El adjetivo que algunos medios han usado es “escandaloso”. Aunque ya no hay novedad en que Tommy Lee haya mostrado su pene —ya lo hizo en los 90 en un video en el que se lo veía tener relaciones sexuales con su entonces esposa, Pamela Anderson, creando el primer “celebrity sex tape”— el gesto adquiere un peso particular. El rockstar como esa figura que puede hacer lo que le da la gana y salirse con la suya ya no está de moda.

El “escándalo” es, entonces, el acto de un tipo de 59 años que quiere demostrar el tamaño de su pene y dejar en claro que sigue siendo un rebelde, porque todo rockstar debe serlo. La rebeldía ha pasado al plano tan anecdótico que la misma Disney ha hecho una miniserie, este 2022, sobre la vida de los Sex Pistols —el epítome de la banda punk que en televisión abierta de Inglaterra se dedicó a decir malas palabras en vivo, en 1976.

Quizás esa rebeldía del rock —que Tommy insiste en mantener— está en otro lado ahora, o simplemente ya murió, o busca resucitar de alguna otra manera. Pero Tommy Lee no es capaz, ni tiene las ganas ni la idiosincrasia para buscarla en otros espacios. La verdad que todos entendemos menos él, el baterista de Mötley Crüe, que es un reflejo de otra época. Thomas Lee Bass —su nombre real— pertenece a un momento del rock en el que todo acto o declaración se sostenía bajo el sentido de desdén y de violencia hacia el exterior, como epítome del rockstar. 

Lee es ese ser que forma parte de la estirpe que rompía habitaciones, que se jactaba de todas sus aventuras sexuales como un gesto absoluto de hombría. El que era capaz de dejar en claro, con el discurso en sus canciones, que la mujer era el objeto que se debía poseer. En Girls, girls, girls, Mötley Crüe canta “I’m such a good, good boy / I just need a new toy”. ¿Mostrar el pene ahora? Un gesto adicional de una rutina bien ensayada.

Esto cambió. En 1991 llegó Nirvana con Kurt Cobain a la cabeza y el relato empezó a cambiar. La violencia ya no era necesariamente exterior. Era hacia uno mismo, hacia la ira que se sentía por cómo estaban pasando las cosas, hacia los instrumentos musicales que eran sacrificados y destruidos al final de cada concierto. Pero eso es parte de otra historia.

Vivimos en otro momento y no es que la “corrección política” —como temen algunas personas que no pueden ver más allá— haya devorado toda posibilidad de rebeldía. Lo que sucede es que, como el mismo rock se ha encargado de decirnos en los últimos 30 años, la rebeldía es un terreno distinto; la destrucción es otro tipo de gesto, el escándalo no es una necesidad en sí misma.

Tommy Lee parece que no lo sabe. O lo sabía y no le importó.

Incluso su mismo compañero de banda, el bajista Nikki Sixx —que se ha bebido y metido todas las sustancias posibles en su cuerpo—, ha sabido bajar el tono con los años. Quizás por la edad o la comprensión del tiempo que vive. Su cuenta de Instagram, por ejemplo, es un espacio donde muestra la música que hace y su vida familiar —sobre todo con una hija de cuatro años, a la que muestra y lleva a todo lugar. 

Quizás Nikki Sixx ha envejecido, ha crecido. No solo no parece tener los 63 años que tiene sino que la agresividad de uno de los tipos más extremos que haya dado vida el Sunset Strip de Los Ángeles, ha sido contenida con el paso del tiempo.

Entonces, ¿por qué Tommy Lee regresa a ese terreno? Sí, el verbo es “regresar” porque no estaba ahí. En los últimos años, Lee estaba buscando otro espacio e imagen, sobre todo luego de que en 2018 circulara ese video en que Brandon —uno de los dos hijos que tuvo con Pamela Anderson— discutía con él y lo golpeaba. La relación se arreglaría con el tiempo y Lee se ha enfocado más en mostrar su vida familiar y su fascinación por los bonsáis, a través de redes sociales.

Pero los bonsáis han sido de nuevo desplazados. 

El retorno de Tommy Lee a esa figura gratuitamente polémica llega cuando una reformada Mötley Crüe —que incluye a un fuera de forma Vince Neil y al guitarrista Mick Mars, de 71 años— está en plena gira de estadios por Estados Unidos. Una gira que comparte cartel con Joan Jett & The Blackhearts, Poison y Def Leppard. Una gira en la que los rumores dicen que él no está tocando la batería en serio, sino que hace la mímica. Lo dicen porque Tommy Lee se rompió cuatro costillas semanas antes de empezar el tour, en junio de 2022.

En la gira, Lee sale a escena y toca entre tres y cuatro canciones cada noche, y luego es reemplazado por Tommy Clufetos para el resto de temas.

En plena gira, Tommy Lee muestra su pene —que es grande, algo que fue parte de las “bromas” que se hacían cuando el sex tape con Pamela Anderson apareció, en 1995— como evidencia de esa hombría de antaño, innecesaria. 

Quizás más relevante que el contexto de la gira y la aparente necesidad de atención y popularidad, es que la foto se publica a pocos meses de la miniserie Pam & Tommy que cuenta, en clave de drama, cómo fue el robo del video privado de ellos, y su comercialización. Un proyecto televisivo que expuso a un violento Tommy —interpretado por Sebastian Stan— como reflejo y representación de todo lo que públicamente él ya era en ese momento. 

Si Tommy mostró su pene, aparentando un descuido —escribió “Oooopss” como copy que acompañaba a la foto—, no hay nada gratuito. Si se trata de un juego, de un acto adicional de chico malo, no hay más remedio que verlo como lo que es: las ruinas de un tipo de concepción sobre la música y sus estrellas que hace tiempo dejó de tener sentido o justificación.

No es que ver un pene sea motivo de drama o de moralinas. Es que ver un pene de esa forma siempre esconde algo más. Y en este caso, eso que esconde no es más que la idea del macho que muestra el tamaño de su “miembro viril” para ganar algún tipo de competencia en la  que este señor de 59 años parece seguir compitiendo. Pero lo que no se da cuenta es que compite solo.

Eduardo Varas 100x100
Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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