¡Hola, terrícola!

Ya todos sabemos que Elon Musk compró Twitter. Desde que la adquisición se hizo pública, ha habido un torrente de conclusiones sobre qué pasará con Twitter, una red social rota, tóxica, con menos usuarios y mucho menos rentable que otras redes sociales. Solo para citar un ejemplo, Meta, la compañía madre de Facebook, tuvo ganancias por 117 mil millones de dólares en 2021 ¿Twitter? “Apenas” 5 mil millones.

flecha celesteOTRAS HAMACAS

Pero Musk, polémico, amado, odiado, deslenguado y visionario, se empecinó en la compra. Pagó más de lo que el mercado había fijado como precio de la compañía y logró conseguir, a través de créditos bancarios, los 44 mil millones de dólares en efectivo que ofreció. 

La agencia Reuters reportó que Musk obtuvo 13 mil millones en préstamos garantizados por el propio Twitter (como si lo hipotecara) y un préstamo de 12,5 mil millones garantizado con sus acciones de Tesla, la compañía de autos inteligentes que él fundó. El resto, dice Reuters citando fuentes anónimas, será cubierto por Musk con su propio efectivo

El plan Musk delineó más su visión para la corporación del pajarito azul en lugar de hacer compromisos claros, dijo esa fuente. El pitch a los bancos fue que su gestión recortará las compensaciones a altos ejecutivos (actualmente, Twitter paga 630 millones cada año en ese rubro), recortará ineficiencias en la compañía (no ha descartado despidos) y encontrará nuevas formas de monetizar tuits.

La reacción del mundo a la adquisición está muy resumida en el titular de la nota de Reuters: cheers and fears (vítores y temores).

Lo que ha causado estas reacciones diametralmente opuestas (un efecto común de lo que dice y hace Musk), es su aproximación a la libertad de expresión. “La libertad de expresión es la base de una democracia que funcione, y Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad”, dijo Musk en el comunicado en que anunció la compra.

Tiene razón en ambos puntos: la libertad de expresión es un pilar fundamental de una democracia sana y Twitter, que siempre ha sido una compañía privada, se ha convertido, de hecho, en un espacio donde se debaten muchos temas esenciales para la humanidad. 

Pero el escepticismo nace de si la definición de libertad de expresión en Twitter va a ser un capricho de Musk. Él ha dicho que no. 

El 26 de abril tuiteó a sus casi 90 millones de seguidores en esa red social: “Por ‘libertad de expresión’, me refiero simplemente a lo que se ajusta a la ley. Estoy en contra de la censura que va mucho más allá de la ley. Si la gente quiere menos libertad de expresión, le pedirá al gobierno que apruebe leyes a tal efecto. Por lo tanto, ir más allá de la ley es contrario a la voluntad del pueblo”. 

Además, ha dicho que espera que sus peores detractores continúen en Twitter porque “eso es la libertad de expresión”. En otros tuits ha dicho lo que espera de su ahora propia red social: ser políticamente neutral y enojar en medidas iguales a la extrema izquierda y extrema derecha.

Además, ha dicho que planea eliminar a los bots (con lo que acabaría con la horrible estrategia política de los troll centers) y verificar a todos los humanos (lo cual moderaría el discurso tuitero: ya sabemos que el anonimato saca lo peor de la gente). Además ha ofrecido encriptar los mensajes directos que hoy pueden  ser leídos por los administradores de Twitter (encriptarlos lo impediría). 

No es difícil estar de acuerdo con estos conceptos. Pero hay matices que complican el panorama. Como ya lo ha dicho Yuval Noah Harari, hoy enfrentamos problemas complejos, muy distintos a los del pasado, donde la resolución era un juego sencillo de bien y mal, blanco o negro. 

Es claro que cualquier cosa que se dice en Twitter hoy incendia a los más radicales. Y algunas veces ha sido Musk quien ha desatado a esa gente violenta (y bloqueado a aquellos que lo cuestionan). Lo hizo hace unos días, cuando acusó a la jefa legal de Twitter de ser su “principal promotora de censura” . Sus tuits más sobrios y conceptuales contrastan con sus expresiones más espontáneas, que generan olas de repercusiones inesperadas.

“Creo que la concepción de la libertad de expresión de Musk es tan contradictoria como tonta”, le dijo Jillian York, autora del libro El futuro de la libertad de expresión en el capitalismo de la vigilancia, al diario británico The Guardian. “El absolutismo”, dijo en referencia a la autodefinición de Musk como un “absolutista” de la libertad de expresión, “en una plataforma como Twitter no tiene en cuenta los daños muy reales que Twitter puede causar como plataforma global, por ejemplo, siendo utilizado por actores maliciosos como ISIS y extremistas de derecha”. Según Musk, ni ISIS ni la extrema derecha tendrían un lugar en su red. 

Cuando se refiere a la ley, además, ya no habría tal absolutismo: es más fácil ser absolutista cuando uno solo opina y no gestiona. Además, significa que lo que pase en Twitter estaría sometido a las leyes de cada país —y en América Latina, al Sistema Interamericano de Derechos Humanos, que precautela la libertad de expresión salvo cuando incita al odio y a la violencia. 

