Solo en lo que va de octubre de 2022, Kanye West no se ha callado, ha dicho de todo y eso, en el fondo le ha costado dinero. Y mucho dinero. De acuerdo a la revista Forbes, en las últimas semanas, luego de que sus comentarios antisemitas generaran un rechazo masivo, West ha perdido 1500 millones de dólares.

Sobre todo porque Adidas decidió terminar su sociedad con Kanye West.

Una cantidad escalofriante. Y no, eso no significa que Kanye West haya dejado de ser millonario, pero sí se puede catalogar como la reacción más contundente y fuerte que se ha hecho ante las acciones de un artista y empresario. 

Y no, no es cancelación, es algo más. 

A Kanye West le están diciendo que se detenga. Porque solo con lo que está pasando en este mes queda claro que West profesa ideas peligrosas y que en este extraño gesto de seguir creyéndose “la voz de una generación” —como lo dijo en 2008— es necesario hacerlo responsable de los exabruptos que han acompañado a una impresionante carrera como músico, rapero, productor y diseñador.

Porque quizás ya no son exabruptos. Ya es una forma sistemática de hacer las cosas. 

Kanye West es probablemente uno de los artistas más completos que ha dado este siglo XXI. Ha sido productor, luchó por conseguir que lo tomaran en cuenta como rapero y cuando lo consiguió, tomó por asalto al mundo. Con 11 discos en solitario y tres en colaboración, el hip-hop y el rap no ha sido igual desde su llegada a este terreno en 1998, cuando tenía solo 23 años.

Kanye West es, en terrenos estrictamente musicales, una fuerza que el mundo necesitaba. Pocos meses antes de morir, en 2013, el músico Lou Reed escribió un texto sobre West, en el que lo elogiaba. En él escribió: “El tipo tiene mucho, mucho, mucho talento. Realmente está tratando de elevar el nivel. Nadie está cerca de hacer lo que él está haciendo, ni siquiera está en el mismo planeta”. Palabras mayores.

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West es un diseñador de moda reconocido, actividad a la que está dedicado desde 2005. Su relación con Adidas, por ejemplo, venía de 2013.

En 2016, West fue diagnosticado con desorden bipolar. Y él ha sido muy claro en irresponsablemente decir que las crisis que ha tenido —varias— han sido momentos de revelación y que este desorden es su superpoder.

Además, ha hecho pública su decisión de no tomar medicación. Sus conciertos se han convertido en largos, extensos e inconexos sermones. Ha hablado de ser un dios, de ser un genio—algo que empezó a filtrarse en su música, como pasa en su excelente Yeezus. Apoyaba a Donald Trump y hasta llegó, en 2020, a anunciar una posible candidatura a la presidencia de Estados Unidos. 

Luego dijo que no lo iba a hacer.

Fue en 2020 cuando su entonces esposa, Kim Kardashian, a través de un comunicado, explicó la situación de West: “Como muchos de ustedes saben, Kanye tiene trastorno bipolar. Cualquiera que lo padezca o tenga un ser querido en su vida que lo padezca, sabe lo increíblemente complicado y doloroso que es entenderlo. (…) Los que están cerca de Kanye conocen su corazón y entienden que sus palabras a veces no se alinean con sus intenciones”.

Pero lo que ha pasado en los últimos días no puede justificarse con su trastorno. No hay manera de unir su salud mental con esas acciones y comentarios que lo ligan de manera directa con corrientes fascistas y peor, con un antisemitismo que, por suerte, le está pasando factura.

Porque se puede sufrir de trastorno bipolar, pero no por eso ser intolerante o antisemita. 

El Kanye antisemita

El pasado 9 de octubre de 2022, West publicó un tuit en que se leía que cuando se despertara iba a ir “defcon 3 contra la gente judía”. Lo hizo con un aparente error de escritura —colocando “death con 3”— y haciendo referencia al sistema de alarma usado por fuerzas militares para señalar que las tensiones han aumentado a tales niveles que hay que estar listos para un enfrentamiento con las otras fuerzas —el enemigo. 

Eso fue tomado como una amenaza contra los judíos.

Al poco tiempo, su cuenta de Twitter fue bloqueada por la plataforma. Algo similar le había pasado dos días antes, el 7 de octubre de 2022, en Instagram.

En esa red social, West publicó una captura de pantalla de un intercambio de texto con el también músico y productor Sean “Diddy” Combs en el que le decía que él —Combs— era usado “por el pueblo judío” ​​para llamarlo, pero “que nadie puede amenazarme o influenciarme”. Y listo, cuenta bloqueada. Ante esta publicación, el Comité Judío Americano expresó su preocupación por el comentario que replicaba “tropos como la codicia y el control” que son atribuidos al pueblo judío.

De ahí en adelante —y un poquito hacia atrás, claro— la espiral descendente no ha dejado de girar.

