Jorge Yunda nos está sorprendiendo.  Después de ganar las elecciones seccionales con un 21,3% de los votos, el nuevo alcalde de la capital ha hecho gestos importantes: la terminación unilateral del contrato de arrendamiento de la Plaza de toros Belmonte, la propuesta de la “hora Borojó” como alternativa a los horarios de funcionamiento de los negocios nocturnos impuestos por el Ministerio de Gobierno, y la invitación a figuras como el urbanista Fernando Carrión a hacer parte de su equipo, parecen acercamientos del alcalde electo hacia la mayoría que no votó por él; una manera de demostrar que son escuchados. No han sido, hasta ahora, más que gestos, pero los gestos en política con frecuencia determinan el tipo de relación entre gobernantes y gobernados. El tono que Yunda ha establecido es, por el momento, sorpresivamente alentador.

Yunda, el Loro-Homero, un cuentacachos de la radio quiteña, se proyectó como un representante electoral de la realidad popular  de la capital ecuatoriana. Su estrategia electoral apuntó a eso, con propuestas y una estética que reafirmaban su status como “hombre de pueblo”.  Su candidatura, aunque era fácilmente descartada por sus contrincantes como “populismo” —con propuestas como de un Quito “grande otra vez”— parecía precisamente expresar el imaginario de un sector subestimado e ignorado por los medios y la clase media. La paradoja de los movimientos o candidatos que son catalogados como populistas es que al  apelar al voto de la mayoría, también están forzados a escuchar y tomar en serio su realidad. Yunda supo navegar esa paradoja y ganar.

El candidato ‘populista’ ha dicho que sabe que ganó con apenas un 21, 3% de los votos —es decir, sin mayoría. Al mismo tiempo, tiene la ventaja de haber hecho cortocircuito con la dinámica facilona, y ahora cansina,  de correistas contra anticorreistas que definió las elecciones en las que ganó Mauricio Rodas. Esta vez no se trataba de una lucha entre la candidata del correísmo Luisa Maldonado y un contrincante de la oposición. Yunda supo librarse de los estigmas impuestos por el debate político actual y mostrarse, en cambio, como alguien con calle, conectado con la realidad de la mayoría quiteña, y alejado de las intrigas del quehacer político hegemónico.

El voto por Yunda, a diferencia del voto por Rodas, no fue un voto en contra. Fue un voto por un símbolo: la primera candidatura por la alcaldía de la capital con opciones reales de triunfo que no estaba conformada por personajes aristocráticos, del norte de la ciudad o de clase media alta. Eso representó él para sus votantes, mientras que, por otros lados, era fácil estereotiparlo. Las estadísticas ahora muestran cuán profundos son esos estereotipos y esas cegueras: se asoció a Yunda como un candidato del Sur, cuando no fue necesariamente el caso—como si la demografía que lo podría apoyar estuviera reducida a esa parte de Quito.

Los medios y el periodismo tienen la obligación de desafiar al poder. Esa obligación es particularmente importante durante elecciones, cuando cada candidato nos bombardea de promesas de campañas, trovas apoteósicas , y slogans absolutistas. Ante los riesgos de la política de persuasión, el periodismo cumple un rol urgente para retar las narrativas hiperbólicas de quienes quieren ser nuestros mesías, develar las mentiras prevalentes, y forzar a quienes buscan nuestro voto a que se hagan cargo.

El riesgo de esa obligación, sin embargo, es caer en la apatía compulsiva, y contagiarla al público. En democracia, el ejercicio público demanda tanta persuasión como receptividad. La prensa, y la opinión general, puede olvidar que entre la administración pública y los ciudadanos también deben generarse vínculos y una confianza mínima.

Jorge Yunda no fue el candidato perfecto. Lejos de ello, todavía deberá responder por los momentos sórdidos de su historia. Al mismo tiempo,  al aceptar que la política institucional es contradictoria casi por definición, también podemos ceder espacios, reconocer las contradicciones  de quienes la administran como una parte inevitable de su oficio. Liderar en este país —hacerlo con éxito— también significa saber navegar las intrigas de la política con cuidado, burlar la basura mediática y, sí, también pactar.

El Loro-Homero también sabe entretener. Sus gestos iniciales podrían tratarse de una táctica para conseguir la aprobación que no consiguió en las elecciones. Pero aunque se trate de un show, Yunda ha sabido reconocer e identificar las sensibilidades de ese 78 %. Al apelar a sus exigencias, al buscar su aprobación, también demuestra escucharlos, reconocerlos. Yunda, que sabe contar cachos muy bien, está demostrando que puede leer y escuchar a su audiencia. Es buen humorista: sabe que con un micrófono siempre es mejor sorprender que decepcionar.