Cuando alguien dice que la Luna es de queso, me provoca hacerle, siempre, una pregunta esencial: ¿de qué tipo de queso está hecha? En una noche de Luna llena, cuando su brillo es mayor, podría ser sin dudas un queso blanco, humilde y casero. O quizá un Emmentaler por sus grandes agujeros como cráteres.  Pero ¿qué tal cuando muestra su verdadero color grisáceo, como en las fotos de las misiones Apollo? Acaso un queso cubierto con ceniza —como el francés Valencay—, o quizá con la capa de moho que le da su sabor pungente (y delicioso) a los quesos azules. En un mundo con miles de variedades de este derivado lácteo ¿cuál se llevaría el dudoso honor de decir que es el material del que está hecha la Luna?
➜ Otras Noticias

La Luna es una cuestión poética. El queso, no. G.K. Chesterton escribió que “los poetas han sido misteriosamente silenciosos en el tema del queso”, mientras que con la cuestión lunar han sido extremadamente abundantes. ¿Acaso los ingredientes culinarios inspiran menos que una roca inmutable que cuelga del cielo? ¿O es el queso demasiado cotidiano, demasiado omnipresente en las cocinas del mundo y por eso lo pasamos por alto?

Pero, ¿cuáles son las posibilidades poéticas de eso que llamamos queso? Clifton Fadiman intentó una “el salto a la inmortalidad de la leche”. Tiene razón: a través del proceso de cuajado y fermentación las propiedades nutritivas de la leche se conservan, además de que facilita su almacenamiento y transporte. Dicho proceso incluye fermentos de origen animal o vegetal, y una receta precisa de bacterias, levaduras y mohos que modifican el sabor de la cuajada básica hasta darle la robustez de un Gruyere o la cremosidad acre de un Camembert (por no hablar de sus muy distintos olores). Se puede decir que así, la leche pasa a mejor vida y reencarna en infinitas posibilidades de sabor, olor, color y textura. El queso tiene tantas posibilidades que frente a él, la Luna palidece con su monotonía milenaria. Y aún así, los poetas lo han ninguneado.

Aunque la Luna no esté hecha de queso, en la Tierra es un alimento primordial: lo comemos en rodajas, frito, derretido, rallado, en salsa, hecho pastel, o simplemente cortado y acompañado de un vino acuerpado o una cerveza. Un paseo por la memoria o por la percha de un supermercado nos permite contar no menos de veinte variedades distintas. El presidente francés Charles De Gaulle reflexionaba sobre su oficio preguntándose “¿Cómo puedes gobernar un país que tiene 246 variedades de queso?”. El sitio cheese.com tiene reseñas de más de 1750 variedades de 74 países, clasificados por tipo —fresco, suave, duro, firme—, país, leche, textura y color.

¿De dónde viene esta noción de que la Luna está hecha de queso? Existen dos pistas: un cuento serbio en el que una astuta zorra se salva de ser comida por un lobo, al que le dice que la Luna que se refleja en un pozo es, en realidad, un sabroso queso, y lo convence de bajar e irlo a buscar en el agua. La segunda, es un proverbio encontrado en el compendio de John Heywood (de 1546) que dice que el satélite natural de la Tierra está hecha de greene cheese —queso fresco. La fábula y el proverbio aluden a la gente crédula y fácil de engañar. Sin embargo, la frase ha calado en la cultura popular: desde Tom & Jerry hasta Wallace & Gromit han ido a probar el material lunar. Incluso la NASA —en la versión estadounidense del Día de los Inocentes, April’s Fools Day— publicó en 2012 una noticia en la que aseguraba haber encontrado pruebas de la que Luna estaba hecha de queso, acompañada de una foto de un cráter marcado con la fecha de caducidad del producto.

En realidad, la Luna es un puñado de debris galáctico, y de queso no tiene nada. La única vez que tuvo algún rastro lácteo sobre ella, fue cuando la misión del Apollo 11 —la primera en tocar su superficie— cenó hot-dogs y láminas de queso chédar termo-estabilizadas. Pero no todo es tan distinto entre nuestro satélite y la inmortalización de la leche: como algunos quesos, la Luna tiene capas y costra —carecen, eso sí, de la versatilidad y sabor del queso. Un puñado de polvo lunar es una mala idea gastronómica, y una Luna de queso es apenas una broma para crédulos. Pero hay una tregua posible: miremos a la Luna llena mientras comemos una tabla con quesos maduros, un locro o una pasta Alfredo, y hablemos de cosas terrenales y  personalidades lunáticas.

Mayte Bravo
Mayté Bravo
Periodista, cocinera y nerd
Y tú ¿qué opinas sobre este contenido?
Los comentarios están habilitados para los miembros de GK.
Únete a la GK Membresía y recibe beneficios como comentar en los contenidos y navegar sin anuncios.
Si ya eres miembro inicia sesión haciendo click aquí.
VER MÁS CONTENIDO SIMILAR