Estimada Paola,
Las actuales son unas elecciones que, como dije en un artículo anterior, dan asco. Todas las facciones políticas han llegado a su peor expresión, subiendo a la palestra política a un montón de desconocidos, egos efervescentes ansiosos de oportunidades. Su paso por la Asamblea Nacional la libra, en primera instancia, de ser parte de aquel grupo de desconocidos. Nadie puede negar su trayectoria en los medios a escala local y nacional. Sin embargo, no deja de ser una pena que no haya optado por permanecer más tiempo trabajando en el poder legislativo. Quizá dos o tres proyectos de ley presentados en la Asamblea no sean suficientes para dar el salto de figura mediática a figura política.
Usted asoma en la carrera por la Alcaldía de Quito en condiciones adversas. Empezando por las declaraciones que hiciera su predecesor, Mauricio Pozo, al desistir de su candidatura por el cabildo capitalino. Pozo justificó su salida prematura, hablando de pocas posibilidades de alcanzar la alcaldía, y de la necesidad de consolidar fuerzas, presumiblemente para evitar sorpresas populistas. Que un candidato de su partido se baje del caballo antes de iniciar la carrera, es siempre un mal presagio. Entrar de sustituto deja siempre un aura de intrepidez y audacia. La suya es una apuesta arriesgada, y supongo que consciente de las probabilidades y de las consecuencias.
Igual que en el casos de sus oponentes, su mejor aliado es el alcalde Rodas y su deficiente gestión administrativa de Quito. Rodas jugó mal sus fichas apostándole todo al metro de Quito, un proyecto que el anterior gobierno usó para silenciarlo como líder de la oposición quiteña. Cuando la ciudadanía quería un líder en las calles, Rodas no estuvo presente.
A nivel organizativo, el frente interno de Rodas resultó aún peor. Sus diversas (demasiadas) secretarías y empresas públicas municipales actuaron de manera independiente y descoordinada, en ocasiones hasta cayendo en contradicciones y conflictos. El organigrama del Distrito Metropolitano de Quito se convirtió en un conjunto de virreinatos de un imperio sin cabeza.
Aquel escenario desencadenó en una serie de retrocesos desafortunados para Quito, al punto que repetir modelos de gestión municipal del pasado se vuelve una alternativa tentadora para muchos.
Otro problema de la administración actual tiene que ver con la visión que se tiene para el futuro de la ciudad. Se nos ha planteado una visión de un Quito del futuro, compuesto por una serie de núcleos interconectados entre sí. En realidad, lo que se está haciendo es hipertrofiar al núcleo central existente, y dejar que las periferias de Quito (norte, sur y valles orientales) crezcan sin planificación alguna. Las antiguas haciendas se convierten en urbanizaciones o en asentamientos informales que no demoran nada en consolidarse. Esto se da principalmente por la desconexión existente entre los objetivos señalados para el futuro y la falta de estrategias para alcanzar dichas metas.
Gobernar una ciudad no es algo que se pueda quedar solamente en el enunciado político, que casi siempre termina siendo una afirmación obvia y redundante. Todos queremos vivir mejor, en espacios públicos limpios y ordenados, con servicios eficientes e innovadores.
Para salir de tal molde, existen dos alternativas: ofrecer lo descabellado (por ejemplo, “Disneylandia”), o demostrar que se sabe lo que se debe hacer y que se tiene una idea clara de cómo hacerlo. Aprecio muchos de sus enunciados, Paola, pero noto vacíos fundamentales en su discurso. El cómo se plantea hacer las cosas es una ficha fundamental en el ajedrez político
Su propuesta de campaña tiene una base sencilla y concisa: llevar a cabo el modelo de gestión municipal que se realizó en Guayaquil durante la alcaldía de Jaime Nebot. Usted es precisa en aclarar que relizará una gestión semejante, que no imitará literalmente lo hecho en Guayaquil.
Me queda la insatisfacción de no escucharle decir de manera específica cuáles son las diferencias entre los dos escenarios urbanos que quiere manejar con un mismo modelo, y cómo puede adaptarse dicho modelo a las circunstancias del Quito contemporáneo.
No tengo mucho que criticarle a su propuesta de campaña, pues se trata de una serie de vacíos que preferería llenar con interrogantes para dejar la oportunidad abierta para encontrar respuestas claras y coherentes.
El Distrito Metropolitano tiene otras reglas de juego, que serían una pesadilla para el Municipio de Guayaquil. Primero, como distrito metropolitano (categoría disponible para Guayaquil, pero que su actual administración municipal ha evitado asumir a toda costa) la Municipalidad de Quito gobierna directamente sobre las parroquias rurales.
Por ello, debe tener una visión mucho más macro que no solo incluye a las áreas urbanas, sino además a todo el territorio cantonal. Eso también significa que en Quito hay una trama mucho más compleja de la distribución de los diferentes estratos de la administración municipal.
En ese sentido, Guayaquil se ha mantenido eficiente porque no ha aceptado la oportunidad de volverse distrito metropolitano. Durante las discusiones iniciales del Código Orgánico de Ordenamiento Territorial (Cootad), se dispusieron condiciones para convertir a la zona administrativa 8 en el Distrito Metropolitano del Gran Guayaquil.
