Gobernar no es solo decidir: es estar. Cuando el jefe de Estado pasa una porción significativa de su mandato fuera del país, la pregunta deja de ser anecdótica y se vuelve política: ¿desde dónde se ejerce realmente el poder?

Noviembre: el mes más activo en el exterior

Noviembre de 2025 fue uno de los meses con más actividad internacional para Daniel Noboa. Hizo cuatro viajes al extranjero que sumaron 13 días fuera del país, según decretos y comunicados oficiales.

Entre el 2 y el 4 de noviembre, viajó a Nueva York y Washington D.C.; del 7 al 8, a Bolivia, para el cambio de mando presidencial; y entre el 18 y el 20, volvió a Estados Unidos bajo el Decreto Ejecutivo n.º 218, sin detalles públicos sobre su agenda. 

A finales de mes, hizo un viaje personal al mismo país, completando los 13 días.

Desde su posesión en noviembre de 2023, Noboa ha hecho 29 viajes internacionales, entre oficiales y personales. Son más de 127 días fuera del territorio nacional, una cifra que llegará a unos 160 con los desplazamientos ya aprobados.

El problema no es solo logístico, sino político: un presidente que en medio de crisis de seguridad, masacres carcelarias y protestas por el sistema de salud, parece gobernar desde la distancia.

La diplomacia tiene lógica: buscar inversión, cooperación y relaciones estratégicas. Pero el debate se concentra en el desfase entre la agenda internacional y la urgencia nacional. Tras perder la consulta popular, sectores políticos pedían más presencia y liderazgo interno, no más millas acumuladas.

Parte de los itinerarios, además, fueron declarados reservados por “seguridad”, sin respaldo documental público, lo que agrava la percepción de opacidad.

Como dijo el politólogo alemán Max Weber en su obra La política como vocación, gobernar no es solo decidir: es asumir responsabilidad visible ante la comunidad

Para Weber, gobernar implica asumir las consecuencias concretas de las decisiones en un territorio y ante una ciudadanía específica. 

Cuando la acción política se vuelve distante, opaca o excesivamente mediada, la autoridad deja de apoyarse en la responsabilidad y comienza a erosionarse en el plano legítimo.

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29 viajes en dos años: un ritmo superior al de Lasso

El promedio de Noboa  es inusual: 1,2 viajes internacionales por mes.

En poco más de dos años, Noboa ha salido del país casi tantas veces como su predecesor, Guillermo Lasso, en dos años y medio (35 viajes), pero en menos tiempo y con mayor acumulación de días fuera del territorio nacional.

La comparación es reveladora: Noboa concentra una agenda exterior más intensa y frecuente, lo que sugiere que la diplomacia se ha convertido en uno de los ejes centrales de su gobierno.

La pregunta es qué impacto tiene esa prioridad sobre su liderazgo interno y sobre la percepción ciudadana de presencia presidencial.

En política, viajar más que un antecesor no es necesariamente un logro: puede convertirse en símbolo de desconexión si el país enfrenta crisis sin la presencia visible de quien gobierna.

Qué hay detrás de los destinos

No todos los viajes responden al mismo propósito. Los registros oficiales permiten distinguir tres tipos:

1. Viajes políticos y de cooperación 

Incluyen cumbres multilaterales, reuniones bilaterales y giras de inversión. La Presidencia argumenta que buscan atraer capitales y consolidar alianzas estratégicas con China, Emiratos Árabes, la Unión Europea y organismos internacionales.

Sin embargo, la agenda oficial se vio opacada cuando una de esas giras coincidió con la asistencia del presidente al Gran Premio de Fórmula 1 en Abu Dabi.

El contraste fue brutal: mientras eso ocurría, en Guayaquil una mujer moría en un cruce de balas entre bandas criminales y en Macas se entregaba el cuerpo de una bebé en una caja de cartón.

La simultaneidad alimentó la idea de que el problema no es solo dónde viaja el Presidente, sino cuándo y cómo se comunica su ausencia.

2. Viajes personales 

Una cuarta parte de los desplazamientos ha sido declarada personal. 

El nacimiento de su hijo, en enero de 2024, fue el único motivo explicitado públicamente. 

En otros casos, la Presidencia aseguró que no se usaron recursos públicos, pero la ciudadanía evalúa algo más que el gasto: evalúa la dedicación de quien ejerce el poder.

3. Agendas reservadas por “seguridad”

Al menos un viaje fue catalogado como reservado. 

Pero la ley ecuatoriana exige resoluciones motivadas y notificadas a instituciones de control, que no se han hecho públicas. 

Sin esa justificación, la “reserva” deja de proteger información sensible y pasa a proteger la opacidad.

El patrón general es claro: una mezcla de diplomacia, asuntos personales y reservas mal explicadas.

La frontera entre lo público y lo privado se vuelve difusa, y esa ambigüedad —en política— tiene consecuencias.

El costo político de tanto viaje

Costo institucional

Cada salida debe formalizarse mediante decreto que indique motivo, duración y encargo del despacho.

Aunque Noboa lo ha hecho en la mayoría de casos, sólo habría informado los detalles en un 11% de los viajes. 

En otros, la agenda se clasificó sin sustento público, lo que abre espacio a auditorías de la Contraloría y a pedidos de fiscalización, como los que ya impulsa la asambleísta Viviana Veloz.

Costo comunicacional

La derrota en la consulta popular redujo el capital político del gobierno. En ese contexto, viajar demasiado se vuelve un símbolo.

Un comunicado que agrupó viajes oficiales y personales buscó transparencia, pero generó el efecto contrario: consolidó la narrativa de un “presidente ausente”.

En lugar de separar y explicar cada desplazamiento, la Presidencia unificó todo, perdiendo control sobre el relato.

La estrategia más prudente habría sido comunicar cada viaje como evento autónomo, con objetivos claros y resultados verificables.

El politólogo Santiago Basabe lo resume así: un presidente gobierna “poniendo la cara”.

 

En un régimen presidencial, el poder se ejerce desde el territorio. La ausencia constante erosiona la sensación de conducción.

Costo político directo

Cada día fuera del país implica una oportunidad perdida de presencia.

En contextos de violencia y precariedad institucional, la ciudadanía interpreta la distancia como desinterés.

Esa percepción tiene efectos concretos: caída de confianza, aumento del descontento y debilitamiento electoral.

Costo estratégico

No todas las consecuencias son negativas

La diplomacia activa puede traer beneficios tangibles —inversiones, cooperación, acuerdos comerciales—, pero solo si hay resultados concretos.

Si no se perciben efectos internos, el saldo político es negativo.

En palabras de un asesor citado en círculos legislativos, la crítica más dura al actual gobierno es que “se gobierna como una multinacional: desde la distancia, sin cuerpo”.

Gobernar no es volar

El fenómeno de una presidencia en tránsito permanente es, en buena medida, una tensión contemporánea: la globalización exige movilidad y relaciones externas, pero la democracia exige presencia y rendición de cuentas. 

En el caso de Daniel Noboa, los registros muestran una gestión ejercida entre aeropuertos, cumbres y momentos de crisis interna.

Esa distancia no sólo es geográfica: es también política y simbólica.

Gobernar no es solo negociar ni representar: es estar donde los problemas ocurren, mirar de frente y asumir las consecuencias.

Pamela Leon
Pamela León
Máster en Comunicación Política. Autora del newsletter de GK: Explicaciones políticas para gente apurada.
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