Isidro Romero,
Entre las varias opciones presidenciales que se presentan en este proceso electoral, la suya no deja de causarnos preocupación e incertidumbre. Sí, conocemos de su pasado empresarial y ningún seguidor del Barcelona podría olvidar su nombre. Pero más allá de eso… ¿Qué?
Intentamos formarnos la imagen de un eventual gobierno suyo, de imaginarlo en un rol como servidor público, el líder de una nación, el hombre que debería tener una idea clara de hacia dónde vamos a ir y, mucho más importante, cómo lo haremos. Sin embargo, esa imagen se diluye en el escenario borroso de la demagogia. Sí, es un adjetivo recurrente en el proceso político del país, pero lastimosamente no vemos otra forma de entender su candidatura.
Nos cuesta resolver, entre varias incógnitas, la opaca imagen de su pasado y presente político, la incoherente dirección ideológica que contrapone su plan gubernamental con la retórica de su discurso y la facilidad con la que simplifica los graves problemas que afectan al Ecuador para dar la ilusión de que tiene una respuesta.
Entendemos que, tras años de un notable deterioro en la clase política, le resulta más aconsejable alejarse de cualquier relacionamiento a partido político alguno. Pero usted tiene un pasado político, por más breve que este sea y no lo puede desconocer. En varias entrevistas minimiza la truncada intención electoral de candidatizarse a la presidencia del Ecuador que tuvo en 1998 como representante del Partido Social Cristiano, PSC; usted dice que ellos querían que usted fuera el candidato presidencial ese año pero que usted se negó y asegura ahora que la decisión que tomó fue porque no se sentía “ilusionado” ni “capaz de manejar el Ecuador”. Nos confunde que esa misma autoevaluación no lo marcó antes de ser diputado nacional en 1996, que —sin intentar desprestigiar su actuación— resulta ser imperceptible. Ahora que pretende regresar a la política lo hace con la marca de un outsider, un no político, porque entiende que esta palabra, por lo menos en este país, es sinónimo de insulto y no una garantía de prestigio. Y ahí vemos el problema sobre su identidad política: simplemente no existe. Así se puede entender entonces su paso por el PSC, de clara tendencia conservadora de derecha, y su ahora promoción por el partido Avanza, una agrupación de centro-izquierda (socialdemócrata). Ese salto de una organización a otra es quizás por la ausencia de una ideología política propia y más bien, desde una visión utilitarista, como otros candidatos, por la necesidad de tener un vehículo electoral que le permita participar en la contienda.
Sino, ¿qué gana una candidatura que no llega ni al 5% de la intención de voto? Claro, usted prefiere denominarse simplemente como “un empresario […] con gran sentimiento social”. Pero la ambigüedad de estas palabras nos preocupa. Sin una identidad definida, nos atrevemos a pensar que no entiende o no le interesan los problemas reales de la política. ¿Cómo pretende guiar a la nación, sin entender, o queriéndose alejar, de las verdaderas causas que afectan al Ecuador?
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Aspiraríamos a encontrar en su discurso de campaña o en sus propuesta de gobierno las razones por las que pretende gobernar el país. Nos impresionó ver a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, en la estructura del documento, pero, nuevamente, más allá de profundizar en su verdadera intención resultan ser decorativos más que funcionales. A la par, en su discurso prefiere alzar la voz, confrontar, si es necesario, para dar la impresión de tener el control absoluto de temas que no entiende o no quiere entender.
En la entrevista en GK no duda en exaltar la antigua costumbre punitiva que marca a la autoridad, pues, según su punto de vista, “lo único que entienden las personas es cuando los castigas”. ¿Así es como ve al pueblo ecuatoriano? ¿Para usted los ciudadanos son niños necios que necesitan de un padre castigador y autoritario? ¿Cómo empata esa idea que tiene de la gente con lo que pretende proponer para ellos? Y le preguntamos esto porque en su plan de gobierno se enuncia frecuentemente a los derechos humanos, aunque en sus intervenciones públicas no se moleste en hacer propuestas totalmente opuestas a ello. Eso demuestra, a nuestro parecer que, cuando los derechos humanos se interpongan en sus objetivos, usted no tendría empacho en descartarlos o adaptarlos como si estos se pudieran moldear ante su voluntad.
Así mismo, apoyado de una idea populista, ha planteado el endurecimiento de penas y aumentar la encarcelación, sin entender los ya altos niveles de severidad de nuestro sistema penal que enfrenta graves problemas de hacinamiento. Su plan se estanca en la vaga mención de reformas legales e institucionales, mientras que su discurso se llena de soluciones populistas poco — mejor dicho— nada efectivas.
En educación ha resaltado la intención de generar 100.000 becas anuales (¿cien mil!?) financiadas por el sector privado, y la promoción de la educación telemática, supuestamente asegurando el acceso a internet. Cada idea resulta ser, nuevamente, un simple insulto de soluciones vacías ante los problemas estructurales. Asume —por simplicidad— que la voluntad empresarial acogerá el desarrollo profesional en todos los campos de la ciencia, tecnología y arte (porque no menciona otra alternativa) y que sometiendo a las empresas de telecomunicación conectará telemáticamente a todos los estudiantes sin pensar, por lo menos, que hay zonas rurales —e incluso algunas urbanas— que aún carecen de servicios tan básicos como agua y electricidad, ni hablar del Internet.
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Y podríamos prolongar una infinita lista de ideas vagas en su discurso: propone el Plan Nacional Médico de Familia — sin explicar las diferencias con el similar proyecto del gobierno actual—, o planteamientos superficiales relacionados a la violencia de género; además de temas poco discutidos como el plan para el medio ambiente, que se reduce al control ciudadano, o la simpleza con la que exalta promesas vacías en campaña como ordenar a su Ministro de Gobierno encarcelar a todos los corruptos —que usted, bien sabe, en un estado de derecho, eso ni siquiera es una posibilidad.
Nosotros podríamos desestimar su candidatura, viendo las posibilidades reales que usted tiene de llegar a la presidencia, pero quiero que estas preguntas retumben no solo en sus oídos. La naturaleza de su candidatura no se puede tomar en serio. Prefiere apelar al populismo y aparentar una mano dura para disimular su lejanía —a veces física, pues ya son varios años que usted tiene su residencia principal en España, no en Ecuador— de la realidad del país, ahora más alterada por la crisis del COVID-19 y el manejo político económico del gobierno. Intenta justificarse con el estandarte de empresario, generador de empleos, sin mirar más allá de sus metros cuadrados; sin entender que ese privilegio lo aleja más de la realidad ecuatoriana, a la que, además, parece, usted ni siquiera tiene interés en conocer. Así, su candidatura nos resulta simple oportunismo político que surge de la vanidad de un empresario para quien el poder político parece valerle más como una medalla que alimente su ego que como un camino para cambiar la realidad de millones de ciudadanos.