Ha sido un trayecto complicado y a veces difícil, pero se ha conseguido, sobre todo en los últimos 10 años. Hoy la representación adecuada de la población LGBTI es un hecho en los productos de consumo popular. Y si bien hay voces que todavía manifiestan su rechazo, en el terreno de la producción de obras audiovisuales es claro que ya no hay vuelta atrás.

Para 2020, de acuerdo al estudio Responsibility Index de la Gay and Lesbian Alliance Against Defamation (GLAAD), el 80% de las películas que se produjeron en ese año tuvieron un personaje LGBTI con más de 10 minutos de presencia en pantalla. Ese porcentaje no parece estar a la baja.

Para llegar a eso ha habido un proceso. Uno que empezó con estereotipos pero que hoy ya no pasa por ahí: los personajes LGBTI son importantes, tienen fuerza, mueven mucho a nivel narrativo y ya no son objeto de burla en sí mismos. 

Pero todavía hay mucho más que hacer.

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Esos primeros intentos

A fines de los años 70 e inicios de los 80, los personajes gays empezaban a ser retratados en series de televisión y en el cine. Pero los productores se tomaban muchos cuidados para saber cómo presentarlos. 

El comediante Billy Crystal saltó a la fama con su personaje Jodie Dallas, en la comedia Soap, entre 1977 y 1981 —serie que se transmitió en televisión ecuatoriana. 

Jodie Dallas decía que era homosexual, repetía muchos de los lugares comunes de la época sobre lo gay, pero en la serie siempre se lo veía con mujeres y buscaban empatarlo con ellas. El amaneramiento y la contención estaban presente ahí, como única manifestación del personaje.

En un nivel mucho más serio, la clásica Dinastía presentaba a un personaje gay con una lucha interna por aceptar su identidad, al menos en la serie original que se movió entre 1981 y 1989. El personaje, Steven Carrington —representado por los actores Al Corley y Jack Coleman—, era el hijo del patriarca petrolero Blake Carrington —interpretado por John Forsythe— y no tuvo oportunidad de desarrollarse con profundidad, como otros personajes de la serie, ya que los directivos de la cadena ABC, así como presiones de grupos conservadores, tuvieron mucho más peso y que Steven Carrington sea gay era un problema. Durante siete temporadas esto fue ignorando o solo insinuado de forma superficial.

Para la miniserie de 1991, titulada Dinastía: la reunión, Steve Carrington ya era abiertamente gay y tenía una relación estable con un hombre. Así hubiera reclamos, ya estaba todo creado y no se iba a cambiar.

En el cine, el tema ya se había manejado con algo más de seriedad y extrañeza. En 1930, en el filme Morocco, Marlene Dietrich canta una canción vistiendo un esmoquin y le da un beso a una mujer. 

En 1953, Ed Wood hizo el primer alegato sobre la tolerancia en su película Glen or Glenda; en ella, él mismo interpretó al personaje central que era un travesti, que se identificaba como heterosexual, y que tenía problemas con la ley y la sociedad que no aceptaban su pasión de vestirse como mujer. Si bien es una mala película —como casi toda la obra de Wood— es quizás uno de los primeros alegatos reales sobre las diferentes identidades sexuales.

En 1959, en Some like it hot, Jack Lemmon y Tony Curtis se visten de mujeres para huir de mafiosos y terminan siendo parte de una banda de jazz de mujeres, donde canta y toca el ukelele Marilyn Monroe. Sí, el travestismo como condición de humor. Sin embargo, el cierre de la película ofrece un gesto que siempre ha llamado la atención. El personaje de Jack Lemmon, al ser cortejado por un personaje masculino, decide revelar que es un hombre vestido de mujer, lo que al tipo no parece importarle: está enamorado. “Bueno, nadie es perfecto”, le dice el tipo a Lemmon. Y si bien la expresión se mueve en un sentido añejo de normalidad, hay la certeza de que acepta la verdad y quiere tener algo con ese hombre que se disfraza de mujer.

Con el paso de los años, el personaje queer empezó a estar en otros terrenos. En la calle, como parte de la prostitución, como el personaje secuendario y exótico. El personaje que estaba ahí y que resaltaba con cierta extravagancia. Era un contexto más. Y quizás en el ambiente de la contracultura y del cine europeo, la cultura LGBTI tenía mucha más presencia.