Pero quizá la visión de Musk sea tan idealista e equivocada como la de los fundadores de Twitter, que soñaron con una red de robusto debate, intercambio de ideas y cooperación. En su lugar, la realidad fue un ejército de trolls, polarización y argumentos superficiales y posverdad. Las plataformas como Twitter tienen “la capacidad de alguien para arruinar la vida de alguien en un instante”, le dijo York a The Guardian. 

Por supuesto: del otro lado del argumento está gente que cree que la censura está justificada cuando contradice su set de valores individuales. En redes se juzga rápido y no por los hechos ni evidencia, sino en cuánto quien dijo o hizo algo se alinea a mi postura personal. Es el firme cimiento de la peligrosa posverdad. 

En redes se descalifica al que piensa distinto, se lo marca como enemigo y se anula la posibilidad del debate. Ya no hay interés en escuchar al otro, sino en someterlo. La tentación de la censura recorre todos los días nuestra esencia: es más fácil acallar (y acanallar) que persuadir (y sentirse par). 

Es raro porque Twitter es un espejismo. Lo que sucede en esa red social en muchas partes no refleja la realidad de toda la sociedad (Ecuador y América Latina son un buen ejemplo). Eleva a enésimas potenciales solo a los más virulentos de la sociedad y crea burbujas irreconciliables. Además, seduce a los políticos para seguir el camino de la demagogia y la falta de sustancia. En Twitter no hay puentes, solo dinamita. 

No solo eso: la gran mayoría de las sociedades no se informa por esta red social. Según el Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford, apenas el 13% de los usuarios de Twitter en 2021 lo usaron semanalmente para consumir noticias.

En ese mismo estudio, se reveló que la principal red de propagación de desinformación no fue Twitter. Facebook y Whatsapp, en diferentes partes del mundo, causaron la mayor preocupación en cuanto a ese mal.

Aún así, mucho de lo que se genera en Twitter marca el devenir público. Y por eso, dice Renée DiResta en The Atlantic, Musk no está peleando por la libertad de expresión, sino por atención. “Twitter no es una plaza pública, es una arena de gladiadores”. 

Por supuesto, para mucha gente que el hombre más rico del mundo controle una plataforma como Twitter es problemático. Uno que además ha usado la red para sus propósitos comerciales y ha sido sancionado por hacerlo

Es una preocupación válida. La acumulación de poder nunca ha sido una buena idea. Ni de particulares, y peor del Estado. Y los datos son la moneda con la que se acumula poder en el presente y lo seguirá siendo en el futuro. Podría ser que Musk decida, como dueño de la plataforma, qué es libertad de expresión y qué no (aunque ha prometido ceñirse a la ley, ¿quién quita que cambie esto después?)

Es un riesgo latente. Pero, ¿justificaría ese temor apostar por la censura?  

La cultura de la cancelación es brutal y dura. Es sobre todo, injusta: olvida que todos, hasta los más reprochables individuos, tienen derecho a un debido proceso. Lo peor es que desconoce la rehabilitación y prefiere la venganza y supresión total: es como si dijeran “los que me caen mal no tienen una segunda oportunidad (yo y mis amigos, sí)”. Hay muchos casos. Como el de Justin Sacco, una joven sudafricana que hizo un chiste, de mal gusto, y su vida cayó en desgracia. O el del adolescente que se suicidó tras una acusación falsa divulgada en redes.  

Yo no tengo respuestas, sino preguntas. Pero me parece imperativo recordar a John Stuart Mill. En Sobre la libertad dio quizá el punto clave para comprender la necesidad de una genuina libertad de expresión. “Si toda la humanidad menos uno fuera de una sola opinión, y sólo una persona fuera de la contraria, la humanidad no estaría más justificada en silenciar a esa persona que si esa persona tuviera el poder, estaría justificada en silenciar a la humanidad”, escribió el filósofo británico. 

La diversidad de opiniones nos enriquece. Aún aquellas opiniones que nos parecen descabelladas tienen su sitio en el debate público. “El mal de silenciar la expresión de una opinión es que se está robando a la humanidad”, dijo Mill, tanto a los “que disienten de esa opinión, aún más que los que la sostienen”. Si es un argumento correcto, “se lo priva de corregir al error por la verdad”, si es equivocada “se pierde un beneficio casi tan grande: la percepción más clara y la impresión más viva de la verdad, que se produce por su colisión con el error”.

Esto por supuesto no justifica la incitación al odio ni a la violencia. Tampoco significa dar una patente de corso para difundir la mentira sin consecuencias. Pero una mentira confrontada por la verdad, debería desvanecerse —mientras permanezca en las sombras de la censura, se martiriza

Si esto es lo que Musk quiere, bienvenido sea. Si quiere, por el contrario, imponer sus opiniones —muchas veces detestables—, nos enfrentamos a un grave problema. De aquellos que solo el tiempo resolverá (aunque ya haya gente que piensa que Twitter por tóxica y poco rentable, está más allá de toda reparación).

**Por cierto: los próximos dos domingos no habrá hamaca, ¡estaré de vacaciones!

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José María León Cabrera
(Ecuador, 1982) Editor fundador de GK. Su trabajo aparece en el New York Times, Etiqueta Negra, Etiqueta Verde, SoHo Colombia y Ecuador, entre otros. Es productor ejecutivo y director de contenidos de La Foca.

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