Bitcoin parece estarse comiendo al mundo. Hace ocho años existía como un informe de investigación escrito por una persona anónima y debatido por nerds. Luego pasó a ser una novedad del deep web, esa esquina del ciberespacio donde se venden y compran drogas y armas, se lava dinero, y se realizan otras actividades ilícitas. Antes descartado por la comunidad financiera, hoy Bitcoin aparece en las portadas de los diarios mundiales que reportan cómo el valor de la criptomoneda rompe barreras de precio día tras día. Algunos especulan que es una burbuja y avisan de un colapso inminente mientras otros especulan y se vuelven millonarios. Algunos lo comparan con un método de pagos, mientras otros insisten que es más parecido al oro. Nicolás Maduro anunció que Venezuela lanzará su propia criptomoneda. Los chinos la prohíben, mientras los estadounidenses crean nuevos instrumentos financieros para que sea más fácil comprar y vender. Cada día salen artículos (como este) escrito por ‘expertos’ que tratan de explicar de qué se trata Bitcoin, pero ¿cómo puede haber expertos en algo que nunca ha existido antes?

Para poder entender bien el fenómeno Bitcoin, hace falta primero separar la aplicación (Bitcoin) de su sistema operativo (Blockchain) (piensen en la diferencia entre Word y Mac OS). Blockchain en su esencia es una nueva forma de organizar bases de datos que, hasta ahora, parece incorruptible. La fortaleza del Blockchain es que el sistema paga a usuarios a través de un proceso que se llama ‘minería’ para tener copias de la base de datos y sus transacciones en miles y miles de computadoras a nivel mundial. La defensa del Blockchain, entonces, son las innumerables copias de la base de datos que existen en cualquier instante, y la trazabilidad de cualquier transacción.

Después de 8 años de existencia nadie ha logrado exponer vulnerabilidades en el sistema de Blockchain, y pronto veremos cómo ésta tecnología nos permite reemplazar cosas que consideramos básicas en la sociedad ecuatoriana: con el Blockchain, por ejemplo, podríamos eliminar la necesidad de tener notarías (¿para qué verificar firmas?) registros físicos de propiedad (¿por qué tener una biblioteca de contratos cuando todos son virtuales?) pasaportes (¿por qué un documento para verificar una identidad cuando basta tener un perfil virtual creado por un gobierno?), contratos físicos, o elecciones con boletas de papel: si mañana tenemos una elección con sistemas digitales, por ejemplo, todos nos preocuparíamos de la seguridad del sistema que guarda los datos. Con un sistema de votación basado en Blockchain tendríamos la transparencia y la seguridad para que todos votemos desde nuestros celulares sin la necesidad de tener un Consejo Electoral para certificar los resultados. Si hace 20 años nuestros papás no entendían y no percibían el impacto del internet, nuestra comprensión del Blockchain se le parece bastante. Es casi imperceptible, difícil de entender a nivel técnico, pero va a cambiar cómo vivimos.

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Bitcoin es el primer uso del Blockchain. Y es la primera de muchas criptomonedas que están llamando la atención por su crecimiento exponencial. Para entender el contexto, el número de Bitcoins en circulación equivale alrededor de 300 mil millones de dólares. El valor de Goldman Sachs, el emblemático banco de inversión estadounidense, llega 90 mil millones de dólares. En teoría Bitcoin fue diseñado para ser una moneda, como el dólar o el sucre, pero a diferencia de aquellas, su emisión no depende de un gobierno, sino de un algoritmo. El algoritmo emite Bitcoins de una forma controlada y predecible, realizando una suerte de lotería para las personas que dedican su poder computacional para almacenar copias de la base de datos y verificar transacciones.

Con el valor creciente del Bitcoin hay cada vez más personas que deciden participar en el proceso de minar Bitcoins, y en el proceso el sistema se vuelve más seguro. El valor de cualquier cosa que se vende depende de la oferta y la demanda, y una moneda no es excepción. Aunque la moneda puede subir y bajar de valor dependiendo de la demanda, con Bitcoin el usuario por lo menos no tiene que preocuparse de manipulación por parte de la oferta (como es el caso en Venezuela de hoy, por ejemplo), porque lleva la seguridad que nadie puede emitir Bitcoins falsos o acelerar el paso de emisión que dicta el algoritmo.

