*Actualización: La Iglesia Católica anunció la suspensión de las misas y celebraciones religiosas unas horas después de que esta columna fue publicada.

La Iglesia Católica ecuatoriana, ajena a la realidad del país —y del mundo—, ha anunciado su decisión de mantener la convocatoria a misas y procesiones que se celebran por Semana Santa, a pesar de que hay una pandemic global y una emergencia sanitaria nacional. 

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La realidad, de la que no se escapa rezando, es esta:  casi dos semanas después de que se identificara el primer caso de covid-19 en Ecuador y con 17 casos identificados —ya son 23—, el gobierno ecuatoriano decidió declarar la emergencia sanitaria. Las medidas incluyen suspensión indefinida de clases para todos los niveles educativos; aislamiento obligatorio para los viajeros que llegan desde los destinos con mayor contagio; y suspensión de eventos masivos. 

Los eventos religiosos en los que la cúpula católica insiste tienen una asistencia muy superior a la de cualquiera de los otros eventos cancelados a nivel nacional: en 2019, en Guayaquil la procesión del Viernes Santo tuvo una asistencia de más de medio millón de personas. El mismo evento, en Quito, ha convocado 250 mil personas en los últimos años. 

La Ministra de Gobierno, María Paula Romo dijo que ha conversado con representantes de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana para pedirles que eviten que sus feligreses asistan a eventos religiosos propios de la Semana Santa y que puso a su disposición los medios públicos para la transmisión de las ceremonias eclesiásticas. 

La propuesta parece, sin embargo, haber caído en oídos sordos. Pocas horas después del anuncio de Romo, las autoridades eclesiásticas difundieron un contradictorio comunicado de prensa el 12 de marzo. Por un lado, pedían a sus feligreses acatar las disposiciones de las autoridades pero, por otro, ellos las desacataban e insistían en la realización de procesiones como las de Domingo de Ramos o Viernes Santo. Eso sí, disponían a los sacerdotes usar mascarillas y suspendían actividades como congresos o encuentros, especialmente en espacios cerrados. 

Horas después de la publicación del comunicado, la ministra Romo dijo, en Teleamazonas que la Conferencia Episcopal puede reconsiderarsu decisión porque aún quedan algunos días para las procesiones. En un documento de la Arquidiócesis de Quito, difundido el viernes 13 de marzo y firmado por el Arzobispo de Quito, dice que “en los próximos días, conforme al desarrollo de la emergencia sanitaria, se tomará las medidas necesarias sobre las celebraciones de la Semana Santa”

Sin embargo otros actos masivos como los conciertos del cantante Raphael o de la Banda Guns n’ Roses ya fueron suspendidos. El primero, se iba a realizar en el Ágora de la Casa de la Cultura de Quito, con una capacidad para 4. 500 personas. El segundo iba a ser en el Estadio Olímpico Atahualpa, que puede recibir cerca de 50 mil personas. Ambas cifras son muy inferiores a las de las procesiones de Semana Santa. Los eventos deportivos también fueron cancelados: la Federación Ecuatoriana de Fútbol aplazó todos los eventos programados para el fin de semana posterior a la declaratoria de emergencia sanitaria hasta nueva orden. La Iglesia Católica parece inmune al sentido común y, para contrarrestar la crisis, ha pedido orar. 

¿Puede una organización —cualquiera que esta sea— poner en riesgo a toda la población, saltándose las disposiciones gubernamentales? 

La respuesta lógica es no, y países con una tradición católica muy arraigada como Italia o Portugal, suspendieron sus misas precisamente para evitar contagios masivos.

En otros países como Corea del Sur, uno de los que registra mayores contagiados, el 60% de los enfermos tienen vínculos con una iglesia con la secta cristiana Shincheonji de Jesús. En Irán, otro de los países con más propagación del virus —en 24 horas se registraron 1234 nuevos contagios— las autoridades eclesiásticas se negaron a cerrar las mezquitas incluso a pesar de que se ordenó, por primera vez en la historia de la República, que se suspendiera el rezo del viernes.

Las medidas de distanciamiento social más efectivas para reducir drásticamente los contagios son evitar las concentraciones masivas: mientras menos contacto tengamos con otras personas, más posibilidades hay de aislar el virus. 

¿Qué sentido tiene que las autoridades prohíban eventos en donde la concurrencia es mucho menor a aquella de las procesiones, si permiten que estos encuentros religiosos se den? 

La capacidad de proteger(nos) está también en respetar las disposiciones —eso incluye a la Iglesia.  Si la Conferencia Episcopal no ve el peligro al que expone a toda la población, son las autoridades gubernamentales quienes tienen la obligación de evitar que decenas de miles de personas se expongan —y expongan al resto de ciudadanos—  a un contagio masivo.