La tienda de barrio en Quito: sin frutería no hay barrio

Sin frutería no hay barrio

No vayas al Tuti. Anda a la tienda de la esquina.

En todo barrio quiteño hay una institución conocida como la frutería. En realidad son mucho más que eso: son pequeños centros de abasto de todo lo que uno pueda imaginar. Frutería es sinónimo de tienda de barrio, y en realidad son sitios aún más grandes: son parte de una red invisible de cuidado, economía informal y vida barrial que sostiene mucho más de lo que parece. 

No solo venden manzanas y aguacates, pan, arroz y colas, sino que ofrecen tiempo, un poco de historia, confianza, cercanía —siempre con yapa. 

En las tiendas de barrio no solo se despachan productos: se administra una red de crédito emocional. En muchas, hay un letrero que dice “Hoy no fío, mañana tampoco”, pero la realidad es que cuando uno es de confianza, siempre tiene unos días para pagar lo que ya se llevó de la frutería del barrio.  

Frente al avance frío y envasado del supermercado —que huele a desinfectante y ese sí nunca fía— las fruterías de barrio son un lugar donde la transacción sigue siendo humana. Hay que ser gente, un valor que los ejecutivos que arman un Tuti en cuanto edificio abandonado encuentran, no conocen. Su excel nunca ha tenido una celda para la empatía.

En cambio, en la tienda de barrio, hay que saludar, hay que conversar. Hay que aguantar ese comentario ligeramente pasivo-agresivo sobre tus hábitos alimenticios, tus vicios recurrentes y tus horarios de llegada.

La tienda de barrio en Quito: sin frutería no hay barrio

Lo que sostienen esas tiendas no es solo una economía informal: es una red de contención. La frutería del barrio es el espacio donde las transacciones son pretextos para el vínculo: pagar es afianzar un afecto.  

Comprar una funda de naranja, seis huevos y media libra de arroz puede ser la excusa para contar que el hijo está sin trabajo. Pedir un jugo puede llevar a una conversación sobre el precio de la canasta básica. Cada esquina con frutería, es un punto de anclaje barrial: un radar social, un espacio público en miniatura.

Ahora, algunas están cerrando. Las grandes cadenas llegan con esa estrategia de nombre alienígena del hard discount, que tira los precios al suelo a cambio de efectivo puro y duro, que las fruterías del barrio no pueden igualar. 

Y con eso, no solo se pierde el fideo, el aceite, la golosina. Se pierde este santuario de la vida en comunidad, donde siempre encuentra un poco de esa conversación que uno no sabía que necesitaba. Se pierde el saludo diario, el consejo gratuito, el regaño cariñoso.

La tienda del barrio  —la frutería, como uno prefiera— es una institución que no debería medirse solo en PIB ni en ventas diarias. Debería medirse en confianza. En días salvados por una funda de pan fiada. En la sensación de que en los tiempos de los pedidos a domicilio en aplicaciones que te dicen cuánto tiempo ahorraste no saliendo de casa, aún hay un espacio físico que disfrutar —que huele a tierra, a fruta en maduración, a guardado: a tangible humanidad.

Nicole Moscoso Vergara Jose Maria Leon Cabrera
Nicole Moscoso Vergara y José María León Cabrera
Nicole es la directora audiovisual de GK, y José María, el CEO y director creativo de GK. Juntos desarrollan el proyecto de ensayos fotográficos de GK.