Estimada Luisa,

La cultura nunca importa. Lo sabemos quienes trabajamos en el área. Lo saben las autoridades que no han intentado nunca entender de qué se trata, y lo único que parecen saber es que es el área a la que se le puede recortar fácilmente el presupuesto. Entonces, escuchar que la cultura es uno de los tres pilares de un plan de trabajo de una candidata a la Alcaldía sorprende, Luisa. Sorprende de grata manera saber que existe empatía hacia un sector que no da capital político, pero la sorpresa se convierte en recelo tras revisar el documento de su plan de trabajo y escucharla en entrevistas. La cultura parece ser una muletilla en sus discursos.

En de su plan de trabajo menciona tres dimensiones para la visión de la ciudad: material, ambiental y cultural. En la cultural dice:

  • Alude al fortalecimiento y vivencia de principios y valores, la incorporación de nuevas creencias, hábitos y modificación de conductas sociales, sin perder la identidad y que podemos recrear para fortalecer las comunidades, con principios de solidaridad, interdependencia, interculturalidad, participación, diálogo y equidad.
  • Una ciudad se transforma hacia donde sus ciudadanos sueñen en llevarla. Los paradigmas, costumbres, visiones, pensamiento, y todo lo que conforma la cultura ciudadana, necesita estímulos para transformar pensamientos en acciones positivas.
  • La cultura nos hace lo que somos y nos brinda autoestima, nos refiere a nuestro pasado y nos proyecta al futuro.

¿Qué pretende inculcar? ¿Qué conductas quiere modificar? ¿Cultura en relación a la autoestima?

Nada que deje claro qué es para usted la cultura ni desde qué perspectivas se aproxima a ella. En las páginas siguientes aparece la palabra «cultura en relación al emprendimiento, “cultura emprendedora”; al ambiente, “cultura verde”; al transporte, “cultura vial”; a la seguridad, “cultura ciudadana”.

Hasta ahí, la palabra cultura sirve para hablar de comportamientos con respecto a temas varios. En la sección de programas y proyectos por eje, aparece nuevamente la cultura en el apartado turístico Quito Milenario y, en una sección que en el plan de 47 páginas tiene dos nombres distintos: Salud, deporte, recreación, educación y fortalecimiento de la identidad (pág. 13 ) y , Salud, deporte, recreación, educación y cultura (pág. 36). Ese lapsus no habla bien de sus intenciones en cultura. Una cosa es el trabajo cultural y otra el populista llamado de la identidad.

Y finalmente, en el programa Quito Cultural hay una mezcolanza de ideas de educación y bienestar social con cultura:

  • Desarrollo de centros culturales y fomento de actividad cultural comunitaria y escolar.
  • Proyecto “Escuela para padres”.
  • Programas de desarrollo personal para pedagogos.
  • Salud preventiva, embarazo precoz, alcoholismo, consumo de drogas y otros.
  • Programa de aprestamiento físico Quito activo (y solidario).
  • Convenios ONG para desarrollo de programas de salud emocional para mujeres.
  • Expedición de nueva normativa favorable al desarrollo cultural.
  • Formación de animadores socio-culturales (jóvenes y niños).
  • Programas de interacción con las culturas ancestrales y fomento de sus usos.
  • Proyectos de aplicación y vivencia de la Interculturalidad.
  • Proyectos de aplicación y vivencia de relacionamiento etario.

Después de leer su plan, Luisa, no sé qué es para usted en cultura ni a qué se refiere cuando la menciona. En las entrevistas que ha dado, tampoco hay una visión clara, aunque usted se dedique a repetir constantemente “nuestros gestores”, “nuestros artistas”, “nuestros músicos”.

En el país, como todos sabemos, la cultura nunca ha sido prioridad. Prueba de ello es la falta de institucionalidad, que no es sólo mal de la ciudad, sino del gobierno central y que la Ley de Cultura no haya servido para crear políticas públicas y que, pese a contar en varias ocasiones con profesionales respetados en el campo de trabajo cultural, el Ministerio de Cultura no haya servido tampoco para crear condiciones de desarrollo en el área. Y ahora, con la institución en manos de la gerontocracia que durante décadas ha manejado la Casa de la Cultura, toda esperanza está perdida. El bienestar de la cultura depende de un compromiso político que jamás ha existido en Ecuador.

Usted, Luisa tiene más ventaja que otros candidatos para conocer de qué se trata una buena gestión cultural, ya que estuvo en el Concejo durante la alcaldía de Augusto Barrera. Me atrevo a decir que durante esos cuatro años la administración de cultura pasó por un buen momento, donde parecía que se sentaban bases sólidas para el trabajo en el área, pero como es costumbre con las ínfulas refundacionales de los políticos, en el periodo de Rodas se diluyeron muchas de las iniciativas de la administración anterior, y el sector volvió a quedar sumido en una precariedad molesta, tapada con parches populistas.

