Muchos emprendedores me han dicho que, al buscar inversionistas para financiar sus ideas o proyectos, reciben una respuesta similar: alguien les dice que estaría dispuesto de poner el capital, a cambio del 60% de la participación en el proyecto. La sensación, me imagino, debe ser similar a la aquella de “ir por lana y salir trasquilado”. Pero, ¿a qué se debe esta necesidad del inversionista por hacerse de la mayoría de la empresa a cambio de capital? Y, más importante aún, ¿qué hacer en esos casos?

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Empecemos por entender por qué un inversionista quiere tener participación mayoritaria en una empresa, aunque no haya sido idea suya. Hay varias razones, pero la principal es que en América Latina, el control accionario y la participación económica están íntimamente ligados. Dicho de otra forma: el dueño de la mayoría de las acciones tiene, también, el control de las decisiones en la compañía. El profesor John Edmunds de Babson College me explicó que América Latina heredó esta forma de organización empresarial de los franceses del siglo XIX, cuando Napoleón invadió España e instaló a José Bonaparte en el trono. 

En otras legislaciones —la anglosajona, por ejemplo— el control y la participación accionaria están separadas. Es por eso que gente como Mark Zuckerberg o Jeff Bezos pueden mantener el control sobre las decisiones de sus empresa (Facebook y Amazon), aún cuando su participación accionaria es minoritaria. 

En legislaciones de otros países que cuentan con mercados de capital más sofisticados, los accionistas minoritarios pueden hacer valer sus derechos si creen que el directorio o los ejecutivos están afectándolos. Un ejemplo reciente: una empleada que había recibido acciones de la WeWork, empresa líder mundial de coworking, demandó a su ex CEO y varios directores de la compañía por enriquecerse a si mismos a costa de los accionistas minoritarios.

Pero, ¿qué puede hacer un emprendedor para evitar que nuestros inversionistas se queden con la empresa?

Una forma de evitar esto es conformar una empresa holding, en una legislación que ofrezca todas las obligaciones y derechos modernos que protegen al accionista minoritario, y que dividen el control económico de la toma de decisiones de la empresa. Países como Estados Unidos, Inglaterra o Canadá permiten crear empresas muy fácilmente y a bajo costo. 

Además, es indispensable estar consciente de que el financiamiento por venta de acciones es costoso:  uno debería tratar de llegar a cualquier negociación con la posición más fuerte posible. En términos prácticos: tener solo una idea de negocio vale cero; un producto en el mercado, con potencial de crecimiento y clientes pagando, vale mucho más. Así que mientras más tracción se pueda demostrar, mejor preparados estaremos para negociar con un inversionista.

Al momento de buscar inversionistas, es importante tener claro que el dinero no es lo más importante. Entrar en una sociedad con alguien es casi como contraer matrimonio: hay buscar socios que aporten más que dinero. Tienen que compartir los mismos valores y visión de la empresa en el largo plazo. 

Lo que muchos empresarios tradicionales no comprenden sobre la inversión en startups es que una empresa que busque crecer de forma acelerada va a requerir capital. Para ello, va a tener que recurrir a varias rondas de financiamiento durante su vida —lo cual implica que los socios y accionistas se van a tener que diluir. 

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Si los fundadores de la startup —que son los de la visión del producto y la pasión para ejecutarla— no están incentivados a dar el máximo esfuerzo por varios años, la empresa no va a tener éxito. Es importante que los inversionistas no maten a la gallina de los huevos de oro por un falso deseo de control.