La Arquidiócesis de Hartford, Connectituc, dio a conocer este año una lista en la que identificaba a 48 sacerdotes acusados de abuso sexual, cinco de los cuales habían estado en el mismo sitio: la iglesia de St. George en el pequeño pueblo costero de Guilford. Uno había sido pastor ahí por más de una década, durante la cual bautizó niños y escuchó confesiones.

Algunos miembros de la extensa congregación se sintieron profundamente heridos. Otros estaban furiosos; denunciaron que se apegaban a las enseñanzas católicas, pero que su fe en los hombres que dirigen esa iglesia se estaba desintegrando debido a las acusaciones.

El arzobispo de Hartford, monseñor Leonard P. Blair, respondió ante la crisis con un gesto inesperado: celebró una misa de reparación. Dijo que se presentaba ante la congregación “de rodillas como obispo” en busca de perdón.

“Pido perdón a Dios, al resto de la comunidad y a nuestra comunidad católica”, dijo Blair, de pie ante la iglesia abarrotada. “Pido perdón especialmente a las víctimas de abuso sexual y a sus familias. Lo pido por todo aquello que el liderazgo de la Iglesia ha hecho o ha dejado de hacer”.

Los obispos de todo Estados Unidos están perturbados ante las acusaciones de que sus pares participaron en un encubrimiento de décadas para proteger a sacerdotes que habían abusado sexualmente de menores. Y han iniciado una campaña en busca del perdón, muchas veces organizada por cuenta propia, mientras la Iglesia católica lucha con las consecuencias de escándalos que han atraído el escrutinio de las autoridades de justicia y provocado una crisis de confianza entre los feligreses en todo el mundo.

Algunos de esos obispos, como Blair, han celebrado las misas de reparación o se han dirigido a los fieles en sesiones especiales para rezar el rosario. Han ofrecido mensajes conciliatorios en homilías y en cartas, como la del cardenal Joseph Tobin, arzobispo de Newark, Nueva Jersey, quien expresó su “genuina pena y lamento para con las víctimas que pusieron su fe en un siervo de la Iglesia solo para que esta fuera traicionada tan profundamente”.

El papa Francisco condenó el “mal que azota el corazón mismo de nuestra misión” durante una reunión inédita con obispos en el Vaticano para abordar el tema del abuso sexual.

Es un reconocimiento de cómo el escándalo que envuelve a la Iglesia ha evolucionado y se ha difundido. “Ya no es solo un escándalo de abuso del clero”, dijo David Gibson, director del Centro de Religión y Cultura de la Universidad Fordham. “Ahora es un escándalo en torno a la rendición de cuentas de los obispos”.

Algunos argumentan que la consecuencias de ese escándalo no se mide tanto en la cantidad de feligreses que ocupan los bancos de las iglesias o en las limosnas que se depositan en la canasta, sino en la angustia palpable que enfrentan muchos de los católicos que aún acuden a misa.

Hay quienes lo siguen haciendo con la esperanza de lograr el cambio desde el interior. Otros han descubierto que, a pesar de su frustración con los líderes eclesiásticos, alejarse del catolicismo es difícil, dado que su parroquia es su santuario y la misa es una parte fundamental de su rutina. Algunos más comentaron que siguen sopesando el escándalo en comparación a la fuerza positiva que consideran que tiene la Iglesia por sus iniciativas caritativas y de justicia social.

“Es una forma de vida, una manera de ser, una forma de ver el mundo”, comentó Gibson. “Es muy difícil renunciar a eso”.

“Las disculpas no hacen gran cosa. No pueden nada más repetir ‘perdón’ una y otra vez”.

Aun así, la confianza en los obispos y otros líderes eclesiásticos ha sufrido un serio revés. Una encuesta de Gallup entre católicos estadounidenses publicada en enero de 2019 reveló que la cantidad de personas que consideran que los líderes eclesiásticos tienen altos niveles honestidad y estándares éticos está en un mínimo histórico.

Ha habido varios esfuerzos —algunos sutiles, otros no tanto— para demostrar que la Iglesia está luchando para reparar la relación con sus feligreses, además de publicar los nombres de los sacerdotes sobre los que pesan acusaciones creíbles de abuso como un paso hacia la transparencia y la rendición de cuentas.

En el caso de Guilford, cuatro de los cinco miembros del clero acusados que formaban parte de la iglesia de St. George están muertos; uno fue separado del ministerio en 2010 y expulsado del sacerdocio el año pasado. La mayor parte de los presuntos abusos tuvo lugar en las décadas de 1970 y 1980, mucho antes de la llegada de Blair, quien anunció que daría a conocer las acusaciones en la diócesis en 2013.

Hace poco, en la misa dominical de la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington D. C., un sacerdote encabezó una oración con sus feligreses por las víctimas de abuso: “Escuchen nuestro llanto mientras sufrimos por el daño que causamos a nuestros hermanos y hermanas”.

Catholic TV transmitió recientemente un servicio de doce horas descrito como “una pequeña ofrenda” de oración y penitencia, parte de un esfuerzo de meses llamado “Juntos reconstruimos”.

No está claro si el mensaje está teniendo eco y algunos han expresado sus dudas sobre si esto traerá consigo un cambio importante. Grupos y defensores de víctimas quedaron decepcionados por la reunión en el Vaticano, en la que los líderes eclesiásticos condenaron la plaga del abuso sexual, pero no señalaron medidas inmediatas ni concretas para remediar el problema.

“La gente está sufriendo y recurren a sus líderes en busca de sanación”, comentó Nick Ingala, director de comunicaciones de Voice of the Faithful, una organización de católicos laicos que apareció en respuesta al escándalo de abuso sexual. “No obstante, las disculpas no hacen gran cosa. ¿Dónde está la responsabilidad? ¿La rendición de cuentas? No pueden nada más repetir ‘perdón’ una y otra vez”.

Después de la misa de reparación en la iglesia de St. George varios feligreses dijeron que esperaban respuestas. Otros se dijeron algo consolados, como Patricia Gniazdowski, quien mencionó que su fe en la Iglesia permanecía intacta.

“Me parece que unas cuantas manzanas podridas no pueden echar a perder toda la cosecha”, dijo, en referencia a los sacerdotes que cometieron abusos. “No van a hacer que deje de creer ni de ir a la iglesia”.

En algún momento de la homilía, Blair se hincó, con el rostro y las manos tocando la alfombra frente al altar.

“Ofrezco esta disculpa sincera”, dijo, “no como cabeza de una institución, sino como el padre espiritual de una familia, la familia herida en la fe que es la Arquidiócesis de Hartford”.


©The New York Times 2019