La promesa de Bitcoin como moneda es que puedes enviar dinero a cualquier lado del mundo sin pasar por el sistema financiero tradicional, y por eso su popularidad con personas que venden drogas o el mundo de negocios ilícitos: sus transacciones no aparecen en los estados de cuenta de bancos que operan bajo de vigilancia de gobiernos nacionales. No se requiere de bufetes de abogados panameños para escaparse del yugo gubernamental. Si en los noventa Pablo Escobar tenía que enviar avionetas con billetes de Miami a Medellín para evitar la detección de sus actividades, hoy podría enviar Bitcoins de una cuenta a otra. En 2010, respondiendo a presión del gobierno estadounidense, las empresas de tarjetas de crédito se rehusaron a tramitar donaciones para Wikileaks. Julian Assange hizo un pedido para que la gente done Bitcoin: ahora él dice que Wikileaks tuvo una ganancia de 50 mil por ciento sobre las donaciones iniciales. Y el sistema financiero no pudo hacer nada para prohibirlo.

Es falso suponer que Bitcoin es anónimo: de hecho, la historia de cada transacción está grabado en la base de datos. Lo que es anónimo son las billeteras: se puede tener una billetera cuya única identificación es una serie de caracteres, sin que nadie nunca sepa a quién pertenece. La billetera es también donde encontramos la vulnerabilidad del sistema: es cierto que nadie ha logrado hackear Bitcoin y emitir nuevos, pero la billetera tiene que existir en una bolsa (como la de valores o productos) que puede ser regulada por un gobierno o hackeada sin que haya un seguro para los depósitos. Ha habido varios hackeos de bolsas como el Mount Gox, en que se robaron millones de dólares en Bitcoin. Una alternativa a la bolsa es tener una billetera que exista como un programa en un celular o computadora, pero tenerla en el celular acerca problemas más cotidianos: que alguien lo robe o sencillamente se dañe, y se pierdan todas las Bitcoin que allí había, sin jamás poderlos volver a recuperar.

A pesar de su diseño original como moneda, muy poca gente usa Bitcoin para transacciones. Primero, la inestabilidad del valor hace que tenga poco sentido, porque lo que gastas hoy podría valer el doble mañana. Segundo, el diseño original de Bitcoin no contempló el volúmen de transacciones que ahora existe, entonces la infraestructura de Bitcoin es lenta: la promesa de transacciones instantáneas hasta ahora no se da. En teoría aquel defecto podría corregirse si el 51% de las computadoras que se dedican a la minería de Bitcoin aceptan las actualizaciones propuestas para acelerar la transacciones, pero hasta ahora no quieren ( falta espacio explicar los argumentos en favor y en contra). Como el código fuente de Bitcoin es abierto y disponible para todos, un grupo de usuarios de Bitcoin decidió resolver el problema creando una nueva versión del software con las correcciones necesarias que se llama Bitcoin Cash. Ellos pretenden que Bitcoin Cash logrará la meta original de ser una moneda virtual.

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Pero si Bitcoin no existe como moneda, ¿qué es?

Tal vez la analogía más cercana es como una suerte de oro digital, un commodity valioso por ser escaso. En teoría uno puede comprar y vender cosas con oro, pero poca gente lo hace. La gente compra oro para sostener o incrementar el valor de su dinero, y lo hacen muchas veces porque no confían en el manejo monetario de su gobierno. Venezolanos o argentinos, por ejemplo, han visto cómo la mala gestión económica ha desaparecido el valor de las monedas nacionales. Quien tema que su gobierno en algún punto podría congelar cuentas y convertir los depósitos en una nueva moneda, encuentra en tener Bitcoins una opción con sentido: toma un riesgo, pero para muchos el algoritmo de Bitcoin es más confiable que Nicolás Maduro o Cristina Fernández. La gente compra Bitcoin, entonces, para asegurar que su dinero tenga valor independiente de las actuaciones de su gobierno.

