¡Hola, terrícola!

El lunes 25 de marzo de 2022, la NASA anunció con genuina alegría que, hasta la fecha, se han encontrado 5000 exoplanetas, que son aquellos que orbitan otras estrellas, distintas a nuestro sol.

flecha celesteOTRAS HAMACAS

Pero aunque algunos califiquen que es “lo más parecido a la Tierra”, aún no hemos encontrado otro mundo al que mudarnos. En total, se supone que hay unos diez exoplanetas que podrían ser bastante parecidos a nuestra simpática —y única— bola azul. 

(Antes de seguir: en esta hamaca habrá unos números gigantescos y unas multiplicaciones absurdas.)

La marca anunciada es emocionante pero casi obvia: se calcula que en el universo existen unas doscientas mil millones de estrellas —si solo el 1% tuvieran sistemas solares, serían unos dos mil millones de billones (sí: 200.000.000.000.000.000.000.000). Digamos que, si en promedio, tuviesen un sol dándole vueltas, habría dos mil millones de billones de mundos posibles. Es una estimación muy conservadora: por ejemplo, los 5000 exoplanetas avistados hasta ahora son solo de nuestra galaxia, la Vía Láctea. 

La cifra de exoplanetas conocidos se actualizó —y quedó en 5005, para ser precisos— el 21 de marzo de 2022. Ese día, 65 nuevos fueron agregados al Archivo de Exoplanetas de la NASA. El archivo, una suerte de repositorio cósmico, registra los descubrimientos de exoplanetas que han sido anunciados en artículos científicos revisados ya ​​por pares y que han sido confirmados utilizando múltiples métodos de detección o mediante técnicas analíticas. 

No hay, en ninguna de las entradas de ese gran compendio planetario, uno solo del que se pueda a decir, con certeza, que podría albergar vida —y ese es el motivo para andar oteando la galaxia y el espacio profundo: saber si hay un lugar que podría acogernos.

Si la  humanidad pusiera un anuncio en un Tinder sideral buscando un nuevo planeta, pondría algo como: Buscamos un planeta rocoso —como Mercurio, Venus y la Tierra, y no gaseoso como Júpiter, Saturno y Neptuno—, en zona habitable con agua líquida para una relación milenaria y estable (en el anuncio, por supuesto, omitiríamos nuestra tendencia tóxica a destruir el planeta). 

La zona habitable de un sistema solar es, explica la NASA, la distancia desde una estrella en la que podría existir agua líquida en las superficies de los planetas que la orbitan. “Las zonas habitables también se conocen como zonas de Ricitos de Oro, donde las condiciones pueden ser las adecuadas, ni demasiado calientes ni demasiado frías, para la vida”, dice la NASA. Si no está en ese punto, no podríamos vivir ahí: estaría o demasiado caliente y con agua evaporada o demasiado frío y con el agua congelada.

El exoplaneta similar a la Tierra que queda más cerca  que se llama Próxima Centauri B, está a “solo” 4 años luz, o sea a ​​37.842.113.619.517 kilómetros  (me encantaría decirte cómo se pronuncia ese número, pero no tengo la más remota idea: si tú sí sabes, por favor, dime). 

 Para comprenderlo, hagamos un ejercicio simplista. La nave SpaceX, con la que Elon Musk planea llevar gente a Marte, está diseñada para alcanzar más de 28.000 kilómetros por hora. A ese ritmo, se estima que cada año luz se podría recorrer en 37.200 años. O sea que tardaríamos casi 149.000 años en bajarnos en Próxima Centauri

Pero supongamos que logramos multiplicar esa velocidad. Imaginémonos que la técnica conocida como “propulsión avanzada”, que permitiría a una nave viajar a un millón de kilómetros por hora, es lograda y perfeccionada. Podríamos reducir 37 veces el tiempo que nos tomaría: serían “solo” 4 mil años volando en el espacio. 

Digo que es un ejemplo simplón porque no estoy contando todas las demás dificultades que un viaje así significaría: desde resistir físicamente el vuelo a esa velocidad, de crear una colonia espacial flotante que vaya en una nave gigante donde se puedan cultivar alimentos, estudiar, crecer, filosofar, ir al cine o salir a caminar, entre tantas otras actividades humanas. 

A eso hay que sumarle que  Próxima Centauri B orbita una estrella enana roja, lo que hace que su zona habitable esté muy cerca, su período orbital sea muy breve (poco más de 11 días) y esté expuesto a altísima radiación ultravioleta (que en condiciones normales, nos mataría). 

Otro planeta de esa lista que emocionó a los científicos y entusiastas de irnos de la Tierra, es Kepler-452b, que es uno de los “primos” más parecidos y el primero en ser descubierto que orbitaba una estrella más o menos del tamaño de nuestra enana amarilla (esa es la clasificación de nuestro sol).  El buen Kepler 452-b es un poco más grande que la Tierra, es muy probablemente rocoso y 1,6 veces más grande que ella. Antes de que me preguntes: está a 1.400 años luz —una eternidad de eternidades. 

Su primer nombre es compartido con varios otros exoplanetas, bautizados así porque fueron descubiertos por el fantástico telescopio espacial Kepler, lanzado en 2009 y que funcionó durante casi una década.

(Una pequeña digresión: siempre me ha fascinado la tradición ecuatoriana de bautizar a personas como Kepler, ¿dónde habrá nacido? ¿Fue en honor al gran Johannes Kepler, quien explicó el movimiento de los planetas? En fin… volvamos a lo nuestro).

Por si te preguntas cómo se vería un exoplaneta, te recomiendo ver esta representación artística en 3D hecha por la NASA de uno de los Keplers.

El sistema solar que más nos ha emocionado es TRAPPIST-1. Tiene siete mundos rocosos, todos ellos con potencial de agua en su superficie, a 40 años luz de nuestra casa.  

En febrero de 2018, un estudio más detallado de los siete planetas reveló “que algunos podrían albergar mucha más agua que los océanos de la Tierra, en forma de vapor de agua atmosférico para los planetas más cercanos a su estrella, agua líquida para otros y hielo para los más lejanos”, dijo la NASA. De los 7 planetas parecidos al nuestro que hay en TRAPPIST-1, el que podría albergar vida como la conocemos es TRAPPIST-1E, que es el cuarto planeta desde la estrella. 

En definitiva: la Tierra es un lugar muy particular. Quizá existan otros planetas parecidos —tal vez,  idénticos— pero hasta ahora, no encontramos uno que dé la talla. El telescopio espacial James Webb tiene entre sus propósitos revolucionarios analizar las atmósferas de esos exoplanetas. 

Eso nos revelará mucho más sobre ellos: las moléculas que capte, nos dirán si son habitables y nos harán imaginar si la vida que acogen es simplemente microbial, primitiva o si, como hemos soñado desde siempre, está habitados por avanzadas civilizaciones sin la más mínima intención de conocernos. 

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José María León Cabrera
(Ecuador, 1982) Editor fundador de GK. Su trabajo aparece en el New York Times, Etiqueta Negra, Etiqueta Verde, SoHo Colombia y Ecuador, entre otros. Es productor ejecutivo y director de contenidos de La Foca.

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