Nos quedan doce años para que el mundo entero descarbonice drásticamente su economía. Solo así impedirá que las emisiones de gases de efecto invernadero causen una elevación de la temperatura media global por encima del límite seguro para la vida. La advertencia viene de científicos y climatólogos de todo el mundo. Pensaba en esto mientras caminaba desde un suburbio de Katowice hacia Spodek, el centro de convenciones donde se llevó a cabo, durante dos semanas de diciembre de 2018, la reunión 24 de la Conferencia de las Partes (COP) de la convención de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático.

Apenas dos meses antes, el mundo había recibido un mensaje perentorio: el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) —un organismo científico y político conformado por expertos provenientes de todos los continentes— anunció que los desastres naturales asociados al cambio climático aumentarían dramáticamente si la temperatura global aumentara un grado y medio. Si superase los 2 centígrados, el escenario sería catastrófico. Lo más preocupante es que a pesar de esta profecía construida con evidencia, los gases de efecto invernadero (GEI) causantes del aumento de la temperatura no están disminuyendo. De hecho,  según estimaciones de un reporte de Naciones Unidas, están aumentando.

Este panorama desolador sucede apenas 2 años después de que las esperanzas de vencer a las amenazas del cambio climático se habían restaurado. En diciembre de 2015, el mundo festejaba la adopción del “milagro diplomático” Acuerdo de París. Lamentablemente, la resaca de la celebración golpeó con fuerza a los nuevos miembros del Acuerdo cuando debían volver a discutir los detalles para que el tratado pueda empezar a operar adecuadamente. El viejo aforismo del “diablo en los detalles” se ajustó perfectamente a este momento, sobre todo porque el Acuerdo de París es de por sí un tratado muy complejo, con varios mecanismos para facilitar su cumplimiento y diseñado de una manera en que la soberanía de los países pueda bailar acompasada al ritmo de tres pasos de una burocracia internacional: el paso de la adaptación, el de la mitigación y el de “daños y pérdidas”. Tres pasos, que, de seguirse coordinadamente entre todo el mundo, promete paliar la crisis climática.

Para clarificar la conducción de estos pasos, y por ende las responsabilidades internacionales de los estados, se designó a Katowice como sede para ponerse de acuerdo respecto al Programa de Trabajo del Acuerdo de París, o comúnmente llamado Libro de Reglas para la implementación. Dichas reglas servirían para especificar las instituciones que fueron creadas en el Acuerdo.

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En la sede del evento de Katowice un mar de gente llegada de todas partes saltaba de reunión en reunión, con un café orgánico y bajo en emisiones en mano. En este amplio espacio fluían personas y organizaciones con diversas agendas: desde ONG que abogan por los derechos de la infancia al momento de pensar el combate al cambio climático, pasando por representantes de sindicatos que exigían una transición energética justa, hasta representantes de países cuyas economías dependen del petróleo.

En estos últimos estaba Estados Unidos, Arabia Saudita, Kuwait y Rusia, que propusieron cambiar el lenguaje de un punto fundamental dentro de una decisión que se negociaba. La propuesta original era “acoger con satisfacción” al reporte del IPCC, resaltando su importancia para guiar a los estados a tomar decisiones informadas para combatir al cambio climático.  En su lugar, la contrapropuesta de este grupo de países era “tomar nota” del reporte, reflejando su posición política interna alrededor del escepticismo de la ciencia del cambio climático. En este espacio internacional cada palabra está calculada para no ceder demasiado, sin que eso signifique dar la impresión de ser poco ambicioso.

Otro espécimen dentro de este tipo de espacios son los activistas. A través de la toma de espacios tanto fuera como dentro de la sede, buscan influir en alguna medida dentro de la toma de decisiones a través de expresiones artísticas o discursivas.

La rockstar de este año fue Greta Thunberg. La adolescente sueca de 15 años tiene un discurso sólido. Habla de un futuro donde el clima hace la vida imposible para millones de personas: actividades como ir a la escuela resultan fútiles sin un planeta sano donde aplicar lo aprendido. Se lo dijo a Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, en un panel de discusión y frente a la plenaria de negociaciones. Sus palabras enfatizaban que son los adultos quienes se comportan como niños, viviendo en una fantasía que obnubila la gravedad de vivir en el Antropoceno, la era geológica dominada por homo sapiens.

Los representantes de los países, rodeados de asesores, llegaban a los eventos paralelos en calidad de panelistas e intercambiaban ideas alentadoras sobre una gama de temas y de lo maravillosas que son las políticas a nivel nacional. Luego de sus presentaciones, se levantaban de sus sillas y corrían a la sala principal de la plenaria, donde los aspectos clave de las negociaciones se discutían.