Ya sea con la Pink Flamingos de John Waters, con la drag queen Divine como protagonista, o la inolvidable y francesa La jaula de las locas —y sus dos secuelas. Estas muestran a una pareja del mismo sexo que deben aparentar lo que no son —uno de ellos se viste de mujer y el otro vuelve más toscos sus gestos— para ayudar al hijo ya adulto de uno de ellos, a pasar la prueba con los padres de su futura esposa, ultraconservadores y homofóbicos. 

Los gays, como una pareja estable y con un negocio fructífero, ya fueron un gesto de absoluto progreso en 1978, cuando se estrenó la primera La jaula de las locas, basado en la obra de teatro de Jean Poiret.

En Hollywood, en 1982, Dustin Hoffman se vistió de mujer —bueno, su personaje dentro de la comedia Tootsie— para conseguir un trabajo y la película termina siendo más de lo mismo: un hombre se viste de mujer solo por necesidad, no por identidad. Pero en 1993, Robin Williams encontró un mecanismo que permitió entender el acto por el que un hombre se convierte en mujer como un gesto de amor. En Mrs. Doubtfire, Williams debe hacer de una mujer mayor para cuidar a sus hijos, luego de su divorcio. Hay un tema de identidad dando vueltas, no de manera directa, pero el gesto se reconoce.

La época de transformación

Es en los años 90 y en la primera década del siglo XXI que el esquema empieza a romperse. Hay una mayor apertura y, también, productores y ejecutivos de estudios que decidieron dar más espacios. Empezaron a asumir a la identidad sexual no como una cualidad que define a un personaje, sino como un elemento más en la profundidad que existe en un ser de ficción.

En 1997, Ellen DeGeneres anunció que era lesbiana al mismo tiempo que su personaje protagónico en la comedia Ellen, Ellen Morgan, aceptaba que era lesbiana. Fue la primera vez que en la televisión aparecía algo así. Y fue un riesgo. Ellen había pasado tres temporadas de su comedia buscando el amor con hombres hasta que se pudo dar cuenta de quién era. El impacto fue mayor, las críticas interminables. 

La serie duró una temporada más luego de que los ratings cayeran. Años después, cuando ya la tolerancia y la normalización eran un hecho, DeGeneres tuvo su propio talk show, que duró hasta mayo de 2022 y tuvo 19 temporadas.

Pero en una serie de terror de la misma época, la historia fue distinta. Si bien en Buffy, the vampire slayer, Sarah Michelle Gellar era la estrella, fue con Willow que el productor y creador de la serie, Joss Whedon, encontró la forma de mostrar a un personaje queer con inteligencia. Con Willow, un personaje tan adorable y necesario en la historia, la actriz Alyson Hannigan logró abrir una puerta gigante para los personajes de la población LGBTI, cuando quedó claro que estaba enamorada y tenía una relación con el personaje de Tara. 

Hay mucha gente queer que creció en los 90 que todavía habla del impacto de Willow en su crecimiento. 

Esto pasó a pesar de que la historia de amor entre Willow y Tara no termina nada bien. 

Para inicios de los 2000, los gays y lesbianas en las series de televisión eran gente con éxito y estaban del lado de los buenos. La medida estaba cambiando.

Desde 1998 hasta 2006, y luego de 2017 a 2022, la comedia Will & Grace ya se movió en otro terreno. 

Sin bien existía el personaje gay extravagante, descabellado y alocado en la figura de Jack Macfarland —Sean Hayes—, el personaje central y uno de los que le daba nombre a la serie, Will Truman —interpretado por Eric McCormack— era la antítesis: era gay, pero reservado,  abogado exitoso que estudió en Columbia, y que buscaba una relación seria. 

Will era un gay recatado, que era parte de la locura que sucedía en el cuarteto de los personajes centrados. Will era una persona que tenía éxito laboral y que era gay. La normalidad a la vuelta de la esquina.

La época de la normalización

Con shows como Queer as folk o The L Word, desde el 2004 hasta el 2009, personajes gays y lesbianas ya se convertían en seres multidimensionales, capaces de vivir su sexualidad abiertamente, como parte de todas sus otras vivencias diarias. 

