Pachakutik no da pie con bola. Es lo que han revelado el juicio político a Freddy Carrión y las acusaciones en contra de Guadalupe Llori, dos hechos políticos que han dejado al partido en ascuas. Tras apenas cuatro meses en el poder legislativo, Pachakutik ya no parece la fuerza política que se disputó el segundo lugar en las elecciones presidenciales y que, en mayo pasado, aplaudía a una de sus militantes, ya convertida en la primera mujer indígena en presidir la Asamblea Nacional. A pesar de que en ese momento, Pachakutik, a través de Llori, hacía un llamado a la unidad y la reconciliación, sus palabras de entonces, hoy parecen insuficientes. Y aunque las diferencias entre el brazo electoral del movimiento indígena y la presidencia de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie), son cada vez más obvias, los problemas ahondados en las últimas semanas son otros: incapacidad para consensuar en temas decisivos, alianzas pegadas con saliva y falta de autocrítica. En la Asamblea, Pachakutik ya no tiene liderazgo. 

Las diferencias entre la línea de Leonidas Iza, presidente de la Conaie y Pachakutik no son nuevas. Tampoco son únicas y exclusivas a ellos: muchos dirigentes del movimientos se cansan de repetir y recordar que el movimiento indígena no es una entidad monolítica u homogénea, sino que ha destilado sus diferencias internamente, sin ventilarlas afuera. Ha habido, hay y seguirá habiendo diferencias. Lo que no hay, en el caso del partido, son preceptos que superen la retórica. Ni quienes los defiendan. 

Hay muchas señales de esa desorganización. En el juicio contra el Defensor del Pueblo, Freddy Carrión (que fue iniciado por Yeseña Guamaní de la Izquierda Democrática y Ricardo Vanegas de Pachakutik) el partido había emitido un comunicado diciendo que apoyaría la censura de Carrión.  Ahí decían que, como bloque, analizaron el pedido de su coideario Vanegas para procesar políticamente a Carrión por supuesto incumplimiento de funciones, falta de probidad y mal uso de bienes públicos. En un inicio parecían tenerla clara: en el comunicado distinguieron entre el informe de Carrión sobre octubre de 2019 (al que calificaron como el único transparente) y las acciones violentas por las que se acusaba al funcionario. Dijeron, finalmente, que su bancada tenía preceptos claros y que su decisión era “unánime, firme y frontal”. El comunicado cierra con dos frases en negrillas : «Por lo expuesto apoyamos la destitución del funcionario». 

Y un broche retórico: “En minka por la transparencia”. 

El ruido de las advertencias quedó en nada: Pachakutik no solo no pudo llegar a un consenso en la votación para destruir a Carrión, sino que, durante el debate en el pleno para la votación final, sus asambleístas tuvieron que salir varias veces del hemiciclo para discutirlo. Finalmente 14 asambleístas le siguieron la corriente a Salvador Quishpe, quien se abstuvo en la votación, a pesar de haber comparado a Carrión con Jaime Roldós y Tupac Amaru y haber despotricado en contra de quienes eran favorables a la censura. Es decir ni sí ni no, sino todo lo contrario. Sus palabras y su abstención eran una cantinflada. Dato importante para ahondar en el absurdo: la noche antes de la votación en el juicio político, fue precisamente Quishpe quien comunicó a la prensa la decisión de Pachakutik de votar a favor de la censura.

Además, como partido, la volatilidad de Pachakutik le ha impedido forjar coaliciones duraderas. Aunque, tal como estaba previsto, no duró mucho como aliado del gobierno, sus razones para ser ahora oposición tampoco han sido del todo claras. Parecen improvisar según las circunstancias, sin dirección. 

Su discurso luce, más bien, a la defensiva. En una pequeña movilización organizada por algunos legisladores y sus simpatizantes para apoyarse mutuamente frente a los señalamientos hechos por Fernando Villavicencio en contra de, entre otros, Bella Jiménez, por el presunto delito de concusión, Llori repetía que “todo le echan la culpa a la Asamblea” y que “los verdaderos representantes de los pobres” eran los asambleístas. Insistía en que eran víctimas de una campaña para desprestigiar el legislativo. Así, con total desparpajo y sin la menor intención de asumir responsabilidad política alguna. 

