El 16 de marzo de 2020, Delia Montero dejó de tener fines de semana libres y horarios de trabajo. Perdió la cuenta de las llamadas diarias que recibe de mujeres que le piden ayuda. Montero es administradora de la Fundación Nuevos Horizontes que atiende a mujeres víctimas de violencia en la provincia costera de Manabí. “No es que puedo decir ‘hoy es sábado, señora, no puedo atenderla’, no”, dice con determinación, agregando que los teléfonos están disponibles las 24 horas. Como ella, decenas de mujeres que trabajan en casas de acogida, centros de atención y fundaciones en el país trastocaron sus horarios, rutinas —en una palabra, su vida— para estar para las mujeres que necesitaron ayuda durante la cuarentena más estricta producto de la pandemia de covid-19, cuando casi no se podía salir de casa: desde mediados de marzo hasta el 25 de mayo de 2020.
La Casa Acogida de la Fundación Ayllu Warmikuna, en la provincia amazónica de Orellana, no cerró sus puertas por la pandemia. La Fundación, junto con el vicariato de Orellana, una circunscripción misionera que forma parte de la Iglesia Católica, crearon un espacio para recibir a mujeres víctimas de violencia por 15 días, antes de llevarlas a la casa de acogida de la fundación, para no exponerlas a otras mujeres a un posible contagio. Nancy Pastuña, psicóloga de esta casa de acogida, reconoce que al ser la única casa en toda la provincia no podían cerrar, ni siquiera por la crisis sanitaria. “En junio tuvimos que acoger a una víctima de tentativa de femicidio, tres víctimas de violencia sexual. Son casos de alto riesgo, en donde no podemos dejarles desamparadas”, dice. Para poder hacerlo con seguridad, tuvieron incluso que readaptar sus locales: prohibieron las visitas de personas externas para evitar posibles contagios y tuvieron que crear protocolos de seguridad para atender a las mujeres que necesitaban ayuda inmediata.
Las modificaciones en los espacios físicos no han sido las únicas: para atender las llamadas de auxilio todo el día, sus equipos han creado turnos en las mañanas, tardes y noches. Esther Vijay forma parte de la Fundación Solidaridad y Familia (Sofami) en la provincia austral del Cañar. Con ella, suman apenas 7 personas que trabajan ahí. Durante la pandemia tuvieron que dividirse 158 nuevos casos de pedidos de auxilio mientras seguían atendiendo y acompañando otros 215. Solo en marzo atendieron a 700 mujeres. En abril, a 450.
No solo las mujeres llaman a pedir ayuda sino que las organizaciones han dado seguimiento a casos anteriores a la pandemia, o los que ya trataron durante y después del estado de emergencia, que terminó formalmente el 12 de septiembre de 2020.“Les decimos queremos saber cómo está usted, queremos que se sienta acompañada, estamos pendiente de usted”, dice Esther Vijay. Les dan un número de teléfono para que las llamen sin medo. Vijay dice que esos procesos de ayuda y seguimiento son la manera más eficaz para que las mujeres “no se sientan solas” en una pandemia que ha recrudecido la violencia contra la mujer en el Ecuador (y todo el mundo).
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María Fernanda Yaulema es directora de la Fundación Nosotras con Equidad en la provincia de Chimborazo —en la Sierra centro— y explica que en el confinamiento muchas de las víctimas no pudieron llamar para pedir ayuda. No solo pasó en Ecuador: la enfrentaron millones de mujeres del planeta entero durante la cuarentena impuesta para evitar la propagación del covid-19. La directora ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, dijo que el encierro y las actuales circunstancias de restricción de movilidad complican aún más las posibilidades de denunciar.
