Cuando Linda Guamán se enteró que su profesora tenía un PhD y un hijo, pensó “si ella lo logró, yo también”. Eso ocurrió hace casi diez años, cuando Guamán —hoy con un PhD en Microbiología— comenzaba su carrera universitaria. “Enseguida la admiré y hasta ahora me inspira. Por eso creo que las niñas deben tener más figuras femeninas haciendo cosas que no se esperan, como ser científica. Eso las motiva”.
La falta de mujeres científicas en el mundo no solo genera más desigualdad de género en el presente sino que influye en el futuro. Las niñas, al no ver referentes en estas áreas, tienden a eliminar esas posibilidades de entre las respuestas a una de las más importantes preguntas de la vida: ¿qué quieres ser de grande?
Pero más allá de ese impacto social, bastante invisible, la escasez de mujeres en las ciencias tiene consecuencias concretas —a nivel económico y científico— que se discuten poco. Guamán dice que en la Medicina, concretamente en los estudios sobre cáncer y diabetes, la población target es el hombre blanco. Esto, dice, no considera las diferencias fisiológicas y hormonales de las mujeres, entonces los resultados son tratamientos que hacen efecto en poblaciones específicas.“El problema es que varios de los resultados no se pueden extrapolar a mujeres indígenas, por ejemplo”. Es decir, los resultados son sesgados.
Daniella Ballari es cartógrafa, tiene un PhD en Geoinformación, y dice que durante años se ha demostrado cómo los temas que se analizan en la Ciencia surgen desde una perspectiva más masculina. Aunque la Medicina no es su área de trabajo, habla sobre el desconocimiento de los síntomas del ataque cardíaco: “Los síntomas que conocemos son para hombres, nunca hubo interés de analizarlos desde una mujer”.
Ballari dice cuando una mujer tiene un ataque cardíaco, no le va a doler el brazo ni el pecho (como muchas suponemos), sino que tendrá dolor de espalda, cuello o mandíbula, e indigestión. Según un artículo de National Geographic, un sinnúmero de mujeres han sido mal diagnosticadas en salas de emergencia y enviadas a casa mientras tenían un ataque cardíaco por el desconocimiento de estos síntomas.
El mismo artículo menciona otro caso específico: en 2013, la Administración de Alimentos y Drogas (FDA, por sus siglas en inglés) —que otorga los permisos para la venta de alimentos y medicinas en Estados Unidos— recomendó a las mujeres que bajen la dosis a la mitad de la píldora para dormir Ambien: el compuesto activo permanecía más tiempo en el cuerpo de las mujeres que en el de los hombres.
Cuando se les preguntó a científicos si esta investigación excluyó a las mujeres a propósito, respondieron que no, que “simplemente era un sesgo en el procedimiento de rutina el no incluir al sexo como una variable en la investigación científica”.
Otro caso del que casi no se habla son los pocos avances en los métodos anticonceptivos masculinos. Según Damaris Intriago —máster en Medicina Molecular— algunos estudios han demostrado que los efectos secundarios son muy fuertes para los pacientes (como cambios de ánimo extremos) y esto concluye que no es totalmente seguro para el paciente. “Pero una mujer tiene que aguantar esos efectos secundarios con los métodos anticonceptivos desde hace años”, dice.
Intriago cree que allí influyen los estereotipos de género a nivel social. Prima la idea de que las mujeres son las que deben cuidarse. “¿Por qué yo debo cuidarme? preguntan los hombres, porque hay una desconexión con el cuidado de la sexualidad. No está instalada la idea de responsabilidad compartida en términos de concepción”.
Esa cultura está presente también en otros ámbitos de la ciencia pero es difícil detectarla porque es parte del status quo. Desde niños, la mayoría de hombres que luego se convirtieron en científicos, crecieron con un innegable privilegio que es casi siempre imperceptible para ellos pero que debería identificarse. Solo así se podrían eliminar los sesgos actuales en la Ciencia que tienen, en ocasiones, consecuencias letales.