En uno de estos eventos paralelos, pude escuchar a Stephanie Avalos de la Subsecretaría de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente y Agua de Ecuador. Avalos dijo que la prioridad en la política de cambio climático ecuatoriana se centra en fortalecer capacidades para generar resiliencias al cambio climático y en la implementación de medidas de adaptación en zonas de alta vulnerabilidad. Incluso, a pesar de que las emisiones de Ecuador son mínimas, el país no descarta implementar medidas de mitigación. Avalos dijo que pretenden mejorar la adaptación, priorizando asentamientos humanos con mayores riesgos, considerando que el 70% de la población del país vive en zonas urbanas. Avalos mencionó un proyecto de adaptación basado en ecosistemas y comunitario en la cuenca alta del río Blanco, que alimenta al proyecto hidroeléctricoToachi Pilatón. Habló también un proyecto de gestión de riesgos a inundaciones en la provincia de Esmeraldas. Dijo, además, que se apuesta mucho por el diálogo entre gobiernos locales y nacional, donde proyectos financiados por el Fondo Verde para el Clima buscan fortalecer las capacidades de las autoridades locales. Los resultados están por verse.

Los esfuerzos del Ecuador están primordialmente enfocados en mejorar su resiliencia frente a los retos climáticos del presente y del futuro. Es alentador porque los países que más contaminan no muestran voluntad suficiente de materializar acciones para estabilizar la temperatura del planeta por debajo de los 2 centígrados y menos aún a 1,5 centígrados.

Este sentimiento de impotencia y resignación se hacía eco incluso en los círculos científicos. Por ejemplo, Joachim Schellnhuber, científico alemán de importante trayectoria y fundador del Instituto de Potsdam para la Investigación de los Impactos Climáticos (PIK), destacó en un tono de derrota profética, la abismal distancia entre donde se encuentra la humanidad hoy frente a donde debería estar para no transgredir los límites planetarios.

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Las negociaciones que debieron haber terminado en las últimas horas del viernes 15 de diciembre se extendieron todo el día y la noche del sábado. Poco a poco las salas de la sede se vaciaban y el ruido de la multitud se disipaba. Ahora solo quedaban los negociadores en la plenaria y unos cuantos observadores de ONGs y periodistas pendientes del desenlace. Tras varios borradores de la decisión que circulaba entre los asistentes, el mundo aún seguía en la incertidumbre. Casia las diez de la noche, Michal Kurtyka, Ministro de Energía de Polonia y presidente de la COP 24, anunció la adopción del esperado Libro de Reglas del Acuerdo de París. Los delegados de los diferentes gobiernos respondieron al anuncio con una ovación.

En la decisión que se adoptó en Katowice, se hace referencia a las modalidades, procedimientos y directrices para el marco de transparencia reforzado para la acción y el apoyo y a las comunicaciones que cada cuatro años los países deben transmitir a la COP para verificar el progreso en sus acciones climáticas. También se implementó la Plataforma de Comunidades Locales y Pueblos Indígenas para proporcionar una apertura al conocimiento tradicional para influir en la política climática a nivel local, regional e internacional. Además, se decidió que la siguiente COP tendría lugar en Chile y sería coorganizada por Costa Rica.

Pero lo que se dejó fuera dice más que lo que se incluyó. La ausencia de una referencia a las obligaciones de los países para proteger los derechos humanos, como establece el preámbulo del Acuerdo de París, decepcionó a muchas ONGs que abogaban por ese lenguaje. Brasil logró posponer las discusiones para el próximo año respecto de la inclusión de los mecanismos de financiamiento para la implementación del Acuerdo. A la final, las Partes decidieron “acoger la entrega oportuna” del informe del IPCC, más no su importancia intrínseca para la toma de decisiones. Esto dejó un sabor amargo en todos quienes esperaban que al menos los insumos científicos sean explícitamente bienvenidos.

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Luego de mi breve roce con la diplomacia internacional, era hora de regresar a la realidad. De camino a mi hospedaje, veía a Katowice con un sentimiento de desconcierto e incertidumbre. El invierno en una ciudad con arquitectura soviética erige un paraje distópico. El olor a carbón quemado que se respiraba en el ambiente, producto de su quema para calentar los hogares y generar electricidad, solo contribuía a afincar la escenografía de esta tragicomedia.

Veía con una mezcla de extrañeza y simpatía a los peatones polacos y recordaba las palabras de Mark Fisher, inmortalizadas en una pared universitaria en Londres: con lucidez describió a la ‘política emancipadora’ como aquella que destruye la apariencia del orden natural, que vuelve alcanzable lo que antes se suponía era imposible. Esas palabras retumbaban disonantes al golpe del nos quedan doce años. Es inquietante pero muy probable: en el futuro, lo más emancipador será sobrevivir.