Las mujeres y niñas tienen limitaciones “para acceder a teléfonos y líneas de atención”, e incluso servicios públicos como la policía, la justicia y la asistencia social. Como consecuencia, dijo Phumzile Mlambo-Ngcuka, también se pone en riesgo la atención y el apoyo que necesitan las sobrevivientes. Pero, a pesar de los obstáculos, las casas de acogida y fundaciones se las han ingeniado y han creado sistemas de mensajes en clave para comunicarse con las mujeres sin que sus agresores sospechen.
La idea surgió con el inicio de la cuarentena, cuando demasiadas mujeres se vieron obligadas a convivir con sus agresores las 24 horas del día. Necesitaban alternativas para pedir ayuda. Tenía que ser simple y no tomarles demasiado tiempo.
Esther Vijay ha creado preguntas clave para poder hablar con las mujeres que les piden auxilio. Dice que al recibir una llamada lo primero que hacen es preguntar a la mujer su nombre y dónde vive. Son dos preguntas clave que, en el caso de una emergencia grave, les permitirá saber dónde ir a ayudarla. Muchas de las preguntas son respuestas sencillas de sí o no. Como ¿dispone de tiempo para hablar?, ¿necesita hacer una llamada al 911?, ¿está en peligro?. Pero no siempre pueden hacerles esas preguntas.
Hay casos en los que las llamadas son tan rápidas que no hay tiempo para hacerles ninguna pregunta. Durante la pandemia, María Fernanda Yulema, que atiende a mujeres en Chimborazo, cuenta que una mujer la llamó y lo único que alcanzó a decirle antes de colgar fue que necesitaba una boleta de auxilio. Su pareja la descubrió, y la mujer no pudo decirle nada más. “Sabía que no podía devolverle la llamada porque podía poner en alerta al agresor”, dice Yulema. La manera de abordarlas, sostiene, es diferente a la de una situación sin pandemia. “Tienes que llamarle como si fueses la amiga y decirle en qué te puedo ayudar”. Yulema y otras mujeres de las casas de acogida han ido más allá de la ayuda a las víctimas de violencia: se han convertido en sus amigas y en muchos casos su único apoyo.
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La violencia que sufrieron las mujeres en la cuarentena empezó mucho antes del encierro. Un informe de ONU Mujeres dice que en los últimos 12 meses, 243 millones de mujeres y niñas de entre 15 y 49 años de todo el mundo han sufrido violencia sexual o física —casi catorce veces la población de Ecuador, más de 7 veces la del Perú, cinco veces la de la Argentina, tres veces la de Alemania: un continente entero de sufrimiento. Con el avance de la pandemia del covid-19, dice el reporte, es probable que la cifra crezca.
Las circunstancias del confinamiento hizo que los casos de violencia aumentaran y que el acceso a servicios de ayuda o denuncia fuesen más difíciles. Montero, de la fundación Nuevos Horizontes, dice que pareciera que antes de la pandemia la violencia hubiera estado cubierta y a partir de la cuarentena muchas mujeres hubieran dicho “tengo que pedir ayuda”. Montero recuerda el caso de una mujer cuya pareja “le había golpeado muchas veces” pero ella nunca había denunciado hasta que llegó la pandemia y “de pronto como que ya no pudo más y entonces comenzó a buscar ayuda”. Para Montero esto se debe a que antes las mujeres salían, se iban con sus hijos y huían de la violencia en sus hogares —aunque fuese por momentos.
El estudio Violencia de género en tiempos de pandemia y confinamiento dice que el encierro facilita la impunidad porque el agresor aísla “a la mujer de sus fuentes de apoyo externo, fundamentalmente familia, amistades y entornos, con el doble objetivo de aumentar el control y conseguir impunidad”. El mismo estudio revela que los agresores aprovechan circunstancias de desastre o catástrofe, en las que se produce una limitación de la movilidad, para incrementar la violencia contra las mujeres.
