Evaluaciones sobre la década de Rafael Correa en el poder se harán muchas y desde muchas perspectivas. Quizás sea un poco pronto para intentar hacer un balance objetivo de dicho gobierno, pero es posible intentar uno con el Índice de Competitividad Global que realiza anualmente el Foro Económico Mundial y que tiene como socio local a la Escuela Superior Politécnica del Litoral.
El índice se compone de 12 categorías que van desde instituciones hasta infraestructura, de Educación y Salud hasta el grado de sofisticación de los negocios. En 2007, el primer año de Correa en la presidencia, Ecuador estuvo en la posición 104 de 140 países, un posición más bien vergonzosa. El país escaló posiciones hasta ubicarse en un decoroso puesto 71 en 2013, pero cerró en el escalafón 97 en 2017, cuando se cumplieron diez años de gobierno correísta.
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Las instituciones son fundamentales para explicar el desarrollo de un país, dijo Daron Acemoglu, uno de los más prestigiosos economistas contemporáneos. Ecuador ha tenido problemas institucionales desde siempre. El gobierno de Correa fue incapaz de solucionarlos: en “instituciones”, el puesto del país en el Índice de Competitividad Global dice que en 2007 el país bajó apenas un peldaño en diez años: de 129 a 128.
¿Qué está mal en las instituciones de Ecuador según el Foro Económico Mundial? Casi todo, el sistema judicial no es imparcial, el tiempo que toma empezar un negocio es largo, y lo es más cerrar uno en caso de quiebra. En otros aspectos, como confianza en los políticos o protección de propiedad intelectual, el país se ubica en muy malas posiciones.
La categoría donde peor evolucionó Ecuador de la mano de Correa fue en materia macroeconómica. En 2007 estábamos en el puesto 16, cuando la economía crecía, el nivel de déficit y deuda eran bajos, y Ecuador contaba con fondos de contingencia. Una década después, el país está en el puesto 91. Las razones de tal descalabro son la caída del PIB en 2016, un déficit fiscal recurrente, una deuda creciente y la ausencia de fondos para épocas de crisis.
Correa se jactaba de haber gestionado la economía ecuatoriana de manera ejemplar, pero los números dicen otra cosa. Si vemos cuánto crecieron los países sudamericanos en la última década (incluye la previsión de crecimiento del 2017 de la CEPAL), Ecuador está en sexta posición entre diez países, lo que no es muy impresionante.
Lo que es peor: Ecuador está en la lista (con Brasil, Argentina y Venezuela) de países cuyas economías se contrajeron cuando se acabó el boom de las materias primas. Perú, Colombia, Paraguay o Chile aunque crecieron menos, nunca llegaron a niveles negativos, lo que muestra que su modelo económica era más sostenible que el ecuatoriano.
Donde hay mejoras importantes durante la década pasada es en aspectos como Salud y Educación primaria, Educación superior e infraestructura. En menor medida también hay mejoras en la categoría innovación, mercado financiero y tecnología. En Salud y Educación primaria pasamos del puesto 92 al 61, en Educación Superior pasamos del 115 al 77, y en Infraestructura del 108 al 72.
Estas son sin duda las áreas donde el gobierno de Correa puede presumir: la escolaridad en todos los niveles aumentó, lo mismo que la esperanza de vida. También hubo mejoras en todas las categorías de infraestructura: carreteras, puertos, aeropuertos, electricidad, entre otros. Esto no quiere decir que no existieran problemas como corrupción, derroche e ineficiencia en su construcción —aristas que no recoge el Índice de Competitividad.
Hay otros aspectos donde los problemas que arrastraba el Ecuador, lejos de ser resueltos empeoraron. Por ejemplo, el funcionamiento del mercado de bienes y el mercado laboral. Las restricciones y rigidez del nuevo marco laboral creado durante el gobierno de Rafael Correa hicieron que Ecuador pasara del puesto 122 al 126. Aquella idea de la izquierda radical de que cuanto más duro se es con los empresarios, mejor protegido está el trabajador ha sido ampliamente demostrada que no funciona. Lo que suele suceder es que las empresas reducen sus contrataciones ante lo costoso de incorporar un nuevo empleado.
Las últimas dos categorías del índice se refieren al entorno de negocio y a la capacidad del país de innovar. Aquí los resultados son mixtos, pues la categoría de sofisticación de negocio empeoró: del puesto 99 al 105, producto —entre otras cosas— del mal entorno creado para el sector privado. Por el contrario, la categoría de innovación mejoró: del puesto 129 al 111 —las mejoras experimentadas a nivel de educación universitaria se reflejaron positivamente sobre la capacidad del país de innovar.
Correa gobernó durante un largo boom de materias primas que duró ocho de sus diez años en el poder. Tuvo un capital político que ya hubiera querido cualquier presidente ecuatoriano anterior o alguno de sus colegas sudamericanos, y tuvo respaldo en el Legislativo para realizar cualquier reforma. Sin embargo, la posición de Ecuador en el Índice de Competitividad Global solo mejoró 7 puestos. Eso califica para estar por encima de Venezuela (-22), Brasil (-16), Argentina (-4), Chile (-5) o Uruguay (-1), pero por debajo de Colombia (+8), Perú (+11) o Paraguay (+12). Evidentemente, el ranking tiene limitaciones: corrupción, autoritarismo y calidad democrática no son medidos. En todos ellos, el gobierno que terminó el 24 de mayo de 2017 tiene un record bastante negativo.
El gobierno del Ecuador de la década que algunos han llamado ganada (otros robada, perdida, y un sinnúmero de adjetivos) fue incapaz de resolver problemas estructurales. Su mal manejo económico impidió al sector privado beneficiarse de las mejoras en capital humano producto de adelantos en Salud y Educación. En algunos aspectos se ganó, en otros claramente se perdió, —pero el sabor que queda después de 10 años de ‘Revolución Ciudadana’ es que se pudo haber hecho mucho más y sobre todo se lo pudo haber hecho mejor: generando consensos, de manera honesta y sin sectarismos.