Y por parches me refiero a la resolución de Derechos Culturales que el alcalde Rodas suscribió en el 2016. Derechos que se quedan en un bellísimo discurso y no alcanzan una dimensión práctica. También me refiero a la Fiesta de la Luz que relega la idea de la cultura a la producción de espectáculos cuyos costos pueden alucinar a cualquier coordinadora de un espacio cultural de la ciudad.  

Hablar de cultura, Luisa, no es fácil. Es un campo de producción de sentidos que está en constante disputa. En el campo cultural convivimos agentes diversos, con visiones que se forman desde experiencias profesionales y generacionales distintas.

En ese sentido, se que mi perspectiva, como profesional que trabaja en el campo del arte contemporáneo, tiene sesgos y no pretendo negarlos ni pensar que mis palabras representan de forma masiva al sector.

Sé, sin embargo, que la diferencia nos vuelve ricos y que en múltiples momentos todos hallamos formas de convivir y compartir espacios.

Tal vez es la misma precariedad institucional la que propicia momentos de encuentro donde nos encontramos con agentes de sectores diversos, nos escuchamos, y producimos documentos comunes de convivencia y sueños de mejora en nuestro campo de trabajo. Desde su experiencia como líder comunitaria y feminista, sé que sabe de qué hablo.

Un ejemplo de la diversidad son los colectivos que se reúnen para organizar el foro Quito: Cultura, Patrimonio e Identidad. Ciudadanos y Candidatos, al que estoy segura de que usted asistirá, el 15 de marzo en la Universidad Andina Simón Bolívar.

En el 2016, junto con un grupo de colegas artistas, gestores y académicos, formamos el Comité de Actores Culturales, como respuesta a una serie de acciones de la Secretaría de Cultura y la Fundación Museos de la Ciudad. Mandamos una carta al alcalde Rodas, nos reunimos con el secretario de Cultura, Pablo Corral, acordamos hacer mesas de trabajo y tantas otras cosas que nunca pasaron, como es habitual, pero lo que queda es una muy rica lista de insumos producidos en encuentros —financiados con fondos públicos— que pueden servirle a cualquiera que quiera trabajar en cultura, no repetir iniciativas ya realizadas y, sobre todo, no convertirse en un paracaidista refundacional.

Enumero algunos de ellos. En el link anterior puede leer una serie de propuestas que siguen vigentes, sobre todo están detallados encuentros donde se generaron insumos colectivamente.

Se que todos los que hemos colaborado en esos encuentros sabemos lo angustiante que es tener los insumos, haber dedicado tiempo y trabajo a hacerlos, y ver que no se usan para nada, absolutamente nada, porque muchos ni siquiera constan en las páginas web de las instituciones culturales de la ciudad.

Usted habla de remuneraciones para los actores culturales y eso es loable, sobre todo porque en el área se trabaja mucho y se gana poco o nada. Gabriela Montalvo, economista especializada en cultura ha escrito varios textos sobre el tema.

También es importante dar seguimiento a las investigaciones de gestión cultural hechas por Paola de la Vega. Las menciono para recordar que hay expertas e insumos para pensar en cultura, que no es necesario inventar nada nuevo.

Confieso que les tengo pánico a los cambios de alcaldía, porque todo empieza otra vez; porque nada se mantiene y en el campo cultural hay un mal que nos invade: la anulación constante de lo iniciado por administraciones anteriores.

No sé si es falta de generosidad, desidia o los egos descontrolados que insisten en imponerse sin mirar atrás para recoger buenas herencias.

Es por eso que en momentos escucho sus entrevistas y me preocupo, porque su discurso se queda en entusiastas lugares comunes, que pasan por ideas sobre espectáculos musicales, talleres para niños y una loable intención de remunerar el trabajo de los artistas.

La escucho con ganas de crear una red de teatros. Le cuento que eso ya existe: lo coordina el Comité de Gestión de las Artes Escénicas. La escucho con ganas de entregar espacios a gestores culturales y grupos. Le cuento que eso ya hizo la Casa de la Cultura durante décadas y fue un tremendo fiasco que generó prácticas clientelares muy difíciles de desmantelar. Además, dar dinero para gestionar un espacio y no pensar en tipos de contratación, estabilidad laboral y fondos para afiliaciones al Seguro Social, es pura demagogia.

Hay mucha experiencia en el campo, muchos profesionales que pueden asesorarla, ayudarla a evitar esos impases y, lo que es más importante, acompañarla a imaginar otras formas de colaboración y coexistencia con los actores culturales. También hay documentos disponibles para saber qué se ha hecho en cultura en adminstraciones anteriores.

