En Estados Unidos, los primeros cien días en el poder de cada presidente son vitales porque, se supone, la popularidad que arrastra tras su triunfo facilita alcanzar objetivos clave de su propuesta electoral. En un artículo en el New York Times, el editor adjunto del diario, David Leonhardt, explica que la noción de los cien días se originó con Franklin D. Roosevelt y emite un veredicto punzante sobre Donald Trump: sus cien días son los menos afortunados desde que el concepto existe.

Han sido cien días de escándalos (Rusia, conflictos de interés, declaraciones de impuestos bajo llave, entre otros). Además, Trump no ha logrado materializar muchas de las propuestas del contrato que simbólicamente firmó con el votante estadounidense, que debía implementar al inicio de su mandato. Todo ello ha mermado la popularidad del Presidente que, según Gallup, pasó del 45%, al asumir el poder, al 40% en la primera semana de mayo (llegó a bajar hasta el 35%, a fines de marzo).

Un porcentaje de aprobación del 40% podría parecer hasta positivo en países de régimen parlamentario o con otras tradiciones de gobierno. Pero en los Estados Unidos es distinto: el bajo apoyo ciudadano provoca una progresiva mengua de respaldos en el Congreso. Los legisladores responden en gran medida a los votantes de sus distritos y suelen, por ello, poner distancias con un presidente que no sea suficientemente popular. El periodista y politólgo Evan Osnos cita a un alto directivo de la conservadora Heritage Foundation, consejero de Trump durante la campaña: “nadie, de ningún partido, respaldará al Presidente si la mitad del país no aprueba su gestión”. En los primeros cien días de Trump, éste parece ser el caso en un buen número de asuntos trascendentales.

China

En el Contrato con el votante estadounidense, Trump anunció que de llegar a la presidencia clasificaría a China como un país que manipula su moneda para obtener ventajas comerciales. De acuerdo a las normas que regulan el comercio internacional, una declaratoria de esa naturaleza puede justificar la adopción de medidas de represalia. Para el caso de las relaciones económicas entre China y Estados Unidos, ello podrían desembocar en una “guerra comercial”: ambos países se enfrascarían en la mutua imposición de aranceles y obstáculos al comercio, y hasta podrían tomar medidas financieras y cambiarias como represalia. El enfrentamiento tendría insospechadas repercusiones a escala mundial.

Como varios comentaristas han observado, hasta 2014 China efectivamente devaluó de modo sistemático su moneda, el renminbi. Sin embargo, desde entonces, ha buscado más bien fortalecer su divisa para evitar la fuga de capitales. Por tanto, la acusación original de Trump se basaba en un hecho inexistente al momento de la campaña. Aun así, el 23 de abril de 2017, en una entrevista con la agencia AP, Trump afirmó que desde que llegó al poder los chinos ya no manipula los tipos de cambio porque los gobernantes de Pekín sabían que él “haría algo al respecto”.

Obamacare

Otra novedad para Trump después de ser electo: enterarse de que  la discusión sobre el seguro público de salud instituido por Barack Obama, el Obamacare, es realmente compleja y que no es sencillo diseñar una alternativa viable. La constatación no ha impedido que los zelotes republicanos, que la tienen jurada contra el Obamacare,  hayan logrado pasar en primera instancia en el Congreso una ley que afectará negativamente a 24 millones de estadounidenses. El proyecto de ley irá en los próximos días al Senado, donde se espera una dura lucha en torno a su adopción definitiva.

Reducción de impuestos

Trump ofreció en campaña reducir los impuestos para la clase media y las empresas y, de esa manera, estimular el ahorro, la inversión y en última instancia la creación de empleo. Una vez en el poder, ha planteado, en su lugar, una generosísima reducción de impuestos para los ricos.

La oposición y reconocidos economistas cuestionan las propuestas tributarias de Trump porque afectarían precisamente la generación de empleo. El Presidente pretende reinstaurar los desventurados preceptos de la “economía vudú” de Ronald Reagan, calificada de este modo no por un profesor radical de Harvard sino por el vicepresidente de Reagan y luego primer mandatario, George Bush padre.

Un editorial del New York Times ha recordado una tendencia histórica: en Estados Unidos, las reducciones de impuestos a los más ricos han alimentado un cierto crecimiento en la economía pero, a mediano plazo, han disparado el déficit fiscal y de las tasas de interés, porque el Estado debe endeudarse para cubrir el hueco presupuestario. A su vez, las tasas altas de interés conducen a incrementar el valor del dólar, lo que encare las exportaciones estadounidenses y abarata las importaciones, acrecentando el déficit comercial de los Estados Unidos por el rápido aumento de las importaciones y la concomitante baja de sus exportaciones. A final de cuentas, dice el diario neoyorquino, durante la Administración Reagan la economía terminó por tambalearse por toda esa cadena de eventos y se perdieron millones empleos.

El muro en la frontera con México

Trump sigue pregonando que quiere construir un muro antiinmigrantes en su frontera sur. Pero para poner la primera piedra de la pared infame deberá esperar al menos hasta el próximo año. El Contrato con el votante estadounidense planteaba que México costearía la totalidad del muro, sin considerar que solo querer imponer el pago de una iniciativa foránea a un país es una afrenta contra su soberanía.

Ante la negativa de México  y por los obstáculos legales para conseguir otras fuentes de financiamiento para levantar el muro, la administración Trump se concentró en obtener dinero del presupuesto federal, dentro del rubro “seguridad fronteriza”. Sin embargo, a fines de abril de 2017,  al no alcanzar un acuerdo con el Congreso, Trump y su gente se vieron forzados a suspender sus gestiones ante el legislativo. De no hacerlo, Trump corría el riesgo de que el parlamento no aprobase el presupuesto de medio año y se paralice todo el Ejecutivo.

Ahora,  deberá aguardar hasta septiembre para replantear la cuestión a un Congreso cuya mayoría de integrantes, demócratas y republicanos, considera inviable e inútil a la idea del muro.

Ciudades santuario

Parecía sencilla de concretar la propuesta del candidato Trump de suspender todo el financiamiento federal a las “ciudades santuario”, cuyos gobiernos municipales no colaboran con el gobierno federal para controlar la inmigración sin papeles. Sin embargo, errores políticos y legales llevaron a que decisiones judiciales bloquearan los decretos que buscaba implementar la iniciativa.

El fallido intento de sitiar a las “ciudades santuario” tomó además un giro inesperado. El profesor Garrett Epps anota que los tribunales bloquearon los decretos de Trump porque, de prosperar, se habrían sentado precedentes negativos más allá de el menoscabo de los derechos de los migrantes. En efecto, la iniciativa también rompía el sistema federal estadounidense al permitir que el gobierno central interfiera en atribuciones que la Constitución y su Décima Enmienda tienen reservadas a los Estados.

Prohibición al ingreso de musulmanes

Esta oferta electoral, que Trump buscó implementar mediante órdenes ejecutivas, fue bloqueada en los tribunales por demandas de organizaciones no gubernamentales como la Unión Americana para las Libertades Civiles American Civil Liberties Union (ACLU, por sus siglas en inglés) y el Centro Nacional de Derecho de Inmigración; acciones legales de los Estados de Washington y Minnesota (apoyadas por 18 otros Estados); y declaraciones de respaldo de compañías del Silicon Valley (Google, Apple, Microsoft y Facebook, entre otras), académicos y ganadores de Premios Nobel, y antiguos altos funcionarios públicos como ex Secretarios de Estado y jefes de los servicios de inteligencia.

Los obstáculos que ha encontrado Trump para plasmar varias de sus propuestas antiinmigrantes no han evitado que, desde su llegada a la Presidencia, en varias áreas de los Estados Unidos se genere un ambiente hostil a los extranjeros, en general, y a los migrantes sin documentos, en particular. Estudios como los que cita Julia Preston, periodista especializada en temas migratorios, anticipan un futuro difícil para millones de migrantes y sus familias.

Medio ambiente

El nuevo presidente sí ha demostrado mucha eficiencia en sus primeros cien días en la Casa Blanca para abatir al menos dos docenas de disposiciones ambientales orientadas a la protección de la naturaleza, la prevención del cambio climático y la contaminación.

Trump cumplió promesas de campaña como el dar luz verde a la construcción del oleoducto Keystone XL y la revisión de las regulaciones para ofrecer más seguridad en la perforación y operación de pozos petroleros mar adentro, establecidas luego del derrame del Deepwater Horizon (golfo de México, 2010). A través de otras decisiones en línea con su fundamentalismo anticonservacionista, revocó la prohibición a las mineras de carbón de arrojar desperdicios en ríos, autorizó el uso de un insecticida fabricado por la Dow Chemical que fue prohibido años atrás por la Agencia de Protección Ambiental, anuló la veda de caza en Alaska, y eliminó normas que protegen a ríos y pantanos.

La Administración Trump achicó drásticamente la Agencia de Protección Ambiental (mientras proponía un incremento sustantivo del gasto militar) y, por si fuera poco, tiene “en carpeta” la implementación de otras siete medidas: desde la eliminación de subsidios a quienes compran neumáticos que bajan el consumo de gasolina, hasta la reducción de estándares de ahorro de energía.

Por último, fiel a su oferta electoral de no pagar los aportes que Estados Unidos debía hacer a los programas de las Naciones Unidas que financian acciones de mitigación de los efectos del cambio climático, la proforma presupuestaria que enviará Trump al Congreso no contempla asignaciones para el efecto. De este modo, aún sin excluir a Estados Unidos el Acuerdo de París u otros convenios, el Gobierno de Trump propinaría un severo golpe a la causa de la lucha contra el calentamiento global e inclumpliría flagrantemente compromisos internacionales asumidos por Estados Unidos, la potencia económica con mayores emisiones per cápita de CO2 a la atmósfera.

Política exterior

Buena parte de las propuestas de política exterior de Trump han sufrido modificaciones e incluso giros radicales de enfoque en sus primeros cien días en la Presidencia.

Ofreció excluir a su país de nuevas campañas militares pero terminó no solo bombardeando a Siria sino haciéndolo al margen del derecho internacional. Sin descontar que Assad pueda ser culpable de usar armas químicas (los indicios son significativos), ninguna nación puede usar la fuerza de manera unilateral —excepto en caso de legítima defensa— sin la autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Trump anunció que denunciaría el Nafta, pero terminó aceptando la renegociación del acuerdo comercial. En apariencia, su decisión fue espontánea, aunque haya pistas de que el cambio de curso fue fruto de debates internos dentro de su equipo de gobierno.

El candidato Trump alegaba que la OTAN era una alianza militar obsoleta y que los socios de Estados Unidos debían aportar adicionalmente a su presupuesto. Una vez en el poder, Trump dijo que antes no conocía mucho de la OTAN pero que, con posterioridad, ha constatado que “funciona porque combate al terrorismo”.

Frente a Corea del Norte, Trump exhibió una política confusa y hasta contradictoria. Aunque su vicepresidente, Mike Pence, empezó dirigiendo fuertes advertencias a Pyongyang por los ensayos de cohetes  y Estados Unidos despachó una flota hacia la península coreana, más adelante Trump pidió a Pekín que interponga sus buenos oficios y explore una salida negociada. El Presidente incluso sugirió, dando la impresión de estar improvisando, su disponibilidad a mantener un encuentro, ni más ni menos, con el líder norcoreano Kim Jong Un.

La única importante excepción a los continuos giros en la política exterior de Trump ha sido el retiro de la Trans-Pacific Partnership (TPP), acuerdo de libre comercio que estaba listo para ratificación del Congreso y que reunía a 12 de las mayores economías de la cuenca del Pacífico (excluyendo a China). Esta decisión se recordará a futuro como un harakiri comercial y político, pues la denuncia del TPP echó por la borda significativas ventajas obtenidas para su país por la administración de Obama: el acuerdo apuntalaba la proyección de Estados Unidos hacia la cuenca del Pacífico y lo habría posicionado frente a una China cada vez más poderosa, económica y políticamente.

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El presidente Trump tiene varios retos para los 1350 días que le quedan para gobernar. En particular, debe descubrir que la política en una sociedad democrática consiste en liderar a un país no imponiendo sino promoviendo entendimientos y acuerdos alrededor de los planteamientos del gobernante.

Muchos estadounidenses miran con frustración el liderazgo inexperto y volátil de Donald Trump. Un reportaje del Washington Post revelaba que, en sus primeros cien días, Trump hizo 488 aseveraciones falsas o imprecisas: se atribuyó logros de su predecesor, confundió las cifras y datos oficiales, y distorsionó la naturaleza de programas como el Obamacare y tratados como el Nafta.

Nadie recuerda que se haya hablado explícitamente en el pasado de la destitución de un presidente durante sus primeros cien días. Sin embargo, las múltiples alarmas disparadas por Trump han provocado un creciente debate en torno a su posible destitución.

Aunque la idea esté lejos de prosperar, es sintomático que se plantee la posibilidad de modo tan abierto y temprano. En cualquier caso, no está por demás tener presente la perspicaz sentencia del analista político Evan Osnos: “la historia de las presidencias asediadas (por la destitución) es, a final de cuentas, la historia de la arrogancia, de la ceguera con respecto a los errores propios, de la sordera frente a las advertencias, (y) del aislamiento de cara a realidades incómodas”.