Apreciado Gustavo,

Nuevamente participas en una contienda electoral y esta vez lo haces como candidato a la Presidencia de la República por Democracia Sí, movimiento que fundaste con el propósito, justamente, de llegar a Carondelet. Tu postulación, sin embargo, sorprende, pues se contrapone a los múltiples e insistentes llamados públicos que has hecho hacia la anhelada unidad de fuerzas políticas nacionales —en este caso, del centro a la izquierda— para conformar un solo frente electoral. Ese frente habría podido, por un lado, generar los acuerdos de mediano y largo plazo, tan necesarios para el país después del paro de octubre de 2019 que ahondó la polarización sociopolítica de los últimos años; y, por otro, dejar atrás afanes personales y protagonismos innecesarios que dispersan el sistema de partidos y el proceso electoral.

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Basta revisar la extensa lista de 17 binomios que buscan inscribir su candidatura ante el Consejo Nacional Electoral, y compararla con las 3 alianzas que efectivamente se han pactado: la del PSC con CREO para apoyar la candidatura de Guillermo Lasso; la de Centro Democrático y Fuerza Compromiso Social promovida por el correísmo, ahora representado en Andrés Arauz; y la del Partido Socialista y Concertación que respalda a César Montúfar. Lastimosamente, sumando a la incapacidad de los políticos para acordar y tejer consensos, algunas alianzas se conformaron más por necesidad que por convicción.

Yo me pregunto entonces ¿qué motivó tu postulación a la Presidencia de la República cuando, por ejemplo, podías encabezar la lista nacional de asambleístas de tu movimiento y desde ese escaño aportar a resolver los problemas del país legislando y fiscalizando? ¿Cómo piensas atraer al electorado ecuatoriano, en medio de la proliferación de candidatos y de ofertas electorales? ¿Cómo te convertirás en una opción en medio del desencanto ciudadano y de la extendida desconfianza frente al establishment? ¿Crees qué hasta febrero de 2021 puedas superar el 1,7% que las encuestas te conceden? ¿De qué manera lo harás?

 Sé que eres un político experimentado, a quien el ejercicio del poder estatal no le es ajeno: tu militancia en la izquierda empezó en tu juventud, cuando integraste el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) —organización de la que, se dice, fuiste su “cerebro”—. Y sé que hoy, más de cuarenta años después, te ubicas lejos de la retórica y la acción política revolucionaria a la que calificas de dogmática, así como de aquellos populismos que, consideras, han utilizado un discurso de izquierda para gobernar hacia la derecha.  

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 Dices que Democracia Sí representa una izquierda sensata, con sentido humanista y ecológico, republicana, que lucha por la inclusión social y por el desarrollo económico de manera simultánea, que cree en un Estado democrático contrario al Estado autoritario. ¿No era lo mismo que creías cuando ayudaste a fundar Alianza País? ¿Cómo harás para que el proyecto de cambio que hoy propones se mantenga más allá de un solo liderazgo, el tuyo propio, quizás? Me preocupa que eso no ocurra y que, al contrario, el proyecto se construya alrededor tuyo, reproduciendo el caudillismo y el patrimonialismo característico de nuestra cultura política, tal y como has señalado ocurrió con Rafael Correa y la Revolución Ciudadana.

El hecho de que en las elecciones seccionales de 2019, Democracia Sí tuviera buenos resultados —4 prefecturas en coalición y 30 alcaldías; 22 en coalición y 8 solos— no me parece razón suficiente para pensar en un liderazgo nacional. Menos aún en el escenario atípico en que se desarrolla este proceso electoral. Por eso, me sorprende que en la entrevista a GK, hayas sugerido que esos resultados legitiman tu candidatura como opción de centro izquierda y casi, consideres, que o era alrededor tuyo que los demás debían unirse o entonces no había posibilidad de alianza. ¿Tan grande es tu vanidad política que crees que ningún otro candidato lo hará mejor que tú?