La resistencia de Llori contrasta con su apertura en mayo, cuando habló, sobre todo, de unidad y gobernabilidad. “Después de más de una década, se respira libertad y democracia en un cambio de mando”, dijo. Fue tan elogiosa con el gobierno para crear una “cultura del encuentro y la reconciliación” que, ahora, su hostilidad luce forzada. 

¿Son poses performáticas de conveniencia o los cambios abruptos que demanda la política? Tampoco se sabe. La presidenta de la Asamblea no habla claro. Y, al igual que al bloque entero, le pesa su inconsistencia: en respuesta a sus críticas, el presidente Lasso le recordó a Llori que Creo, su bloque, votó por ella. 

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Pachakutik tampoco se hace cargo. Ni de sus alianzas anteriores, ni de los señalamientos en contra de su bancada. Después de que fue revelado el abuso de viáticos de Guadalupe Llori con contrataciones de servicios VIP y otros lujos en apenas cuatro meses de gestión, en lugar de hacer un sano ejercicio de autocrítica, Salvador Quishpe salió en su defensa de la forma más torpe posible:  “No estoy de acuerdo con esos contratos onerosos de comida y eventos que ha estado acostumbrada la Asamblea Nacional. Pero me llama la atención, no dicen nada de Carondelet. ¿Será que en la Presidencia pagan almuerzos de tres dólares? Ya lo veremos”, tuiteó

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¿Qué quería decir Quishpe con eso? Si Carondelet lo hace, entonces ¿por qué Pachakutik no? ¿Que si otra función del Estado paga cenas de cuarenta dólares está bien que la Asamblea lo haga? Mal hace Quishpe —o Llori cuando culpa a las redes por una “campaña de difamación” o al sugerir que un cuestionamiento válido sobre su proceder como legisladora se debe a ataques por su “condición de mujer amazónica”. Cuando Fernando Villavicencio criticó un plan de comprar automóviles de alta gama para la Asamblea, a pesar de la crisis, Llori presentó una queja al Consejo de Administración Legislativa (CAL) por violencia política.  “Vamos a investigar los motivos que ha tenido para desacreditarme de esa manera. ¿Será porque soy mujer amazónica?”, preguntó Llori en una rueda de prensa. Victimizarse ha sido su respuesta reflejo. Pero se equivoca al pensar que culpar a los demás por sus fallas podría ser una estrategia política duradera. Al contrario: revela sus debilidades. 

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El brazo electoral del movimiento indígena enfrenta un vacío de liderazgo. El contraste con el radicalismo y protagonismo de Leonidas Iza en la Conaie es evidente. Hay una dirección: Iza, para bien o mal, ha sido consistente en su relación con el gobierno e, incluso cuando se ha abierto al diálogo, se ha cuidado de mantener su línea ideológica. El partido, en cambio, titubea entre la retórica de oposición y los llamados a la reconciliación cuando es conveniente. ¿Rabo de paja? ¿ O teléfono dañado? Las próximas acciones políticas desde la Asamblea lo dirán. Una prueba de fuego podría ser las posturas —y argumentos— que usen al momento de debatir el proyecto de ley económica urgente enviado la semana pasada por el Ejecutivo y para cuya aprobación CREO presionará a todos a los que alguna vez apoyó.

Hablar de “división del movimiento” ahora resulta inútil. Sí, hay diferencias ideológicas y estratégicas entre la Conaie y Pachakutik. Eso ya no explica cuán perdidas lucen las figuras más importantes del partido. No, más bien parece que no saben a dónde caminar, ni dónde están parados. Y mientras Llori se defiende acusando a otros, nadie está listo para tomar las riendas de su bancada. Ni tampoco a soltarlas.