Jaime Navas estaba guiando a unos turistas por las islas Plaza Sur, Galápagos, cuando le dijeron que cerca de donde estaban había un lobo marino bebé herido. Era el domingo de Carnaval de 2018. Junto a un colega, caminó hasta las rocas donde estaba el animalito. La cría tenía un anzuelo entre el mentón y la boca, un hilo de nylon colgaba del garfio. Navas sujetó la húmeda espalda del lobo con un brazo, con su otra mano le sostuvo la boca y los dientes mientras su compañero le sacaba, con un alicate, el anzuelo.

— Era de palangre, dice Jaime, guía certificado desde hace 29 años, ya no se veía ese tipo de anzuelos hace tiempo por aquí.

palangre en Galápagos

Lobo marino bebé herido encontrado en islas Plaza Sur. Fotografía de Duncan Divine.

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El palangre es un objeto desconocido fuera del mundo pesquero. Es un arte —un sistema— de pesca hecho de una línea principal flotante —que puede medir de dos a decenas de kilómetros— de la que nacen otras líneas secundarias y verticales en cuyos extremos se colocan decenas de anzuelos circulares, lo que dificulta sacarlo de los animales. “No es como otros que a veces el peso del pez logra estirar el anzuelo. Este es casi imposible cortarlo”, dice Navas.

Los pescadores prefieren el palangre porque significa menos esfuerzo sobre otras artes de pesca y porque es más rentable. Está diseñado para la pesca comercial (picudos, pez espada, atunes) pero hasta las especies a las que no les atrae la carnada, como las  mantarrayas (que comen zooplancton), quedan enganchadas. Por su dimensión y su incapacidad para distinguir entre especies, el nivel de pesca incidental (es decir, lo que captura por accidente) del palangre es alto: la primera vez que se usó en Galápagos, en 1997, más de la mitad de la pesca fue de diferentes especies tiburones, la mayoría incluidas en la lista de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

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En 2005 el palangre fue prohibido en Galápagos. La resolución de la Dirección del Parque Nacional Galápagos —la institución estatal que administra el Parque Nacional y la Reserva Marina— lo calificó como “incompatible en el manejo de áreas marinas protegidas en el mundo, por los riesgos de impactos negativos sobre especies claves, y por tanto sobre el ecosistema en su conjunto”: demasiadas especies protegidas quedaban engarzadas en sus anzuelos.

Pero en mayo de 2017, el palangre volvió al agua de la reserva marina de Galápagos. Un grupo de pescadores galapagueños pescaban con él —además, legalmente: durante diez días, 8 embarcaciones —acompañados por observadores del Instituto Nacional de Pesca (INP) y del Parque Nacional Galápagos— lanzaron las líneas con anzuelos como parte de un estudio del INP.

El propósito de la investigación era ver qué tan viable era reintroducir el arte de pesca en las islas donde Darwin entendió cómo funcionaba la naturaleza cuando descubrió a un pinzón.

En el informe de la primera fase del estudio, publicado en junio de 2017, se detallan los resultados. Después de utilizar cinco artes de pesca, la captura incidental —es decir, sin querer— contabilizó 3 tiburones punta negra, 1 tiburón martillo, 1 tiburón rabón, 1 tiburón tigre, 1 tiburón azul y 1 manta. Todas especies protegidas.

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La palabra palangre, sin embargo, no está en el título, ni el cuerpo, ni en las conclusiones, ni en ninguna parte, del informe. Y no está porque palangre es una mala palabra. Entonces en el informe han hecho lo que hacen los tecnócratas con las malas palabras: reemplazarla con un eufemismo.

El eufemismo para palangre es empate oceánico modificado. Suena sofisticado pero no existe ninguna diferencia entre uno y otro. El vulgar palangre y el bombástico empate oceánico modificado son, según el mismísimo Instituto Nacional de Pesca, la misma cosa: “el armado y aparejamiento del arte de pesca denominado ‘Empate Oceánico Modificado’ tiene las misma características de un palangre de media agua según especificaciones técnicas de la FAO”, dice un informe del organismo. En ningún otro país hispanohablante que tiene pesquería  —Costa Rica, Chile, Perú, España, por nombrar algunos— se usa el elaborado término. En todos ellos se lo llama por su nombre. Palangre.

La primera vez que un informe técnico usó el término empate oceánico modificado fue hace seis años, en un estudio de la Fundación Charles Darwin. Las razones para ese reemplazo no está claras pero Santiago Bucaram, economista especializado en recursos naturales, dice que el término nació con una lógica un poco tramposa: el palangre es una malla formada por un conjunto de líneas de anzuelos y el empate es una línea de anzuelos. “Los pescadores se dieron cuenta que, al final del día, el palangre es un conjunto de empates. Lo que hicieron fue llevar varios empates, los conectaron y dijeron ‘esto no es palangre, son varios empates que los conectamos en el agua’. Como tenía cambios lo llamaron empate oceánico modificado.” Es como decir, esto no es un collar, sino un grupo de pepitas unidas por un hilo, que nos hemos colgado del cuello.