 Me preocupa también que el plan de Gobierno de Democracia Sí esté desconectado de la realidad que enfrentamos: un virus devenido en pandemia que no sabemos cuánto tiempo estará entre nosotros, situación de la que es inaudito no se mencione una sola palabra en todo tu plan; una corrupción galopante que si bien remite a los grandes escándalos de la última década, no se limita a esos años ni es característica exclusiva de una tendencia política. Evidencia de eso son la negociación política de los hospitales y los casos de corrupción que durante los primeros meses de pandemia se destaparon en el sistema de salud pública. Aunque sea un buen comienzo, la corrupción no se soluciona con una reforma legal como repites en todas tus entrevistas, pues la realidad no se cambia por decreto, y más bien el principal mecanismo para su prevención radica en la educación y el empleo. En salud, además, lo fundamental es garantizar el acceso a la vacuna y equipar al personal sanitario adecuadamente. ¿Lo harás? ¿Cómo? ¿Con qué presupuesto? Porque nada de eso veo detallado en tu plan de gobierno. 


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Lo que sí me llama la atención es que un defensor de Derechos Humanos, como tú, proponga que “uno de los factores del deterioro ambiental…es la pobreza” pero sobre todo que plantee “el uso discrecional de las fuerzas armadas en zonas consideradas de alto riesgo”. ¿Queremos vivir en un estado de excepción permanente? ¿Dónde queda el Estado de Derecho y sus garantías? ¿Quién define el carácter discrecional del uso de la fuerza y delimita las zonas de alto riesgo? En esa misma línea, ¿Qué piensas de la desproporcionada represión estatal desplegada durante octubre de 2019 y su saldo de encarcelados, lesionados e incluso muertos? Esta última pregunta se la hago al sujeto político que dice haber parado Quito veintiún días en la guerra de los Cuatro Reales, nada más y nada menos que junto al actual Presidente. Paradojas de la vida.

Tu plan no presenta mayores alternativas, sino que recurre a perspectivas tradicionales. El enfoque en lo económico productivo pretende ser nacionalista y (neo)desarrollista privilegiando la producción interna por sobre el comercio exterior, pero no lo logra. Se centra, además en el legado de nuestras “raíces” agroproductoras, agroexportadoras y agropecuarias, que, en tu propuesta, son el eje del aparato productivo del país, al que incluso se subordina el sistema educativo, la transferencia tecnológica, la inserción internacional y el comercio exterior. Es decir, propones reprimarizar el aparato productivo del país en pleno S.XXI.

Es evidente que hay que aprovechar nuestras ventajas comparativas y nuestras ventajas competitivas, así como agregar valor a nuestros productos primarios, pero no por ello debemos insistir, aunque con mínimas variantes, en un modo de producción y un régimen de acumulación unívoco que puede calificarse de oligárquico. ¿Es así como tú miras el futuro del país?

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También dices que “esta es una sociedad de productores y propietarios”, y aunque pueda ser un buen eslogan de campaña, la descripción no parece ajustarse a la realidad de una sociedad desigual y excluyente, con alta concentración de capital y de tierras, en la que la riqueza no llega a todos, y en la que los productores, muchas veces, sufren abusos por parte de los exportadores. Lastimosamente, eso ha ocurrido, con el banano, por ejemplo. En cuanto a ser propietarios, quizás todos en algún punto lo seamos, pero única y exclusivamente de nuestra propia fuerza de trabajo. E incluso, en los actuales momentos, hay gente que ni siquiera su fuerza de trabajo puede vender.  

Ante esos retos, no veo en tu proyecto soluciones para el país que quedará después de de este 2020, con los efectos de una pandemia y una grave crisis económica. Me falta, estimado Gustavo, una visión que piense bien en un país que no puede seguir arrastrando modelos caducos y egos inflados de los líderes de turno, convencidos que son los únicos salvadores y cuyas propuestas no miran hacia el futuro.