En noviembre de 2017, un hombre armado entró a una escuela en Sutherland Springs, Texas, asesinó a 26 personas e hirió a veinte otras. Escapó en su carro, mientras era perseguido por policías y vecinos, antes de perder el control del vehículo y cayó en una zanja. Cuando la Policía llegó al carro, estaba muerto. El episodio es de por sí horrendo, incluso sin su epílogo perturbador. Durante su investigación, el FBI habría puesto el dedo del asesino en el dispositivo de reconocimiento de huellas dactilares de su Iphone para desbloquearlo. Sin importar quién sea, es inquietante pensar que la Policía use un cadáver para acceder a la otra vida digital de alguien.

La mayoría de constituciones democráticas nos protegen de intrusiones indeseadas en nuestros cerebros y cuerpos. También garantizan nuestro derecho a la libertad de pensamiento y la privacidad mental. Eso por ello que las drogas neuroquímicas que interfieren con el funcionamiento cognitivo no pueden ser administradas contra la voluntad de una persona, a menos que haya una clara justificación médica. Similarmente, de acuerdo a la opinión académica, los agentes de la Ley no pueden a una persona a someterse a un detector de mentiras, porque eso sería una invasión de la privacidad, y una violación del silencio a guardar en silencio.

Pero en la presente era de ubicuidad tecnológica, los filósofos están empezando a preguntarse si la anatomía biológica captura la totalidad de quienes somos. Dado el rol que juegan en nuestras vidas, ¿merecen nuestros aparatos las mismas protecciones que nuestros cerebros y cuerpos?

Después de todo, tu smartphone es mucho más que un teléfono. Puede contar una historia mucho más íntima sobre ti que tu mejor amigo. Ninguna otra pieza de hardware en la historia, ni siquiera tu cerebro, contiene la calidad o cantidad de información que está en tu teléfono: ‘sabe’ con quién hablas, cuándo hablas con ellos, qué dijiste, dónde has estado, tus compras, fotos, data biométrica, incluso tus notas a ti mismo —y todo esto desde hace años.

En el 2015, la Corte Suprema de los Estados Unidos usó esta observación para justificar su decisión de que la Policía obtenga primero una orden judicial antes de hurgar en nuestros teléfonos inteligentes. Estos aparatos “son ahora una parte tan ubicua e insistente de la vida diaria que el proverbial visitante de marte podría concluir que son una parte importante de la anatomía humana”, como dijo el Juez Presidente John Roberts dijo en su opinión escrita.

El Juez Presidente probablemente no estaba haciendo un punto metafísico —pero los filósofos Andy Clark y David Chalmers sí lo hacían cuando argumentaron en La mente extendida (1998) que la tecnología es, de hecho, parte de nosotros. Según la ciencia cognitiva tradicional, ‘pensar’ es un proceso de manipulación de símbolos o computación neural realizado por el cerebro. CLark y Chalmers ampliamente aceptan esta teoría computacional de la mente, pero dicen que las herramientas pueden integrarse continuamente a cómo pensamos. Objetos como los smartphones o las tabletas son, a menudo, tan esencialmente funcionales a nuestra cognición como las sinapsis que se disparan en nuestra cabeza. Aumentan y extienden nuestras mentes al incrementar nuestro poder cognitivo y liberando recursos internos.

Si se acepta, la tesis de la mente extendida amenaza conjeturas culturales generalizadas sobre la naturaleza inviolable del pensamiento, que está en el corazón de la mayoría de normas legales y sociales. Como dictaminó la Corte Suprema de Estados Unidos en 1942: “la libertad de pensamiento es absoluta en su propia naturaleza: el más tiránico de los gobiernos carece de poder para controlar los mecanismos internos de la mente”. Esta visión tiene sus orígenes en pensadores como John Locke y René Descartes,quienes argumentaban que el alma humana estaba encerrada en un cuerpo físico, pero que nuestros pensamientos existenten en un mundo inmaterial, inasequible a otras personas. La vida interior propia precisa, entonces, ser protegida cuando se externaliza, como sucede a través de la expresión. Muchos investigadores de ciencia cognitiva aún se aferran a esta concepción cartesiana —solo que ahora el reino privado del pensamiento coincide con la actividad en el cerebro.