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Por contradictorio que suene, probar artes de pesca prohibidas en una de las áreas protegidas más importantes del mundo está permitido. El Reglamento especial para la actividad pesquera en la reserva marina de Galápagos, promulgado en diciembre de 2008 por la entonces ministra de Ambiente, Marcela Aguiñaga, dice en su artículo 59 que “la investigación científica sobre las artes de pesca se realizará de forma permanente y obligatoria, incluso de aquellas que se encuentren prohibidas, habida cuenta de la variación que podrían sufrir las mismas con motivo del avance tecnológico…”. Y la orden se ha cumplido: desde esa fecha, dos estudios han analizado si es posible volver a usar el palangre: en 2012 y 2017.

Uno de ellos fue el Plan Piloto de Pesca de Altura. Realizado por el Parque Nacional Galápagos entre noviembre de 2012 y diciembre de 2013, concluyó que el empate oceánico modificado “registró una tasa global de captura incidental de 11.25% de la captura total”. 603 animales, entre ellos 366 tiburones (de diferentes especies) y 86 mantarrayas, todas especies vulnerables, en riesgo o amenazadas a nivel global y parte de la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Ese resultado estaba 1,25 puntos por encima del límite que debería tener la pesca incidental. El tope del 10% de la pesca fortuita fue acordado por el Ministerio de Ambiente, el sector pesquero de Galápagos y el Parque Nacional. A pesar de las conclusiones del informe —como Santiago Bucaram escribió en una columna de opinión en 2014—, “en ese mismo documento contradictoriamente se recomendaba que el piloto se extienda otro año más”.

Los tres estudios anteriores al de 2013 fueron en 1997, 2001 y 2003 y llegaron a la misma conclusión: el palangre no es compatible con el frágil ecosistema y biodiversidad de las islas. No es una tragedia exclusiva del Ecuador. En Costa Rica, el palangre mata a cientos de tortugas cada año; en España, 4 mil tortugas mueren tras ser liberadas de los palangres, por las lesiones que sufren.

Pero en el Ecuador vamos por el quinto intento para ver si toda la evidencia de la fuerza destructiva del palangre ha amainado. Si, como dice el reglamento de 2008, la tecnología ha mejorado tanto que ha dejado de ser tan indiscriminadamente letal. En 2014, la columnista Paula Tagle escribió que ya “se ha probado a nivel mundial que con palangre se puede alcanzar hasta un 60% de captura incidental, es decir, de otras especies distintas a la deseada, que incluyen desde tortugas marinas hasta albatros de Galápagos”. Pero aún no parece que todo los involucrados estén convencidos. Ni siquiera cuando hay lobos marinos bebés heridos. Cuando son pequeños, explica Jaime Navas, los lobos no se alejan de su colonia, entonces no está claro cómo ese se enganchó. “Posiblemente un lobo adulto trajo un pez con el anzuelo en su boca a la colonia y luego de comérselo, los lobos jóvenes comenzaron a jugar con la línea de anzuelo y así se lastimó”.

Hay más evidencia que no está en un informe técnico. El lobo que Navas rescató en las islas Plaza Sur, o el lobo joven que la guía Carolina Larrea vio en Punta Espinoza, isla Fernandina, en agosto de 2017 con un anzuelo de palangre en la boca. “El parque ha tratado de proteger a las especies de esto, pero hay una gran presión por parte del sector pesquero. El permiso esta vez está escondido bajo la figura de monitoreo”, dice Sofía Darquea, la presidenta de la Asociación de guías naturalistas del Parque Nacional Galápagos. Dice, además, que la mayoría de la pesca incidental es de animales que no han alcanzado la edad adulta, por lo general tiburones, tortugas y mantarrayas pequeñas.

palangre en Galápagos

Lobo marino herido encontrado en Punta Espinoza, Isla Fernandina. Fotografía de Carolina Larrea.

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El estudio de 2017 tiene una historia tortuosa, de la que parece que nadie quiere hacerse cargo, o dar explicaciones claras. En agosto de 2016, el Consejo de Gobierno de Galápagos (el máximo organismo administrativo del archipiélago) autorizó la investigación propuesta por una ‘comisión técnica interinstitucional’ conformada por el Instituto Nacional de Pesca (INP), el entonces Ministerio de Agricultura, Acuacultura y Pesca (Magap), el sector de pescadores artesanales de Galápagos (SPAG), y el Parque Nacional Galápagos (PNG).

Un asesor del Consejo de Gobierno dijo que la institución no se iba a pronunciar sobre el tema porque no era su competencia y que el Parque Nacional Galápagos no tenía que pedirles permiso sino simplemente notificarle al Consejo que haría el estudio. Pero en sus antecedentes, el estudio dice que el pleno del Consejo resolvió “Autorizar la realización del proyecto de investigación científica…”.

El mismo asesor dijo que el Consejo de Gobierno no tiene un asesor de pesca o experto en el tema. Que el Instituto Nacional de Pesca (INP) tenía la exclusiva competencia de tomar la decisión de si se hacía el estudio. La directora del INP, Pilar Solís, no quiso responder preguntas específicas sobre el estudio porque, según dijo, “necesitamos el aval de todos los de la comisión” para poder contestarlas. Además, se excusó diciendo que  “la persona que está encargada de este proyecto está de vacaciones”.

