[dropcap]N[/dropcap]oruega hace algo curioso con la utilidad de sus recursos naturales: en lugar de usarlos para construir hospitales o colegios, en los años sesenta creó un fideicomiso donde son depositados. El fondo se dedica a invertir en todo el mundo —excepto en Noruega. El objetivo es poder beneficiarse de la renta petrolera sin que la economía del país se vuelva dependiente de ella. El fideicomiso fue diseñado por un inmigrante iraquí que vio cuestionó el paradigma de que el petróleo genera más prosperidad. Si fuese una verdad absoluta Venezuela, Nigeria e Irak serían países prósperos, pero no lo son. Los datos revelados por economistas de renombre, incluyendo el amigo del presidente Correa, Jeffrey Sachs, demuestran que la abundancia de recursos naturales puede ser una maldición: hay una correlación entre el lento crecimiento económico y la explotación de recursos naturales (sin hablar de las correlaciones entre petroleo y corrupción, demagogia, entre otras). Es un asunto crucial pero, por lo que va de la campaña (aún en un período no oficial), no será un debate entre los candidatos: ninguno propone un modelo económico que cambie la matriz extractivista del Ecuador, que genera conflicto social, como en Morona Santiago ahora, y que seguirá generando daño ecológico y corrupción.

Ningún candidato está hablando del futuro. A pesar de atar nuestro bienestar al precio global de un commodity que está pasando de moda, y a pesar de haber sufrido una contracción económica debido a aquella sobredependencia, los aspirantes a la Presidencia aún no presentan argumentos sobre una diversificación económica. Sin importar quién gane, Ecuador seguirá siendo una economía de extracción de recursos, con todo lo negativo que eso implica.

El otro debate que no se dará es entre la dicotomía falsa entre la generación de riqueza y redistribución de riqueza. La discusión político actual se basa en el dualismo de que aquellas dos ideas son incompatibles: O generamos riqueza, o la redistribuimos. Pero los países más ricos del planeta (incluidos los nórdicos) tienen también la recaudación tributaria más alta —que luego dedican a programas sociales. De hecho, Noruega, Dinamarca, y Suecia aplica un IVA de 25% sobre la mayoría de compras. Al mismo tiempo, aquellos países suelen tener bajas tarifas tributarias corporativas: las empresas en los países nórdicos pagan entre 22% y 27% de su utilidad en impuestos, mientras en los Estados Unidos la carga tributaria corporativa más alta es de 39%. Nuestros gobernantes se enorgullecen al decir que nuestra tarifa corporativa de 22% en Ecuador es baja, pero se olvida mencionar que el pago de utilidades agrega 15%, dejándolo en 37%. En otras palabras: los países nórdicos entienden que, para mantener sistemas sociales generosos, es mejor cobrar impuestos sobre la riqueza personal y el consumo que cobrar impuestos sobre las empresas: una empresa con menos obligaciones tributarias puede invertir en ser más competitiva, tanto a nivel nacional como internacional. Una vez que la riqueza de la empresa pasa a ser riqueza personal, se pagan más impuestos. La empresa privada se enfoca en generar empleo, mientras el gobierno se enfoca en nivelar la cancha.

Se necesita redistribución para poder generar prosperidad: los diez países más prósperos del mundo invierten en igualar las condiciones de las personas más necesitadas, en general superando el nivel promedio de inversión en programas sociales de los países miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Ninguno abandona sus poblaciones pobres a un destino de marginalización, pensando erróneamente que el trabajo es la salida de la pobreza, ignorando la realidad que las condiciones sociales en que nacemos son las que, en la mayoría de los casos, determinan nuestro destino económico. Al contrastar los argumentos sobre generación de riqueza y redistribución, nos olvidamos que el destino individualista de cada ciudadano es producto de un destino colectivo.

Las conversaciones de cambiar el modelo económico de Ecuador tienden a ser conversaciones unilaterales realizados por el gobierno, y tienden a enfocarse en debates teóricos sin fundamentos en la realidad. Entre sus propuestas, el gobierno ha hablado del socialismo del siglo veintiuno, un concepto cuya aplicación en Venezuela ha creado una crisis humanitaria; del Flok Society, una iniciativa de académicos extranjeros que terminó con el líder estrella del proyecto saliendo del país decepcionado y reclamando falta de pago; la Universidad Yachay y todos los problemas que han conformado su breve existencia; y el cambio de la matriz productiva, cuyo eje central se traicionó cuando decidimos explotar el Yasuní-ITT. En todos los instantes quienes han propuesto cambios fueron los líderes del oficialismo, mientras la oposición simplemente se dedicó a reaccionar, sin proponer ideas sobre cómo podemos manejarnos distinto. w

Una elección podría ser el momento preciso para elaborar una visión distinta de país, pero hasta ahora no ha sucedido. Como resultado, repetimos argumentos que se han vuelto clichés, nos distraemos con temas como el aborto y la pena de muerte, nos escandalizamos con videos íntimos de candidatos sin chance a ganar, y cedemos una vez más el protagonismo al oficialismo para plantear el debate. Parece que el debate de ideas no tiene lugar en una campaña electoral.

Mientras tanto, en Noruega, el Ministerio de Finanzas recibe apenas el interés ganado por las inversiones que el gobierno realiza en otras partes del planeta. Es una especie de cuenta de ahorros para las futuras generaciones, y como han gestionado bien su economía, a los noruegos no les ha hecho falta esa plata: en el índice mundial de calidad de vida, están en el puesto 14 (En ese mismo índice, el Ecuador nisiquier aparece). Sin embargo, las prioridades de los políticos —y de los electores— parecen estar desplazadas hacia la misma discusión que gobierna el debate político en el Ecuador desde hace diez años: los ricos versus los pobres, el socialismo versus el capitalismo, y —en ulterior instancia— el bien contra el mal. Ninguna de esas dicotomías nos va a sacar del hueco en que estamos, ni logrará que el nivel de vida de los ecuatorianos crezca.