Pero las instituciones legales actuales presionan este estrecho concepto de la mente. Están tratando de ponerse a tono con cómo la tecnología está cambiando lo que significa ser humano y diseñando nuevas fronteras normativas para lidiar con esta realidad. El juez Roberts tal vez no tendría idea de la mente extendida, pero respalda su observación aguda observación de que los teléfonos inteligentes se han convertido parte de nuestro cuerpo. Si nuestras mentes abarcan a nuestros teléfono, somos esencialmente cyborgs: parte biología, parte tecnología. Dado que nuestros smartphones se han tomado lo que alguna vez fueron funciones de nuestros cerebros —recordar fechas, números de teléfono, direcciones— tal vez la información que contienen debe tratarse a la par con la que llevamos en nuestras cabezas. Entonces, si la ley apunta a proteger la privacidad mental, sus límites debería ser empujados más lejos para darle a nuestra anatomía cyborg la misma protección que a nuestros cerebros.

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Esta línea de pensamiento lleva a algunas conclusiones potencialmente radicales. Algunos filósofos han argumentado que cuando morimos, nuestros aparatos digitales deberían ser tratados como restos: si tu teléfono es parte de quien eres, entonces tal vez debería ser tratado más como stu cadáver que tu sofá. Similarmente uno podría argumentar que destruir el smartphone de alguien debería ser tratado como una forma ‘extendida’ de asalto, equivalente a un golpe en la cabeza, y no solo como la destrucción de propiedad. Si tus memorias son borradas porque alguien te golpea con un bate, una corte no tendría problema en catalogar ese episodio como violento. Entonces, si alguien se mete en tu teléfono y borra su contenido, tal vez el perpetrador debería ser castigado tal como si hubiese causado un trauma encefálico.

La tesis de la mente extendida también desafía el rol de la ley en proteger tanto el contenido como los medios del pensamiento —esto es, protegiendo qué y cómo pensamos  de influencia indebida. La regulación prohíbe la interferencia no consensual en nuestra neuroquímica (por ejemplo, a través de las drogas) porque interfiere con el contenido de nuestra mente. Pero si la cognición incluye dispositivos, entonces deberían ser sujetos de las mismas prohibiciones. Tal vez alguna de las técnicas que los anunciantes utilizan para secuestrar nuestra atención en línea, a dirigir nuestra toma de decisiones o manipular los resultados de búsquedas, deberían contar como intrusiones en nuestro proceso cognitivo. De igual manera, en áreas donde la ley protege  los medios de pensamiento debería garantizar también el acceso a herramientas como teléfonos inteligentes —de la misma manera que la libertad de expresión protege no solo el derecho de la gente a escribir o hablar, pero también a usar computadores y diseminar su expresión en Internet.

Las cortes están aún lejos de llegar a tales decisiones. Más allá de los grandilocuentes casos de los asesinos masivos, cada año hay miles de instancias en las que las autoridades policiales intentan acceder a aparatos encriptados. A pesar de que la Quinta Enmienda de la Constitución estadounidense protege el derecho del individuo a permanecer en silencio (y, por ende, no entregar una contraseña), jueces en diferentes estados han dictaminado que la policía puede usar forzosamente las huellas dactilares para desbloquear un teléfono (con la nueva característica del Iphone X de reconocimiento facial, la Policía tendría  solo que lograr que un usuario despistado mire a su teléfono). Estas decisiones reflejan el concepto tradicional de que los derechos y libertades de un individuo terminan en la piel.

Pero el concepto de derechos y libertades personales que guían a nuestras instituciones legales es anacrónica. Está construido en un modelo de un individuo libre que disfruta de una vida interior intocable. Ahora, sin embargo, nuestros pensamientos pueden ser invadidos incluso antes de que se hayan desarrollado —y de cierta forma, esto no es algo nuevo. El físico ganador del Nobel Richard Feynman decía que él pensaba con su cuaderno. Sin una pluma y un lápiz, una gran cantidad de complejas reflexiones y análisis podrían jamás haber sido posibles. Si la visión de la mente extendida es correcta, incluso simples tecnologías como aquellas ameritarían reconocimiento  y protección como parte de la caja de herramienta esencial de la mente.


**Este texto se publicó originalmente en inglés en aeon magazine.

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