Lo que sí confirmó Solís es que la última vez que hubo una última prueba del palangre como parte de otra fase del estudio, fue en diciembre de 2017. Ahí podría estar la explicación de por qué un lobo marino estaba herido el 11 de febrero del año siguiente: llevaba dos meses con el anzuelo. O ya hay pescadores utilizando el arte de pesca que, fuera del estudio, sigue prohibido.

El director del Parque Nacional, Walter Bustos, dice que el anzuelo en la boca del lobo podría ser de un palangre de la flota industrial que pesca fuera de la reserva marina. “Entonces no podría hacer una referencia tan directa que el anzuelo del lobo sea por el proyecto”.

Sobre por qué realizar un quinto estudio sobre palangre, a pesar de que los cuatro anteriores arrojaron resultados parecidos, Bustos dijo que cada proyecto se lo ha trabajado con diferentes métodos de investigación y los ejercicios no son comparables entre sí. “El problema es que para el sector pesquero los estudios anteriores no tenían legitimidad, no tanto por la información técnica y científica sino porque tal vez no fueron hechos de manera participativa, y los resultados no fueron discutidos y analizados a profundidad. A decir de ellos siempre hubo equivocaciones, y puedo decir que en el último estudio sí hubo errores metodológicos que se los corrigió en esta nueva investigación”. El estudio al que se refiere es al de 2012-2013. Uno de los errores, según Bustos, era que la sumatoria de la pesca incidental no solo consideraba las especies protegidas, sino también especies no objetivo (no comerciales) que no son protegidas.

El pescador galapagueño Alberto Andrade también señala ese error como motivo fundamental para un nuevo estudio. Según Andrade, cuando le pidieron al Parque que revisara los resultados, no fueron escuchados. Entonces acudieron al Consejo de Gobierno. “Los mismos técnicos del INP y del Magap dijeron que esos datos estaban mal tomados porque hay que saber diferenciar entre la pesca incidental de especies protegidas liberadas vivas y liberadas muertas”. Los pescadores, dice Andrade, iban a hacer una paralización. El conflicto se solucionó con una reunión entre los pescadores y el Consejo de Gobierno, que prometió lo que los pescadores querían escuchar: otro estudio.

El biólogo Xavier Romero dice que se está usando el palangre bajo el disfraz de la investigación. “Es similar a lo que hace Japón con la pesca de ballenas, ellos dicen ‘no estoy matando, estoy investigando’. Acá hay una analogía exacta porque en nuestras políticas internas tenemos estos eufemismos”.

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A pesar de que Andrade y Bustos señalan el error en la forma en que se calculó la pesca incidental en el estudio de 2012-2013, las conclusiones que sacan son totalmente opuestas. “Si se hubieran aplicado los datos técnicos que se usan a nivel global de pesca objetivo, ese 11.25% hubiera sido el 9% y hubieran abierto el palangre en 2015”, dice Andrade. Pero el director del Parque Nacional dice que esa lógica ya no aplicará para el estudio de 2017. “Nosotros hemos sido muy claros en ese sentido, la investigación tiene que darnos la certeza que no caerán especies protegidas. Lo que buscamos es un arte de pesca que dé cero por ciento de captura incidental de especies protegidas. Si no se logra, no se podrá aprobar. Pero si se aprueba eso demandaría hasta cambiar la Ley de Galápagos”.

Santiago Bucaram dice que es imposible que un palangre tenga cero por ciento de captura incidental. “Pero aun si eso ocurriera y el estudio diese buenos resultados, el problema sería implementar el arte porque ahora todo es fantástico en una fase de investigación controlada pero ¿qué va a pasar cuando se abra la pesquería? ¿cómo se garantiza que van a cumplir los pescadores todos los protocolos? Dudo que lo hagan, históricamente los pescadores no han cumplido con las reglas y las pesquerías han sido sumamente conflictivas”.

Bustos dice que la relación del Parque con los pescadores ha mejorado con los años, que son rigurosos con las sanciones, e insiste que el palangre no se reintroducirá a menos que se demuestre que no es dañino para las especies protegidas. Pero la realidad podría ser aún peor. Andrade me dice por teléfono que la reintroducción del palangre no es una posibilidad, y antes de explicarse me pregunta si estoy sentada, como para que no me vaya a caer de espaldas cuando me diga “El palangre en la reserva marina Galápagos se ha venido usando desde los años 90. Estamos 2018 y se sigue utilizando. Se seguirá utilizando porque se ha demostrado que es un arte eficiente para la pesca de altura”.

— ¿Dónde se ha demostrado?, le pregunto

— En la captura. El pescador sabe, el Parque Nacional lo sabe. Lo que pasa es que el palangre está satanizado. Es un problema casa adentro. No es que quieren introducirlo otra vez, el palangre se ha estado utilizando siempre y eso lo sabe el mundo entero.