Para poder estudiar durante  la cuarentena por el covid-19 Paola*, de 16 años caminaba 20 minutos desde su comunidad hacia una loma de Guamote, una pequeña ciudad de la provincia andina de Chimborazo, para buscar señal de Internet y poder recibir las tareas que su profesora enviaba. A pesar de que tenía mucho miedo de contagiarse del coronavirus, Paola tenía que salir a una tienda cercana de su casa a comprar un dólar de datos para el celular de su mamá. En poco tiempo se le acaba. “No pude tener clases, solamente servía para descargar las tareas y realizar lo que entendía”, dice. Antes de la pandemia, iba al colegio todos los días y podía hablar con sus profesores y hacer las tareas junto a sus compañeras. Para Paola, que va en tercer curso de bachillerato, terminar el colegio es una prueba de resistencia.  Estudiar en el campo es más difícil que en la ciudad por la poca o nula cobertura de Internet, y los obstáculos aumentan siendo niña. 

El difícil acceso a la educación en el sector rural para las niñas no es consecuencia de las medidas restrictivas del covid-19: ya existía —ahora se agudizó. Hoy que se celebra el Día Internacional de la Niña hay que insistir en que la plena vigencia de sus derechos con la cuarentena se han vuelto aún más lejanos. 

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Esa lejanía podría reflejarse  luego de la pandemia cuando miles de niñas no se reincorporen a las aulas. Ese peligro se conoce como “la brecha en educación”, según el Análisis Rápido de Género para la emergencia de covid-19 en América Latina y el Caribe. Además, miles de niñas en Ecuador, como Paola, están en riesgo de abandonar la escuela por la falta de equipos tecnológicos, falta de acceso a Internet o por vivir en lugares remotos. En Ecuador, en el sector rural el 21,6% de los hogares tienen acceso a Internet, y  este acceso es menor para las mujeres, según la Encuesta Multipropósito- TIC del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Inec), publicada en agosto de 2020. Aún no hay cifras exactas o estudios que muestren la deserción escolar de las niñas pero está pasando. 

El Ministerio de Educación creó el plan Aprendemos juntos en casa para que a través de Internet, radio, televisión o con fichas pedagógicas los estudiantes sigan las clases. Paola dice que no tiene televisión, tampoco una radio: “tenía pero se dañó”, dice con su vocecita preocupada. Con la ayuda de Plan Internacional, oenegé que promueve la igualdad para las niñas, Paola tiene recargas electrónicas para continuar estudiando. 

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Seguir o no estudiando es una cuestión de género.  En la opinión de la abogada María Alejandra Almeida, especialista de incidencias y políticas públicas de World Vision Ecuador, en un hogar con cinco hijos en donde hay una sola computadora (y con suerte, Internet), probablemente los hijos hombres son los que la usan y sigan estudiando, “y las niñas se dedicarán a las tareas del hogar”, dice. Un estudio de ONU Mujeres dice que antes de la cuarentena por el covid-19, el trabajo no remunerado ya lo hacían las mujeres tres veces más que los hombres. Esta forma de empleo, aviva desigualdades —como la salarial— y afecta la salud mental y física de las mujeres y las niñas. 

Liliana*, una niña miembro del movimiento Por Ser Niña una organización de niñas y adolescentes para impulsar su igualdad— dice que esto se da porque se cree que los niños tienen que estudiar porque algún día van a ser jefes de hogar y tendrán que conseguir un trabajo y mantenerlo. En cambio, a las niñas —en especial en las comunidades rurales, dice Liliana—, les dejan la obligación de los quehaceres domésticos y no pueden terminar de estudiar.  

Carolina* también es de Guamote. Recuerda su infancia dedicada a las actividades del hogar junto a su mamá, aunque su aspiración era dedicar más tiempo a estudiar. Cuando Carolina tuvo una hermana dijo que no quería que viva lo que ella vivió. Carolina convenció a sus papás de que su hermana menor se dedicara a jugar y a estudiar, no a recoger fréjol o preparar el almuerzo.  


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Aparte del género, la edad también quita las oportunidades de estudiar. David Vásquez, responsable de educación de Plan Internacional, dice que la niña de menos edad “es más propensa de someterse a trabajo doméstico no remunerado, o por la crisis económica sus padres salgan a trabajar y ella tenga que encargarse de sus hermanos menores”.  Según el Ministerio de Educación, en este año lectivo hubo 111.897 niños y niñas más que se matricularon con respecto al año lectivo 2019-2020. Pero el aumento no fue proporcional: mientras que 113.819 más niños (sexo masculino) se matricularon, en el caso de las niñas (sexo femenino) hubo 1.922 matriculaciones menos que el año pasado. 

En el sistema de educación pública la matrícula es automática por lo que con las clases virtuales la deserción escolar tanto de niñas y niños se oculta. La Ministra de Educación, Monserrat Creamer, dijo en un reportaje de Ana Cristina Basantes sobre la educación de niños migrantes, “como no hay asistencia presencial es más difícil saber si es que hay un abandono oculto, es decir que están en el sistema pero no sabemos qué tanto están siguiendo las labores y actividades de aprendizaje”. Esa es también la realidad de la educación de niñas como Paola, que atrapa la señal de Internet subiendo a una montaña. 

En la emergencia sanitaria, la educación no ha sido un derecho, sino una decisión. “En el país hay hambre y las familias tienen que decidir si comen o si estudian”, dice Sybel Martínez, directora del grupo Rescate Escolar. Y decidirán lo primero. Este Día de la Niña, dice Unicef,  el propósito de la fecha es “reimaginar un mundo en el que las niñas se sientan motivadas y gocen de reconocimiento, en el que se las tenga en cuenta y se invierta en ellas”. Reimaginar ese planeta significa que las niñas vuelvan a la escuela, sin haber sufrido violencias de ninguna índole y que no tengan que escoger entre criar a otros niños o estudiar. 

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En nuestro país, cada día, 158 adolescentes de entre 15 a 19 años quedan embarazadas. Ecuador es el país con la tercera tasa de embarazo adolescente más alta de América Latina. Y esa cifra pudo haber aumentado durante el encierro por el covid-19. Esa realidad las aleja mucho más de poder continuar su educación. Va a haber muchas niñas embarazadas que deberán escoger entre estudiar o criar a un niño”, dice Sybel Martínez. María Alejandra Almeida piensa lo mismo. Cree que los hogares deberían ser espacios de protección para las niñas y los niños, pero no hay ninguna certeza de que eso sea así. 

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Ir a la escuela representa para muchas niñas la oportunidad de salir de la pobreza. Pero hoy, con las medidas restrictivas del covid-19, tener educación es más difícil. Peor aún: si resultan embarazadas por una violación o por relaciones sexuales sin protección, estudiar y salir de hogares violentos será mucho más difícil.

El costo más alto de la pandemia lo han pagado las niñas. Martínez dice que no han sido protegidas por sus familias, sufren violencia, y también porque la pandemia les ha quitado la posibilidad de seguir estudiando. Abandonar los estudios representará también que las niñas no puedan enfrentar el futuro con autonomía, dice David Vásquez. Mientras el gobierno piensa qué hacer para evitar el abandono escolar de las niñas y niños, Paola estará sentada en la loma intentando que la señal de Internet llegue al celular de su mamá para saber qué tareas enviaron sus profesores y esperando algún día regresar al colegio. 

*Los nombres de las niñas que aparecen en este reportaje son protegidos.