El viernes 13 de abril de 2018, después del mediodía, Lenín Moreno dijo estas palabras: “Con profundo pesar lamento informar que se han cumplido las 12 horas de plazo establecido. No hemos recibido pruebas de vida y lamentablemente tenemos información que confirma el asesinato de nuestros compatriotas”. Las leyó. Las dijo como el encabezado de un comunicado, como si fueran parte de algo más grande, o de algo que desde la oficialidad sirviera para justificar las decisiones que se tomaron sobre la frontera.

Como si lo demás no importaba.

En la Plaza Grande surgieron gritos de pesar e ira cuando se confirmó el asesinato de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, los miembros del equipo periodístico de diario El Comercio que fueron secuestrados 18 días antes, en la zona de Mataje, frontera con Colombia. El dolor se hace verbo. Cuando algo se enuncia, se vuelve real.

El jueves 12 circularon por redes sociales fotos que, supuestamente, evidenciaban la ejecución de los ecuatorianos. Por la noche, en rueda de prensa, el ministro César Navas, dijo cosas que no sé cómo entender. ¿Eran fotos verdaderas? ¿No lo eran? ¿Seguían vivos? Nada de eso contestó: solo atinó a decir que el Estado ecuatoriano estaba haciendo lo posible. Los gritos de periodistas, amigos y familiares de los secuestrados, lo opacaron. Uno se hace a la idea de que nadie puede ser tan indolente, pero el ministro Navas nos mostró otra capa de indolencia que pocos conocíamos.

Horas más tarde, antes de las once de la noche, Lenín Moreno habló en el aeropuerto de Tababela. Había regresado de urgencia desde Lima, donde iba a participar en la Cumbre de las Américas. Dijo que no se podía confirmar nada, y dio un plazo de 12 horas para que los secuestradores entregaran lo que llamó “una prueba de existencia”. De lo contrario, dijo, empezaría una avanzada militar en la zona.

¿Cambió algo en las 12 horas que dio el Presidente de plazo?

Al parecer nada. La explicación que hizo el coronel Polivio Vinueza, jefe de la Unidad Antisecuestros de la Policía (Unase) sobre cómo fueron los contactos con los secuestradores nos deja claro que estuvieron muy lejos de tener algún tipo de control real de la situación. ¿Cuál fue esa información adicional que se tuvo en esas horas para confirmar la muerte de los periodistas? No lo sabemos. La versión oficial es un camino lleno de espacios vacíos, baches, silencios.

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La versión oficial es una versión trunca.

De acuerdo al Gobierno, los criminales “parecería” —ese fue el verbo y la conjugación que usó Lenín Moreno el viernes 13 de abril, en su intervención del mediodía— nunca quisieron devolver con vida a Javier Ortega, Paúl Rivas y a Efraín Segarra.

La versión oficial asegura que hicieron todo lo posible, que sí negociaron, que intentaron el canje. La versión oficial no quiso que supiéramos los nombres de los secuestrados de entrada, la versión oficial se aseguró —apenas confirmaron el secuestro— de dejarnos en claro que el equipo fue advertido de no avanzar, consignando su propia responsabilidad en el hecho. La versión oficial nos quiere decir, a pocos días de la confirmación de los asesinatos, que ya están haciendo algo en la frontera.

La versión oficial nos dijo, la semana pasada, que no había indicios de certeza en el supuesto comunicado de los narcos, en el que aseguraban que los habían matado. Dos días después, los compatriotas ya estaban oficialmente muertos.

La versión oficial quiere gestionar la idea de que hicieron todo lo posible, cuando el silencio en la comunicación del Estado ha generado dudas.

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Lenín Moreno cerró su intervención leyendo un par de ideas más: “Estamos de luto, pero no vamos a dejarnos amedrentar. Hoy más que nunca pido al país la unidad por la paz…”

De ahí levantó el rostro y decidió hablar por su cuenta:

Insisto, unidos por la paz. Hace un momento manifestaba que ese llamado a la unidad bajo ninguna circunstancia significa el hecho de que se quiera limitar la libertad de expresar lo que uno desee, la libertad de expresión, la frescura que da la libertad de expresión. No dejen de criticar. Sabemos reconocer nuestros errores y todo esto nos permitirá reconocer si los ha habido. El pueblo ecuatoriano es generoso, perdona cuando uno comete errores, lo que no perdona es que se le mienta. Yo no le voy a mentir al pueblo ecuatoriano. El Gobierno no le va a mentir al pueblo ecuatoriano, no permitiremos que nadie le mienta al pueblo ecuatoriano. Si es que esto ocurre es preferible, como ha sucedido en algunas instancias que ustedes han podido corroborar, han tenido que dar un paso al costado, yo personalmente se lo he pedido. Vuelvo a recalcar esta unidad es por la paz. Insisto, estamos unidos por la paz.

Una declaración así es poderosa. No solo desentraña al poder político, lo vuelve inútil, incapaz, inhábil para manejar este tipo de situaciones a muchos niveles —humano, político, estratégico, comunicacional—. Lo revela como es. El error está desde el pedido que se hace para desentrañar los errores.

Uno siente que nos engañaron y que no tuvieron la valentía suficiente de reconocer su fracaso y decir el jueves por la noche que nuestros compatriotas habían sido asesinados; porque queda claro que no supieron establecer un contacto real con los secuestradores, porque decir que solo estuvieron hablando para ganar tiempo los ubica como los derrotados.

La versión oficial no reconoce error alguno. La versión oficial se va a mover por el terreno que mejor le parezca o le convenga. Pero es hora de entender que el silencio, cuando es calculado, manipulador, también es un enemigo.

La versión oficial en este momento se decanta por la idea de no encontrar otros culpables que no sean los narcos secuestradores, comandados por ‘alias Guacho’. Por eso hicieron ayer una rueda de prensa para anunciar que han detenido a sospechosos ligados al criminal. Ahí también dijeron que cumplirán con la orden presidencial de mostrar toda la información que se manejó durante el secuestro, que quieren darle total transparencia, que lo que se reservaron era por seguridad, que toda la culpa de una de las más grandes tragedias del periodismo ecuatoriano es de Guacho y sus secuaces.

Porque si se le pregunta a alguna autoridad sobre cuáles fueron los errores del proceso —como hizo José María León ayer, en la rueda de prensa, al ministro Navas— se recibirá una respuesta como esta: “habrá otro espacio para que puedan ustedes conocer a detalle todo, porque hay mucho detalle de por medio (…) Esos detalles los podremos conocer después”.

“Si hubo errores se reconocerán”, dijo ayer el secretario de Comunicación, Andrés Michelena.

Así que todo queda para después, como siempre.