Las autoridades guayaquileñas rechazaron semejante posibilidad, advirtiendo que dicha opción era aún más centralista. Sin embargo, en lugar de plantear otra alternativa para ascender a Guayaquil de municipio cantonal a Distrito Metropolitano, optaron por hablar de la ‘autonomía municipal’. Poco a poco aquel discurso se transformó en el conocido “modelo exitoso” que el alcalde Nebot y sus subalternos mencionan en cada ocasión que se les presenta.
Guayaquil es (supuestamente) eficiente en su gestión porque no asume responsabilidades fuera de su territorio urbano, y porque no ha alterado la designación de áreas urbanas. La Municipalidad sólo asume competencias en áreas urbanas, y no ha modificado las extensiones de las mismas, desde hace muchos años. Por ello, la administración guayaquileña puede hablar de eficiencia: porque no asume el manejo de los asentamientos urbanos al otro lado de los límites urbanos establecidos hace décadas.
Otra diferencia está en las responsabilidades asumidas por ambos municipios. A diferencia de lo que ocurre en Guayaquil, el Municipio de Quito también tiene competencias en los campos de la salud y la educación. Obviamente, eso significa mayor personal y la necesidad de mayor infraestructura y mantenimiento.
Sólo con esas variables empiezan a aparecer impedimentos para medir la eficiencia de ambos cabildos bajo las mismas variables. ¿Cuál sería entonces el elemento al que le daría relevancia para medir la eficiencia de su administración municipal, en caso de llegar a dirigir el Concejo Metropolitano de Quito? ¿El número de servicios prestados a la comunidad, la cantidad de ciudadanos atendidos, o el número de empleados que aparecen en los roles de pago municipales?
Si para usted la eficiencia se mide en la cantidad de empleados que tiene un municipio, ¿significa eso acaso que consideraría la opción de entregarle la responsabilidad de los colegios y centros médicos municipales al Estado?
Evidentemente, su respuesta ante tal interrogante será una negativa rotunda. Sería bueno entonces, que nos dé a conocer, cómo piensa llegar a ese punto de equilibrio entre seguir brindando servicios médicos y educativos y reducir el personal municipal.
Quito y Guayaquil tienen algo en común: ambas ciudades han perdido el control de su crecimiento en el territorio cantonal.
Desde finales de los setentas, el crecimiento de Guayaquil está más en manos de los traficantes de tierras que de los planificadores municipales. Irónicamente, en el caso de Quito —a la que se le reconoce haber tenido pautas de crecimiento bien logradas, como el plan Jones-Odriozolla y el Plan Regulador de 1958— crece ahora de manera caótica.
Gracias al plan Jones-Odriozolla, la ciudad sabía los usos de suelo que iban a darse en el futuro, en áreas aún no incorporadas de la ciudad. Y gracias al Plan Regulador de 1958, los quiteños tenían conciencia de por dónde pasarían las calles, y de cómo se conformarían las cuadras en aquellos lotes que aún aparecían en el catastro como haciendas.
Quito cuenta con desarrollos informales en sus extremos norte y sur. A la desgracia de la informalidad debemos sumarle otra. De manera inaudita, el Concejo Metropolitano aprobó las regulaciones para emitir ‘Permisos Especiales de Usos de Suelo’ con los que proyectos de alta densidad pueden ser aprobados incluso en zonas rurales.
Este nuevo reglamento permite el incremento de pisos a proyectos en zonas urbanas que cuenten con medidas que ayuden a reducir el impacto al ambiente, si no fuera por dos cosas: todos los estudios de impacto ambiental corren por cuenta del promotor interesado en obtener dicho permiso especial, y dichos estudios no tienen consideraciones reales sobre el impacto en la infraestructura pública, tales como vías, agua potable, alcantarillado, entre otras.
Este modelo de permisos de uso especial de suelo se tomó de la ciudad de Medellín, con la diferencia que allá se lo usa solo proyectos institucionales y culturales, no para proyectos pensados con fines de lucro. Me pregunto si tiene una postura sobre este tipo de gestión, que complica mucho planificar el crecimiento y mantenimiento de las redes de servicios básicos.
En varias ocasiones, ha hablado —como todos— sobre el problema de la movilidad. Usted también pone sus esperanzas en el Metro, y ha mencionado la idea de resucitar la solución vial Guayasamín.
El Quito contemporáneo es una ciudad obesa. Tiene 44 mil hectáreas para menos de tres millones de habitantes, y padece problemas de movilidad similares a los de Bogotá, que tiene una mancha urbana semejante, pero con el triple de población.
Quito debe reconocer que su geografía no le favorece y que debe buscar mejores medios para solucionar el desplazamiento cotidiano de sus ciudadanos. Invertir en nuevas vías o en el ensanche de las vías existentes solo aumentará el caudal vehicular de manera exponencial. ¿Cómo solucionará este crítico problema?