Le cuento un caso que demandaba voluntad política e imaginación: la semana pasada llegó una orden municipal para desalojar el Centro Cultural Rompecandados de Chillogallo, un centro okupa autogestionado que desarrollaba actividades culturales en un sector, que como usted bien menciona en sus entrevistas, no tiene ni infraestructura pública para actividades culturales.

Más que entrar en de un sistema paternalista/clientelar que les permitiera operar, necesitaban autoridades con visión para entender sus formas de autogestión y los potenciales de los espacios comunitarios de creación. Esas mismas autoridades que pregonan los derechos culturales no demuestran voluntad política para intervenir y permitir que el centro siga operando en paz.

Los derechos se quedan en papel si no se entienden las múltiples dinámicas de las prácticas culturales. Además, los lugares comunes más rancios de las administraciones culturales tienen docenas de aterradoras muletillas. Confunden cultura con espectáculo, por ejemplo.

Usted habla de reducir trámites e impuestos para la producción de conciertos internacionales. Fantástico. Suena genial decirlo y pensar que la ciudad puede estar en el circuito de las bandas de moda, pero hay que tener clara la diferencia entre la producción de espectáculos y la producción de eventos culturales. Hablamos de un consumo masivo y de otro consumo que puede ser más pequeño, pero no por eso menos importante.

Otro lugar común es pensar que la cultura tiene algo que ver con la identidad. La escucho decir que la cultura sirve para recuperar la identidad y no sé de qué identidad habla.

Tampoco sé que identidad se perdió como para pensar en que hay que recuperarla. La identidad es un concepto en disputa, sobre todo cuando desde una perspectiva chauvinista, se considera que la identidad es estable, única, y sirve para afianzar ideas sobre qué es la ciudad y cuáles deben ser los comportamientos de los ciudadanos. Hablar de la identidad en esa medida sirve para controlar, normar y quitar espacio para las diferencias, sin considerar que las identidades son construcciones sociales. Son mutantes, se performan, se transforman.

¿Qué implica ser quiteño? ¿Escuchar pasillos? ¿Comer empanadas en La Ronda? ¿Lanzarse en coches de madera? ¿Ir a los toros y tomar vino en botas? ¿Tomarse una foto en la Mitad del Mundo? ¿Pasear en la laguna de La Carolina? ¿Ir al concierto del 31 de diciembre en la Concha Acústica? ¿Qué es? Hacer unas cosas y no otras no nos hace menos o más quiteños. La quiteñidad –como cualquier otra identidad basada en un discurso cívico— es una construcción política afianzada en discursos de normalización, uniformidad y control. ¿No queremos seguir replicando eso? ¿O sí?

También le escucho hablar de una “agenda cívico-social” y se me ponen los pelos de punta. Porque enumerar los meses del año e inventarse motivos para hacer eventos culturales temáticos suena más a kermesse de colegio que a plan de trabajo municipal en el sector cultural. Y pensar que la cultura tiene una misión vinculada al civismo es desconocer la autonomía y potencia de los procesos de creación artística, que poco tienen que ver con satisfacer a las autoridades de turno.  

El arte no tiene ningún compromiso cívico-social. Por eso no entiendo tampoco su idea de que los centros culturales tengan que tener también deberes dirigidos y programas para cuidar niños. El trabajo en cultura no tiene que ver con esas funciones, el trabajo educativo sí.  

Un verdadero hito en la gestión cultural sería dotar de autonomía a las instituciones, para que no haya cambios drásticos con cada nueva administración, para que no lleguen inventores del agua tibia a desestabilizar programas que funcionan. Usted misma mencionó los Centros de Desarrollo Comunitario (actualmente llamados Casa Somos), que en tiempos del alcalde Barrera tenían el programa de Cultura Viva, con exhibiciones itinerantes y talleres. Eso funcionaba, por ejemplo. Podía mejorar, claro.

Siempre pueden mejorar las cosas, lo que no puede ser es que se pierdan, que los fondos públicos se gasten en vano y que se diluyan las comunidades que tanto esfuerzo cuesta fortalecer.

Ocurrió lo mismo con las áreas de mediación comunitaria de la Fundación Museos, que después de ser eliminadas, fueron reinstauradas a medias. Entender la necesidad de autonomía de las Fundaciones implica un compromiso con la gestión profesional de los espacios, con la construcción de visiones que sólo pueden darse desde la creación de programas sólidos, con comités que den legitimidad a las selecciones, con agendas que se conecten con circuitos regionales y globales, que permitan que la ciudad compita con las capitales culturales de Latinoamérica.

Hablar de cultura en la campaña puede traer réditos, sin duda. Pero es necesario entender que la práxis cultural es compleja, que hay dinámicas que se deben impulsar y es tiempo de empezar a pensar en el futuro, en una ciudad que crece día a día y cuyas dinámicas incluyen actores culturales de diferentes tipos, que no necesitan discursos proselitistas sino ser tratados con profesionalismo.