10 de octubre: publicó en su cuenta de YouTube un extracto de un documental en el que estaba trabajando y en el que se lo veía mostrándole un video pornográfico a un ejecutivo de Adidas, como un acto de intimidación porque —se supone— West ha querido terminar el contrato desde hace semanas.

12 de octubre: un programa de entrevistas anunció que no publicaría una entrevista que le hizo a West para no darle espacio para “reiterar más discursos de odio y estereotipos extremadamente peligrosos”.

15 de octubre: en el programa Drink Champs, West le dio nuevamente vida al rumor infundado de que George Floyd —el afroamericano asesinado el 25 de mayo de 2020 en Minneapolis, por agentes policiales que le pusieron una rodilla sobre su cuello, ahogándolo— murió por sobredosis de fentanil y no por la acción policial. La familia de Floyd decidió demandar a West por 250 millones de dólares.

17 de octubre: en una entrevista con Chris Cuomo, West no se disculpó por su comentario antisemita, pero intentó explicarlo diciendo que “los músicos afro firman con sellos discográficos judíos y esos sellos discográficos judíos se apropian (de su trabajo)”.

En la misma entrevista comparó a los judíos con los esclavistas. La Liga en Contra de la Difamación rechazó la intervención de West, diciendo que expandía “antiguos mitos antisemitas sobre la codicia y el poder de los judíos y el control de la industria del entretenimiento”.

Y si a estas acciones se le suman las que sucedieron días antes —como el usar una camiseta con la frase White Lives Matter (las vidas blancas importan) en un show sorpresa en París, para presentar la nueva línea de su marca Yeezy— y que para muchos medios lo acercaban ya al fascismo, lo de los últimos días ya no tiene explicación.

En septiembre, las tiendas GAP decidieron ya no vender su línea de ropa. Hace unos días, el banco JP Morgan Chase le dio a West hasta noviembre para encontrar una nueva institución financiera —luego de que trascendiera que en 2018, durante una entrevista para TMZ, West alabara a Hitler y a los nazis, pero esa parte fue cortada del video que salió.

Y el 25 de octubre, Adidas le dijo adiós, terminando el contrato de casi una década para hacer su línea de zapatos Yeezy. Muchos creen que ante sus más recientes comentarios, West se convirtió en un riesgo para los accionistas de Adidas. 

La decisión de Adidas no es cualquier cosa. De acuerdo a Matt Krantz, en Investors, expertos estiman que el fin del convenio “se traducirá en un golpe de 250 millones de euros en los ingresos netos de Adidas en el cuarto trimestre. Esto supone una pérdida de beneficios de unos 249 millones de dólares. Se trata de un retroceso importante, que supone más del 40% de los 598 millones de dólares que Adidas espera ganar en todo el año, según S&P Global Market Intelligence”.

¿Por qué, Kanye?

Kanye West siempre ha estado rodeado de un montón de aduladores que han justificado sus comentarios y acciones, con la excusa de que era «Kanye siendo Kanye». Un tipo que al menos a inicios de año tenía una fortuna valorada en dos mil millones de dólares. 

Esta permisividad le ha permitido a él ser él, con todo y lo gran músico que es. West se ha convertido en una especie de cazador de polémicas, como si convertirse en el villano del mundo fuera su objetivo.

Y por mucho tiempo su trastorno bipolar ha sido visto como la justificación para estas acciones. 

Pero conforme han pasado los años, estos actos se han vuelto más peligrosos. West no solo se ha puesto de lado de gente acusada de abuso sexual —como el caso de Marilyn Manson—, también ha utilizado riesgosos argumentos revisionistas para decir que la esclavitud en Estados Unidos fue una «elección».

O ha expuesto a sus propios hijos, menores de edad, al escrutinio de todo el mundo a través de sus cuentas en redes sociales. West, inclusive, ha sido violento con su exesposa, Kim Kardashian, acusándola de todo, y hasta ha sido capaz de amenazar a las parejas de su ex —por ejemplo al comediante Pete Davidson—, como si nada, como si pudiera hacer lo que le diera la gana, sin ninguna consecuencia. 

Pero las consecuencias llegaron con fuerza.

Parecería que más que nunca Kanye West es una persona observada por todo el mundo. Es un tipo con un trastorno bipolar que, por propia iniciativa, prefiere mantenerlo sin control médico. Es un tipo que prefiere repetir falacias de voceros y de grupos de extrema derecha, y que se cree en la obligación de decirle al mundo “las verdades”.

Kanye West es un tipo que, asumiendo su derecho a expresar sus ideas, promueve un antisemitismo que no se puede tomar a la ligera. No extraña que le esté pasando lo que le está pasando ahora.

West, en pleno ejercicio de su libertad, está descubriendo que incluso el mismo sistema que lo ayudó a crecer, es el que ahora le dice “cállate”. Algo que eventualmente iba a pasar y pasó.

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Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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