A pesar del aumento de casos, Flor Soxo, administradora del Centro de Atención Integral en Guaranda, en la provincia de Bolívar, dice que están “atendiendo menos mujeres porque menos mujeres tienen acceso al sistema”. Antes de la pandemia, cada mes atendían entre 25 y 30 mujeres, niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia. Pero en abril hubo solo 20 usuarias nuevas. En Ecuador desde el 16 de marzo, cuando inició la emergencia sanitaria, hasta el 31 de mayo el número de emergencias 911 recibió 28.367 llamadas por violencia en contra de mujeres, niños, niñas y adolescentes. De ese número, 3.781 fueron por violencia física, 17.911 violencia psicológica y 39 relacionadas con agresiones sexuales, según un informe del Servicio Integrado de Seguridad ECU 911.
Yesenia Cajilima, Directora ejecutiva de fundación Espacios en la provincia de Loja —en la sierra sur del país— dice que las denuncias registradas son mínimas en comparación con lo que se está viviendo. Ella suma otra razón para que esto pase: “muchas mujeres están viviendo violencia sin denunciar, porque si llega lo hacen, su vulnerador irá preso y no tendrán ellas para comer”.
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La coordinación entre las autoridades y las fundaciones, casas de acogida y centros también son un obstáculo a la hora de proteger a las mujeres víctimas de violencia. Nancy, de la Casa Acogida de la Fundación Ayllu Warmikuna en Orellana, cuenta que durante la pandemia una mujer llamó a la línea de la Fundación y solo alcanzaron a escuchar “ayúdenme”. Le devolvieron la llamada, pero nadie contestó. “Pedimos apoyo a la Policía y nos dijeron que no se puede encontrar el radar de dónde se realizó la llamada”, cuenta Nancy.
Horas más tarde, una oficial de policía llamó a la fundación y les dijo que habían localizado de dónde se había hecho la llamada. La agente fue a la casa de la mujer y constató que había sido golpeada. La mujer policía le dijo a Nancy que la iban a llevar a una valoración médica y le preguntaron si después podían llevarla a la fundación. Ella les dijo que sí y pensó que, apenas llegara, la haría hablar con la psicóloga. Nancy esperó toda la noche la llamada de la oficial de la policía para que le confirmara que la mujer iría a la fundación. “¿A qué hora me llaman?, me pregunté. Me quedé con el teléfono al lado por si me quedaba dormida”, dice. Pero esa noche no logró dormir.
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A la mañana siguiente, llamó a la oficial de policía. Le dijo que la mujer no se quería quedar en la fundación. Nancy se preocupó por la seguridad de la mujer pero supo que no la podía obligar. Ese mismo día Nancy recibió una llamada de la Fiscalía: le dijeron que había un caso de tentativa de femicidio y le preguntaron la razón por la que la fundación no quiso recibir a la mujer. Nancy respondió que la policía no le había informado de un caso de tentativa de femicidio. Al contrario, le habían dicho que se trataba de una “discusión de pareja”. “Hubo una pésima comunicación desde las entidades, cuando la Casa siempre estuvo predispuesta para el acogimiento”, dice Nancy. Sin importar la falta de comunicación y responsabilidad de las autoridades, Nancy, Yesenia, Delia, Esther, Flor, a pesar del cansancio, siguen trabajando para impedir que más mujeres mueran a manos de sus agresores. No importa el día, la hora, ni la pandemia que vivamos —la plaga de la violencia es una silente que hace rato padecen nuestras sociedades.
A pesar de las dificultades por las que atraviesan las mujeres que atienden las fundaciones y casas de acogida, logran acoger y salvar la vida de varias mujeres. La labor de las casas de acogida es una tarea desinteresada que, con pocos recursos, ha logrado ayudar a incontables mujeres. Y con la pandemia su labor no se ha intensificado y ha encontrado nuevas alternativas para estar en contacto con ellas. En un país como Ecuador donde 6 de cada 10 mujeres ha sufrido algún tipo de violencia, la tarea de las trabajadoras de las casas de acogida salva vidas.
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