Damaris Intriago cree que la presencia de más mujeres en la Ciencia cambiaría el panorama desigual y plantearía una perspectiva más inclusiva. Dice que si la ciencia tuviese un enfoque feminista se podría combatir el sesgo que existe. “Se cree que el feminismo es que las mujeres somos mejores o superiores que los hombres, cuando en realidad es igualdad para todos los seres humanos, independientemente de raza, religión”.
Como víctimas de discriminación, dice, las mujeres podemos darle una perspectiva femenina a las investigaciones: tomar acciones concretas en el área de estudio (cualquiera que sea) para cubrir ese hueco que hay. Por ejemplo, en el caso de diabetes mencionado por Guamán, sería probar las medicinas disponibles en mujeres indígenas y revisar si los resultados son igual de eficientes que en los hombres blancos.
“Las mujeres podemos hacer que la ciencia sea más inclusiva e igualitaria”, dice Intriago. En realidad, el resultado de esa inclusión e igualdad se traduce en mayor efectividad porque se cubre (y beneficia a) un universo más grande.
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Las mujeres han estado en la Ciencia desde hace décadas pero siempre, de alguna u otra manera, sus logros han sido invisibilizados. Y solo han sido reconocidos muchos años después.
Henrietta Swan Leavitt trabajó en el Observatorio de Harvard en en Cambridge. A finales del siglo XIX e inicios del siguiente, hizo un análisis detallado de unas estrellas pulsares. Su observación le permitió desarrollar un mecanismo para calcular las distancias de las estrellas y galaxias. Edwin Hubble —cuyo apellido le da nombre al telescopio espacial más famoso que tiene la Humanidad— usó el trabajo de Leavitt para determinar que el Universo se estaba expandiendo.
En la década de 1990, un grupo de astrónomos ampliaron la conclusión de hubble al decir que la expansión se aceleraba. En 2011, el Premio Nobel de Física fue otorgado por este descubrimiento.
Un artículo del Harvard Gazette de 2018 que conmemoraba los 150 años del nacimiento de la científica decía que al igual que sucedió con muchas otras científicas de su tiempo, “las contribuciones de Leavitt a su campo no fueron reconocidas por sus colegas científicos”. Tal fue su invisibilidad que, según la nota, el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler le escribió una carta para decir que estaba tan impresionado por su descubrimiento que quería nominarla al premio Nobel de Física de 1926. Mittag-Leffler, dice la publicación, “tuvo que ser informado de que ella había estado muerta hacía cuatro años».
En 1901, Annie Jump Cannon lideró un grupo de astrónomas que hicieron una clasificación de tipos espectrales de las estrellas. Su historia —recogida en la serie de televisión Cosmos— no es tan conocida como la vida de otros científicos masculinos, ¿por qué?
Que no salgan a la luz no fue el único problema al que se enfrentaron las mujeres científicas sino el enfoque que recibían cuando sus logros eran reconocidos. En 1964, cuando Dorothy Hodgkin —quien determinó la estructura de la penicilina— ganó el premio Nobel de Química, periódicos titularon “Ama de casa de Oxford gana un Nobel”.
Cincuenta y cinco años más tarde, muchos medios siguen abordando las noticias relacionadas con las mujeres y la ciencia como algo excepcional.
También a las sociedades aún les cuesta pensar en la palabra ciencia y mujer como algo natural. En 2013, la creadora de la página de Facebook I fucking love Science (hoy con 25 millones de likes) reveló que era mujer. La noticia generó una ola de comentarios machistas en redes sociales. Fue tal el escándalo que medios como The Guardian cubrieron la noticia.
Los estereotipos de género de la sociedad —replicados por los medios— llevaron a la ONU a declarar al 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña y la Ciencia. Lo hizo hace cuatro años, entre otras razones, para reconocer que las mujeres y las niñas desempeñan “un papel fundamental en las comunidades científica y tecnológica y que su participación debería reforzarse”.
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Otra area donde la presencia de mujeres es minoritaria es la computación. El coding es un asunto de chicos. En Perú, Mariana Costa fundó Laboratoria una academia para desarrolladoras. Costa la fundó tras constatar cuán difícil era encontrar mujeres en el sector de la tecnología.