Con Queer Eye for the Straight Eye, entre 2003 y 2007, un grupo de expertos en imagen, diseño, salud y alimentación —todos gays— se unían a cambiar la apariencia y la vida a hombres heterosexuales en Estados Unidos. Uno de los integrantes de ese equipo, Carson Kressley, es una pieza fundamental en otro show absolutamente importante para la normalización de la comunidad LGBTI: Rupaul’s Drag Race.

Un reality show concurso de drag queens. Hombres gay, hombres trans, mujeres trans y hasta un hombre heterosexual han sido parte de las 14 temporadas de este programa que muestra las historias, la cultura y lo que significa ser una drag queen. 

Desde 2009, RuPaul Drag Race ha generado una revolución en el mundo, con diferentes spin-offs —shows que parten de la idea original— y versiones en Francia, España, Canadá, Australia, Indonesia y Reino Unido.

En Ecuador seguimos estancados

Mientras la cultura pop internacional se enfocaba más en la normalización y en la aceptación de la personas que son parte de la comunidad LGBTI —los personajes de Jesse Tyler Ferguson en Modern Family y de Chris Colfter en Glee son parte de este ejercicio de normalización—, en Ecuador seguíamos en los años 70.

Este retraso se percibe en la forma en que comediantes locales como David Reinoso y Víctor Aráuz se han dedicado a representar a personajes gays o afeminados ligándolos estrictamente a una fascinación por lo sexual, sin ningún tipo de profundidad. Además de, en ocasiones, ejercer actos casi de depredadores sexuales hacia otros personajes masculinos que aparecen en sus sketches o en sus obras de teatro. 

Sí, los personajes LGBTI todavía no han sido del todo revisados en Ecuador. Aunque eso no es del todo cierto.

En Feriado, la película de 2014 de Diego Araujo, el personaje principal es un adolescente que está indagando en su identidad y hay un gesto claro de definición homosexual, manejado con mucha altura y hasta dulzura. 

Algo que pasa con mucho cuidado y un gran humor con Mitch —Jesse Tyler Ferguson— en Modern Family. Casado con Cam —Eric Stonestreet—, ambos son realmente amorosos y tratan de ser los mejores padres que puedan, al mismo tiempo de que Mitch trata de lidiar con la tensión con su padre para aceptar su identidad, lo que lo vuelve mucho más humano. 

Mitch es fabuloso: tiene una gran familia y consigue que el amor sea lo que triunfe, no los prejuicios.

Por su parte, Kurt Hummel en Glee —interpretado por Chris Colfer— es el punto más alto de cariño y aceptación. Es gay, evidentemente gay —afeminado en sus gestos, en sus comentarios, en sus acciones—, pero es aceptado con amor por su padre y sus amigos. 

El conflicto sobre su identidad está ahí, pero va más allá de la aceptación. Ryan Murphy, el creador y productor de Glee, ha estado detrás de otros proyectos en los que le ha dado un lugar muy importante entre sus narrativas a personajes LGBTI.

Actualmente la apertura es mayor. Laverne Cox es una actriz trans que cumple un rol relevante en la serie Orange is the new black, interpretando a una mujer trans sentenciada a prisión. En filmes de Disney —Buzz Lightyear, por ejemplo—, en la última saga de Star Wars, en Star Trek —el personaje Sulu, que interpreta John Cho, es gay, como un homenaje a George Takei, el actor que hizo de Sulu en la serie de los 60 y que es homosexual—, hacia donde se mire, la apetura es real.

Incluso Daniel Craig, el último James Bond hasta el momento, ha conseguido darle cierto detalles queer a su Bond —sobre todo en Skyfall, en las escenas con el villano que hace Javier Bardem— y ha trasladado en su actuación una necesidad de representación: en la segunda entrega de la saga Knives Out, queda claro que su personaje Benoit Blanc, el gran investigador, es gay y tiene pareja. 

Quizás sea solo cuestión de tiempo para que un James Bond sea al menos bisexual, para no volver loco a todo el mundo.

Lo bueno es que los tiempos cambian y aunque haya gente que sienta que debe pelear una absurda batalla cultural, la representación para la comunidad LGBTI ya no pasa por estereotipos, pasa por hechos y profundidades que deja de lado el relato de lo anormal. Lo anormal es ya no verlo así en cine y en tv.

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Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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