¿Pero cómo puede una moneda digital sostener su valor si no está respaldado por nada? Los proponentes de Bitcoin dirían que las monedas nacionales tampoco tienen respaldo. El dólar americano, el franco suizo, el euro, todos derivan su valor del número de monedas en circulación y la confianza de las personas que lo compran y venden asumiendo un valor estable. Si mañana la gente pierde fe en el euro, su valor también puede desaparecer. Los gobiernos intentan pero no pueden asegurar el valor de sus monedas: por más que el gobierno venezolano, por ejemplo, intenta controlar el tipo de cambio del bolívar fuerte, su valor en la calle depende de un señor que trabaja en una ferretería en Alabama.

Por eso es absurdamente irónico cuando Nicolás Maduro dice que Venezuela emitirá su propia criptomoneda como anunció la semana pasada. La depreciación de la moneda y inflación que ha devastado a Venezuela se debe a las políticas públicas del gobierno liderado por el mismo señor Maduro. Las criptomonedas ofrecen la oportunidad de liberarse de la mala gestión de los gobiernos al delegar la emisión de billetes a un algoritmo. En otras palabras, Nicolás Maduro no necesita un criptomoneda: necesita dejar de manejar el bolívar de una forma tan dañina.

Las criptomonedas tienen otros usos que recién estamos descubriendo. Si alguien tiene una empresa y quiere levantar capital podrías emitir una cantidad fija de su propia criptomoneda y venderla a un dólar por moneda. El emisor recibes capital a cambio de su moneda virtual y con el tiempo, si a la empresa le va bien, el valor de cada moneda sube y puede ser revendida. Funciona igual que una bolsa de acciones, sin nada de la regulación que limita y protege el sistema financiero tradicional.

Por eso es importante subrayar que Bitcoin —y cualquier otra criptomoneda— viven al estilo del viejo Oeste: a diferencia del sistema financiero cuya transparencia es regulada (aunque los ecuatorianos han aprendido por experiencia no confiar demasiado en esa regulación), no hay ninguna sobre Bitcoins y las otras criptomonedas. Quien invierta en estos nuevos instrumentos financieros debería tener la precaución de no invertir más de lo que no está dispuesto a perder. Por un lado Bitcoin está volviéndose parte de la corriente principal del sector financiero, haciéndose más asequible para grandes fondos de inversión. Esa apertura sube la demanda de Bitcoin y aumenta su valor. Por otro lado esa misma asequibilidad se puede volver un timo piramidal en que muchos actores se junten a un fenómeno cuya autoperpetuación desembocaría en una burbuja que podría explotar en cualquier instante, pero nadie sabe con certeza: lo más probable es que los expertos en Bitcoin todavía no hayan nacido, y por tanto todos estemos especulando como cuando los físicos adivinan qué pasa al interior de un agujero negro: una vez que estás lo suficiente cerca para poder observar ya es muy tarde para volver.

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La semana pasada fui al registro civil tres veces, hice alrededor de cinco transacciones, presenté varios documentos emitidos por el mismo gobierno, y gasté alrededor de diez horas de mi semana sólo para sacar una cédula y un pasaporte. Como tecnólogo, yo sé que este problema podría resolverse con Blockchain, y mi esperanza es que nuestro gobierno, cuyo trato con empresas como Cabify demuestra una tendencia anti-tecnología y anti-cambio podrían empezar a considerar la transformación de la entrega de servicios gubernamentales a través de tecnología como Blockchain.

De la misma forma que Napster tuvo que nacer y morir para que lleguemos al mundo de Spotify, y de la misma manera que la burbuja de las empresas dot-com tuvo que explotar para que luego tengamos empresas como Google y Facebook, estamos creando las condiciones para una nueva forma de organización de nuestra civilización. Estamos en un momento en que se viene una tecnología que revolucionará el planeta, y podemos ser líderes o seguidores. Ecuador tiende a esperar a ver qué pasa en el resto del mundo antes de adaptarse al mundo. El riesgo para el Ecuador no es la fragilidad de las criptomonedas: es nuestra propia resistencia al cambio.