De antemano, el hecho de que hable de la movilidad como problema y no como síntoma de la aún existente concentración de actividades en el híper centro de la ciudad, me resulta desalentador. ¿Cómo no va tener problemas con el tráfico una ciudad en donde hasta los más acomodados de Cumbayá y Tumbaco, cuando quieren jugar fútbol en una cancha pública y reglamentaria, deben subir hasta La Carolina?
En cuanto a la solución vial Guayasamín, sería interesante que quien llegue a ser el próximo Alcalde nos explique por qué aquel proyecto pasó de una publicidad fanfarrona a un silencio sepulcral. De pronto usted pudo haber ayudado más como asambleísta a investigar qué se esconde ante el actual silencio de las actuales autoridades metropolitanas.
El modelo de gestión municipal de Guayaquil, sobre el cual sustenta su campaña, tiene tres manchas lamentables.
La primera mancha es el uso de la obra pública como instrumento de segregación. Se mejora la vida de los ciudadanos, pero con diferentes tonos de intervención. A unos basta con darles agua, alcantarillado y algunas vías —con suerte, unas piscinas recreativas. Mientras tanto, a otros se les dan malecones, esculturas, patios de comidas disfrazados de mercados gastronómicos o centros culturales.
De manera impresionante, este modelo logró sostenerse por décadas, gracias constantes campañas de propaganda municipal, donde se lograba que los menos atendidos sintieran como propios aquellos proyectos preferenciales que se encontraban a kilómetros de sus casas. Eso hasta que apareció la segunda mancha: la incapacidad de manejo del espacio público.
Salvo la plaza de San Francisco, todos los espacios públicos en Guayaquil tienen cerramientos so pretexto de mejorar la seguridad de los ciudadanos. En el caso de la plaza del Centenario, se llegó incluso a impedir el acceso de manera permanente durante unos meses. Esa fue la mejor manera de controlar el incrementos de robos en el sitio. Nunca se consideraron alternativas más lógicas o básicas, como aumentar el número de policías metropolitanos en el sector. Ello debe ser contrastado con las regulaciones exageradas que se dan en sitios como el Malecón 2000, donde los guardias le indican a uno cómo debe besar o tomar de la mano a su pareja.
¿Cómo manejaría los parques y plazas de Quito? ¿De la misma manera en que se lo ha hecho en Guayaquil? Eso para la capital sería un retroceso lamentable.
Finalmente, la tercera mancha, de ocurrir en Quito, sería una verdadera desgracia.
Me refiero a la gestión cultural de la Municipalidad guayaquileña. La gestión cultural en Guayaquil ha ido de manera constante entre tumbos, que van desde emular las ideas del movimiento Talibán, hasta la ciencia-ficción.
Se prohibió la representación de la desnudez humana y de situaciones humanas adultas en el Salón de Julio, se ofreció un museo de arte moderno en un edificio que tenía comprometida su estructura, debido a un mal estudio de la calidad del suelo, se ha llenado ciertas partes de la ciudad con estatuas figurativas de una simbología que raya en lo cursi. Si la dirección cultural de Quito siguiera esos pasos, sé de muchos gestores, artistas y ciudadanos que se alzarían en contra suyo muy pronto.
Quedan muchos vacíos sin atender. El patrimonio construido en Guayaquil durante el siglo pasado se sigue perdiendo. No se le da ninguna oportunidad a montones de casas del Barrio del Centenario y de Urdesa de sobrevivir a las demoliciones parciales y los trastoques que deshacen su forma original.
En general, estimada Paola, el modelo de gestión que admira, y sobre el cual sostiene su candidatura, no es perfecto. Tiene taras. Ha logrado sostenerse durante décadas a base de parches. Además, no responden en nada a los problemas del Distrito Metropolitano de Quito. Usted no es Jaime Nebot. Usted tampoco es Cynthia Viteri.
No tiene la trayectoria de otros como respaldo, y usted misma no ha dejado que su propia trayectoria germine y florezca. Tampoco lidera las encuestas, y a diferencia de lo que pasa en Guayaquil, no compite contra un contrincante cuestionado ante la mirada pública por posibles porquerías bajo la alfombra.
Lo único que puedo atreverme a recomendarle es: proyéctese en el tiempo, dele a sus votantes la oportunidad ver su capacidad de servicio público. Empápese de lo que desea enfrentar y busque soluciones innovadoras.
Una de las frases a las que más recurre en sus entrevistas es “¡no tengo miedo!”. Por favor, Paola, tenga miedo, pero no el de los que se dejaron callar políticamente a causa de un Metro.
Tenga el miedo que impide que uno se sienta intocable, inefable, incuestionable. Tenga el miedo que le empuja a servir a ciudad, pero también a rendir cuentas a la ciudadanía. Tenga el miedo que evita el manejo de los bienes públicos como propios.
Aún hay mucho por aprender, y mucho tiempo para formar una carrera política que convenza a los votantes. Sea usted misma. Sea una alternativa nueva en las futuras papeletas electorales, que por ahora se llenan de personajes burdos, sabidos, anacrónicos y desconocidos.
En términos políticos, crezca.