos hijos perfectos y contratos millonarios que pagan por el poder de la marca Meghan Markle. No hemos visto en su transformación ninguna grieta. Tal vez Meghan no solo necesitaba escapar de la rigidez de la Familia Real, sino también la de su propia cabeza. 

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Nessa Terán
(Quito, 1988) es periodista, publicista y tiene un máster en Media Management por el New School de Nueva York. Le apasiona la intersección entre moda, política y cultura pop. De 2017 a 2020 manejó Soy la Zoila, una plataforma creada para cerrar la brecha de género en los medios tradicionales y la opinión pública. En 2020 fundó Severo Editorial junto a Fausto Rivera. Ha trabajado y colaborado en los principales medios escritos del país como Revista Diners, El Comercio y El Telégrafo.
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