Hace casi catorce años, mi hija y yo estábamos de luto por la muerte de mi madre y parecía que nada podía levantarnos el ánimo. Después tuvimos a Fluffy, una cachorrita saltarina gris con blanco, y todo cambió.

Fluffy nos mantuvo ocupadas con tapetes para orina y juguetes ruidosos. Nos hacía reír a pesar de nuestra tristeza y las nubes grises comenzaron a despejarse.

A lo largo de los años, nuestra bola peluda de 4,5 kilogramos fue una constante en nuestras vidas. La vestíamos con suéteres festivos, celebrábamos su cumpleaños y la regañábamos por robar comida del plato del gato. Pero en las semanas recientes, a medida que nuestros paseos se volvían más cortos y sus siestas se alargaban, quedó claro que nuestro tiempo juntas se terminaría. Esperaba que, al final, Fluffy tuviera una muerte natural y se quedara dormida para siempre en su cojín favorito.

Una muerte natural es lo que muchos de nosotros les deseamos a nuestras mascotas. Son miembros de nuestra familia, parte de nuestra vida y, para muchos, la idea de la eutanasia nos parece inconcebible, así que nos aferramos a la idea de una muerte natural.

Sin embargo, mi veterinario me aconsejó que mi teoría del fin de su vida no era realista. En la mayoría de los casos, me dijo, una muerte natural implica sufrimiento prolongado que no siempre vemos, porque los perros y los gatos son más estoicos que los humanos cuando se trata de dolor.

Alice Villalobos, una veterinaria especializada en oncología de Hermosa Beach, California, dijo que muchos dueños de mascotas idealizan una muerte “natural” sin pensar en lo que realmente significa. Un animal frágil, dijo, no dura mucho en la naturaleza.

“Cuando los animales fueron domesticados renunciaron a la libertad de ponerse bajo un arbusto para esperar a morir”, dijo Villalobos. “Muy pronto se vuelven parte del plan maestro de la madre naturaleza a causa de los depredadores o el clima. Sin embargo, en nuestras casas los protegemos de todo, por lo que pueden vivir mucho tiempo, a veces demasiado”.

Villalobos ha dedicado su carrera a ayudar a los dueños de mascotas a enfrentar los temas relacionados a la muerte de estas. Creó un hospicio de animales: Hospatitas. El nombre es porque no quiere confundir los cuidados terminales de los animales con las decisiones que tomamos en un hospicio humano.

Su programa se enfoca en extender la calidad de vida de la mascota. Eso podría significar tratar un cáncer “de manera amable y gentil”, dijo. Puede implicar cuidados compasivos como dar fluidos, oxígeno o analgésicos. En algunos casos, podría implicar alimentar a mano a las mascotas débiles o tomar en brazos un animal y llevarlo hacia un recipiente con agua o a un arenero. Finalmente, dijo, implica una “muerte digna”.

Villalobos ha defendido lo que llama “eutanasia enfocada en el vínculo”, que permite que el propietario de la mascota esté presente y desempeñe un papel de apoyo durante el procedimiento. También ha defendido la eutanasia con sedación, la cual pone a dormir placenteramente al animal antes de aplicar un medicamento letal.

Para ayudar a los dueños de mascotas a tomar decisiones sobre los cuidados al final de la vida, Villalobos desarrolló una herramienta de decisión basada en siete indicadores. En una escala de cero a diez, en la que cero es la peor situación y diez la mejor, se le pide al dueño que evalúe las siguientes categorías:

  • Dolor: ¿El dolor de la mascota se regula exitosamente? ¿Está respirando con facilidad o le cuesta trabajo?
  • Hambre: ¿La mascota está comiendo lo suficiente? ¿La ayuda darle de comer con la mano?
  • Hidratación: ¿Está deshidratada?
  • Higiene: ¿La mascota puede permanecer limpia? ¿Está sufriendo de úlceras causadas por permanecer acostada?
  • Felicidad: ¿La mascota expresa alegría e interés?
  • Movilidad: ¿Puede levantarse sin ayuda? ¿Tropieza?
  • Más: ¿La mascota tiene más días buenos que malos? ¿Aún es posible tener un vínculo humano-animal saludable?

Villalobos dice que los propietarios de mascotas deben hablar con su veterinario sobre las maneras en que pueden mejorar la vida de una mascota en cada categoría. Cuando los propietarios se acercan al final de la vida de esta manera, a menudo se sorprenden con lo mucho que pueden hacer para mejorar la calidad de vida de estas, dijo.

Al revisar la escala con frecuencia, los dueños pueden evaluar la calidad del cuidado hospitalario de la mascota y calibrar el declive en la calidad de vida del animal. La meta debe ser mantener un total de 35 o más puntos. A medida que el número comience a bajar a menos de 35, la escala puede usarse para ayudar al propietario a tomar una decisión sobre la eutanasia.

“La muerte natural, por mucho que la gente desee que suceda, quizá no sea gentil ni fácil ni pacífica”, dijo Villalobos. “La mayoría de la gente preferiría asegurarles una muerte pacífica a sus mascotas. Tan solo estás ayudando a que la mascota se separe de su grupo, como lo habría hecho en la naturaleza”.

Descubrí la escala de Villalobos mientras estaba buscando respuestas para Fluffy en sus últimas semanas. Cuando se levantaba, a menudo tropezaba y parecía confundida. A veces, de noche, la escuchaba quejarse.

Me había comunicado con dos servicios de veterinarios a domicilio, Vetted.com e Instavet.com, que ofrecen asesoría compasiva y confirmaron mis temores de que no había tratamientos disponibles para mejorar su padecimiento. Fluffy era una perra muy vieja y sospechaban que su declive era resultado de una combinación de falla renal y del hígado, pero no nos aconsejaron pruebas exhaustivas, puesto que los síntomas físicos eran evidentes. Una veterinaria que nos visitó le dio a Fluffy fluidos subcutáneos para ayudar con la deshidratación y ponerla más cómoda y me aconsejó pasar un último día feliz con mi mascota antes de llamarla para una visita final que terminara con su sufrimiento.

Confié en su juicio, pero mis lágrimas y el hecho de que Fluffy aún comía un poco y movía la cola cuando la acariciaba nubló mi mente. Recurrí a la escala del final de la vida y pude ver lo mal que estaba, a pesar de que movía la cola. Acepté el consejo de mi veterinaria y pasé un día tranquilo con Fluffy; le di la comida de gato que tanto le gustaba, sin regañarla. Volví a revisar la escala varias veces, solo para recordarme que estaba haciendo lo correcto. La escala me permitió llevar a cabo una evaluación más imparcial de Fluffy y fue una fuente importante de alivio durante un momento muy difícil.

No fue una decisión fácil ni placentera, pero fue la decisión adecuada. Al final Fluffy dejó el mundo recostada en su cojín favorito, justo como yo lo había esperado.


©The New York Times 2019