Aún tengo recuerdos de mi infancia, en la que viví violencia familiar. Mi padre maltrataba a mi madre, y nos abandonó cuando yo tenía 2 años. Viví con mi mamá el mismo patrón de violencia hasta que cumplí 16 años, y decidí irme de casa con un hombre buscando una nueva vida, que no encontré. Con él seguí viviendo abuso físico, psicológico y sexual.
Detalle de la ventana de mi casa.
Detalle de mi sombra
Bodegón de implementos básicos del hogar.
La escasez de la canasta básica me hizo emigrar. Emigré desde Venezuela a Ecuador en el 2017. Como muchos, Ecuador es un país de tránsito y de acogida de ciudadanos venezolanos.
Según el Ministerio de Gobierno, desde el 2016 hasta el 18 de agosto de 2020, entraron 1.863.812 ciudadanos venezolanos de los que, 350.498 permanecen en el país. Este registro no considera a las personas entraron por pasos fronterizos irregulares. Hasta agosto de 2022, según R4V —la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela— en Ecuador hay 502 mil ciudadanos venezolanos.
Zapatos que trajo Hayde de Venezuela.
Cuando llegué al país, me establecí en Montecristi, Manabí. Allí continúe viviendo violencia física por dos años más. Un día, la profesora de uno de mis hijos me citó a la escuela. Me dijo que él estaba siendo agresivo con las niñas en el jardín, que no jugaba con sus compañeros y que no quería hacer las actividades de la clase. Me preguntó si algo pasaba en mi hogar. Yo le dije que no porque tenía vergüenza. Pero mi hijo ya le había contado que mi esposo era violento. La profesora me dijo: “Decida señora es su marido o sus hijos”.
Mi hijo jugando en el patio de la casa
Tuve que tomar una decisión. No quería perder a mis hijos y tampoco quería que ellos repitan esos patrones. A mi esposo le dije que estaba cansada de sus maltratos. Tuve mucho miedo. Sobre todo porque dependía económicamente de él. Me angustiaba no saber cómo mantener a mis cuatro hijos. Como madre, una siempre piensa en el bienestar de ellos. Mientras tomaba esa decisión, recibí ayuda psicológica de HIAS y Care. Logré poner una denuncia en la Fiscalía, y me asistieron para sacar una boleta de auxilio que evite que él me siguiera acosando.
Mi hija Saray (9 meses) y yo visitando el jardín de nuestra casa.
Mis hijos jugando en el parque Plaza cívica de Montecristi.
Sé que mi caso no es aislado. El número de mujeres víctimas de violencia de género aumentó un 3,2% en el 2021. La tasa de víctimas de violencia de género fue de 1,4 por cada 1.000 mujeres desde los 14 en adelante. En Ecuador existen varias instituciones para buscar apoyo psicológico o denunciar al agresor como la Fiscalía, la Junta Cantonal de Derechos, el ECU 9-1-1 pero estamos en un país donde la autoridad no hace caso hasta que las mujeres víctimas de violencia nos encontramos en situaciones irreversibles.
Después de separarme de mi agresor, busqué apoyo en algunas organizaciones para empezar un emprendimiento. Sin embargo, muchas solo ofrecen asistencia a personas migrantes que estén en el Ecuador por menos de un año y yo tenía más tiempo. Por último, el abuelo de mis hijos, consciente de nuestra situación, nos prestó $20 dólares.
Yo vendiendo empastados y bolos.
Con ese capital, empecé a vender bolos caseros y empastados a base de leche y frutas naturales que ahora me da el sustento para mi hogar. Sin embargo, esto también depende del clima y no he llegado a tener estabilidad económica ya que solo me alcanza para subsistir con mis hijos. La economía no siempre es buena. A veces no podemos tener una alimentación balanceada y a veces solo comemos dos veces al día. Es la realidad de muchas familias en el Ecuador a pesar de tener el ánimo y ganas de salir adelante, hay altos y bajos en el mundo del emprendimiento.
Detalle de los bolos que produzco.
Aunque hay días duros, me siento tranquila con mi decisión. Mujeres ecuatorianas y extranjeras somos guerreras que decidimos emprender e innovar para así sustentar los gastos básicos de nuestros hogares. También, para que nuestros hijos se sientan orgullosos de tener una madre decidida a trabajar y luchar. Madres, que como yo, decidieron alejarse del círculo de violencia.
Retrato de Anthony, mi hijo de 4 años.
Retrato de Giovany, mi hijo de 8 años.
Atardecer en Montecristi.
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