Según la publicación conjunta del Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y la GIZ alemana llamado Mujeres Empresarias: Barreras y Oportunidades en el Sector Privado Formal en América Latina, “la capacitación que se ofrece a las mujeres tiene un sesgo de género, especialmente en las zonas rurales: los cursos, de cocina o costura, se ajustan a los roles tradicionales”. Según el documento, esto impide que muchas mujeres tengan la oportunidad de trabajar en sectores de alto crecimiento o que aprendan tecnologías avanzadas.
Además, apunta el informe, “un porcentaje importante de técnicas (56%) e ingenieras (39%) dejan sus trabajos a mitad de su carrera dentro de las empresas —luego de 10 a 15 años— para seguir ejerciendo en otra empresa, organización no gubernamental, entidad de gobierno, o para simplemente abandonar la carrera”. En América Latina, además, siete de cada diez programadores son hombres. Según un reportaje del sitio Workana “De las mujeres, el 50% aproximadamente trabaja en tareas menores: back-office, desarrollo de herramienta auxiliares, data entry.”
Cosas tan banales como llenar entradas de Wikipedia puede tener un filo sexistas. Emily Temple-Wood escribió en la edición de septiembre de 2017 de Scientific American un testimonio titulado La bloguera y los trolls. En él, explicaba cómo empezó, en 2012, a agregar entradas de mujeres científicas en la proverbial enciclopedia en línea. “Estimé ingenuamente que había un par de miles de mujeres desaparecidas de nuestro corpus en línea. Para mi deleite, no podría haber estado más equivocada”: después de agregar a 4 mil 900 científicas — “muchas de los cuales solo se pueden encontrar en fuentes académicas oscuras y con frecuencia fuera de línea— se dio cuenta de que tenía muchas más por agregar.
Por supuesto, Temple-Wood se estrelló con un paredón de violencia misógina. “No debería haberme sorprendido cuando los trolls de Internet misóginos se deslizaron fuera de sus escondites para atacar el proyecto y atacarme personalmente”, escribió. Dice que uno de los argumentos recurrentes de sus críticos era que estaba equivocada “al pensar que las mujeres alguna vez han logrado algo importante en las ciencias”. Las acusaciones venían “con demasiada frecuencia” acompañadas de amenazas de violación, asesinato y ataques a su familia.
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La presencia de las mujeres no solo supone una mejora en las ciencias exactas. Según Daniella Ballari, si las mujeres estuviesen más involucradas en el diseño arquitectónico de la ciudad, los espacios serían más inclusivos. “Tenemos una empatía más grande hacia otras personas y podemos pensar cómo va a impactar esto a niños, adultos y otros grupos de personas”, dice.
En el Ecuador, la mayoría de ciudades no son amigables para los niños, las personas con discapacidad y los ancianos, y por lo general quienes cuidan o acompañan a estos grupos vulnerables, son las mujeres. Desde la experiencia es que sus propuestas resultarían en una solución para muchos más ciudadanos.
Hay situaciones que solo viven las mujeres. Solo ellas podrían proponer soluciones. Ballari pone un ejemplo concreto y dice “las mujeres somos los choferes de la casa”. Dice que ella tiene carro pero piensa en las mujeres que deben hacer los mismos recorridos —por ejemplo dejar a los hijos en la escuela antes de ir al trabajo— en el transporte público. “Los planes de movilidad jamás consideran eso”. Las mujeres, además, sufren agresiones —desde verbales hasta físicas— en el espacio público que podrían resolverse desde la planificación urbana.
Es una discusión reciente, pero necesaria: la Ciencia, que nos ha puesto en un vuelo meteórico en en nuestras búsquedas más intrépidas, y que nos ha permitido ir transformando nuestra imaginación en realidad, es un ejercicio de ensayo y error que siempre mejora. Incorporar más aproximaciones de mujeres solo hará que los resultados se afinen y la vida de todos, como sociedad, se enriquezca. Para eso, es indispensable conocer a las mujeres que trabajan en un campo aún desigual. Como escribió Emily Temple-Wood: “Al sacar a la luz los legados de las mujeres científicas, podemos inspirar a la próxima generación”.
Esta columna es parte del proyecto Hablemos de Niñas que se hace gracias al apoyo de: