Es común leer en Twitter comentarios peyorativos dirigidos a los que han votado por Alianza País: tontos y borregos. Esa actitud de superioridad intelectual y desdén hacia personas que opinan distinto es parte de la caja de resonancia que tiene a la oposición de perdedores perpetuos. Aun aceptando la falaz división de que los ricos inteligentes votan por la oposición y el pueblo vota por el oficialismo (lo cual representa una tendencia y no una regla), la psicología demuestra que ambos bandos hacen el mismo proceso mental interno para decidir por quién votar.

El psicólogo israelí y Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman y su compañero de investigación Amos Tversky revolucionaron su campo de estudio por demostrar que los seres humanos usamos dos sistemas para tomar decisiones. El primero es “rápido, instintivo y emocional”, y el segundo es “lento, deliberativo, y lógico”. El primer sistema existe para permitirnos navegar el mundo con la capacidad de tomar decisiones veloces, mientras el segundo nos permite absorber y procesar más información. Los dos sistemas son fácilmente manipulables.

Cuando aplicamos este concepto a la política, la primera pregunta que se hace un votante es, ¿puedo confiar en este candidato? ¿Representa mis intereses? Tanto los pobres como los ricos procesan la misma pregunta en relación a los candidatos pero llegan a conclusiones distintas. Si eres un profesional educado en colegios privados que vive en Samborondón en Guayaquil o El Condado en Quito, tal vez te ves reflejado y representado por Guillermo Lasso o Cynthia Viteri. Tal vez se parecen a tus tíos y hablan de tus intereses: a ti también te arde el impuesto de salida de divisas que el candidato Lasso promete quitar, y crees que el país sería mejor manejado por personas con la experiencia de levantar empresas grandes como un banco.

Pero si fuiste educado en un colegio fiscal, tomas transporte público y has visto mejorar tu calidad de vida en los últimos diez años, tal vez no te sientes representado por los señores Lasso, un banquero, y Viteri, una señora rubia. Luego ves un candidato en silla de ruedas y tal vez te relacionas con él, por qué su silla de ruedas te dice algo: vencer la adversidad. “El político siempre quisiera abdicar en favor de su imagen”, dijo Marshall McLuhan, “porque su imagen siempre será más poderosa que él”.

Por más que los politólogos dediquen miles de hojas y horas a analizar resultados electorales, tanto los ricos y los pobres analizamos y procesamos información de la misma forma. Una vez que esa información es contextualizada, llegamos a conclusiones distintas. Si algunos creen que su educación superior les da mayor capacidad para analizar elecciones se equivocan: simplemente toman decisiones basadas en sesgos contextuales y luego justifican su sesgo con la pretensión de su educación formal.

Este argumento fue respaldado por el activista venezolano Andrés Miguel Rondón en un texto en The Washington Post. La nota debe ser lectura obligatoria para nuestra oposición. Dirigiéndose a una audiencia norteamericana, Rondón ve en la elección de Trump un escenario familiar: la clase política tradicional se olvida de la clase popular, y luego se encuentra vencido en las urnas por un caudillo que no necesariamente comparte valores democráticos. Queriendo compartir las lecciones de la oposición venezolana, Rondón dice que la oposición en su país profundizó la fragmentación en el país al culpar “al pueblo” por la victoria de Chávez, y en el proceso se olvidó quién era el enemigo real. “No dejábamos de pontificar de lo tonto que era Chávez, no sólo con nuestros amigos internacionales pero también con la base de Chávez ¡Este señor está loco, ustedes deben estar locos!” Pero Chávez no era tonto, y la oposición no ganó un solo voto por llamar tontos a los votantes chavistas. “Al menospreciar a los militantes (de Trump), han perdido la primera batalla. En lugar de pelear en contra de la polarización, te has dejado vencer”. Si uno profundiza la polarización, según Rondón, uno no puede ser la solución a la polarización.

Rondón dice que la solución en Venezuela llegó cuando la oposición por fin aprendió las lecciones de sus derrotas: “La oposición en Venezuela se demoró diez años en aprender que tenía que ir a las favelas y el campo, no para dar un discurso, pero para jugar dominos y bailar salsa, y demostrar que ellos también son venezolanos” —escribió en el diario estadounidense— “tenían que romper la división de tribus, bajarse de las vallas y demostrar que son reales. No es populismo de otra forma: es la única manera de establecer credibilidad”.

En otras palabras, aplicando la teoría de Kahneman, la oposición ecuatoriana tiene una desventaja estratégica: no viene de la mismo tribu que la mayoría del electorado, y por ende genera desconfianza en el primer sistema que usamos para procesar información. Por eso no llega a apelar al segundo sistema. El candidato de Alianza País, Lenín Moreno, en cambio, tiene una ventaja estratégica: al pertenecer a la misma tribu del oficialismo —moldeada después de diez años de discursos y obras— puede ganar las elecciones sin el voto de la clase media alta. Por eso puede optar por no ir al debate organizado por la Cámara de Comercio de Guayaquil sin que le perjudique: sus votantes no lo iban a ver, y la gente que lo iba a ver no iba a votar por él.

No es suficiente reconocer que parte de la victoria de Alianza País se debe a su capacidad de polarizar al país y dividirlo en dos tribus. Para que la oposición gane, tiene que conocerse a sí misma para entender el papel que ocupa en este mundo creado por el oficialismo. Si somos “nosotros” contra “ellos”, hay que redefinir quién es quién, y si la oposición tiene una desventaja estratégica en no ser para la mayoría de los ecuatorianos la opción producida por el primer sistema de procesar información, tiene que apelar al segundo sistema de procesar información: eso requiere hablar con y no hablar de la gente que ha apoyado a Alianza País durante diez años. “Hay que demostrar preocupación, y no desprecio por las heridas de quienes han llevado (al populista) al poder”, dice Rondón. Hasta eso, los únicos culpables de sus derrotas serán ellos mismos.