Nadie entendió nada. Así lo demuestra una portada de Expresiones, suplemento de diario Expreso, en el que se ve a las cuatro asambleístas de oposición Ana Galarza, Jeannine Cruz, Cristina Reyes y Paola Vintimilla, vestidas de blanco, bajo el titular Los Ángeles de la Asamblea —una clara referencia a los Ángeles de Charlie, la serie setentera en la que tres mujeres combatían el crimen después de, por supuesto, recibir órdenes de un hombre, Charlie. Cuarenta años después, vuelve la figura de los ángeles en la larga tradición periodística local de convertir a cualquier mujer que participe en la vida pública en un referente de belleza, moda, sofisticación, y sacarla de las discusiones importantes y trascendentales. Como dice la nota de diario Expreso, la política pasó de agache. Claro, quién iba a hablar de fiscalización y corrupción si es más fácil aprovechar la enésima oportunidad de banalizar la participación de las mujeres en la vida pública.

No se trata de hacer un juicio a la decisión de posar en una revista que las valora a partir de sus atributos físicos —cada mujer es libre de posar para las fotos que quiera, en el medio que quiera—. Se trata de pensar en lo que valoramos como sociedad, lo que decidimos reportear como medios, y cómo nuestras audiencias reaccionan a esos contenidos. ¿Si una se maquilla y se pone un vestido elegante y posa en una sesión de fotos, entonces la política tiene que ‘pasar de agache’? La publicación insiste en los roles preasignados, y en la supuesta incompatibilidad de belleza y política, elegancia e inteligencia. Si no entendemos la necesidad de esa ruptura, no hemos entendido nada.

Los ángeles de la Asamblea

La portada de los Ángeles de la Asamblea en el suplemento Expresiones de diario Expreso

En los dos meses que lleva en funciones la nueva Asamblea, estas cuatro asambleístas de oposición han incomodado al poder, aún en manos masculinas. El primer incomodado y el primero en no entender nada fue el vicepresidente Jorge Glas, quien llamó ‘histéricas’ a Galarza, Cruz, Reyes y Vintimilla por quererlo llevar a juicio político por ‘responsabilidad política’ en supuestos actos de corrupción en áreas estratégicas que estaban bajo el mando de Glas. El vicepresidente, minimizó a Ana Galarza de la alianza CREO-SUMA diciendo “una asambleísta que no sé ni quién es”, aunque luego la llamó “empleada del banquero”, haciendo alusión al líder de Creo, Guillermo Lasso: porque se sabe, las mujeres siempre tienen un patrón. A la socialcristiana Cristina Reyes la atacó haciendo referencia a otro hombre, su abuelo, quien fue gerente del ingenio Azucarero Aztra cuando la represión policial terminó con la vida de decenas de obreros que habían declarado una huelga para exigir el pago de sus salarios en octubre de 1977. Glas mencionó también a Paola Vintimilla y sin decir su nombre, a Jeannine Cruz, también de CREO. Glas no se defendió de los argumentos, sino que prefiririó descalificar a sus interlocutoras. Una falacia recurrente en la forma en que los hombres responden a las mujeres: me acusas de esto porque estás excitada, agitada, nerviosa, alterada, trastornada, perturbada; en una sola palabra, porque eres una histérica.

Descontando a Reyes que ya ha cumplido dos períodos previos como legisladora, Cruz, Vintimilla y Galarza son nuevas en la Asamblea, y se han destacado rápidamente por sus posturas críticas. Jeannine Cruz denunció ante la Fiscalía las supuestas coimas que la compañía Caminosca habría entregado a varios funcionarios públicos, entre los que estarían Glas y el actual legislador de Alianza País y exministro de Electricidad y Energía Renovable Esteban Albornoz. Durante la visita de Glas (porque no fue comparecencia) a la Comisión de Fiscalización de la Asamblea el pasado 21 de junio de 2017 Cruz, que estaba en la primera fila, alzó un cartel que decía: ‘¿Cuánto le ofreció Marcelo Odebrecht?’. María José Carrión, la presidenta de la Comisión ordenó que intervenga la escolta policial legislativa. El cartel de Cruz fue retirado. En ese mismo evento, Cristina Reyes criticó que se recibiera a Glas como si de un mitin político se tratara. En una entrevista en Ecuavisa Paola Vintimilla dijo: “Parece que la bancada de Alianza País sigue blindando, protegiendo a su gente, es más tenemos una presidenta de la Comisión de Fiscalización que más parece abogada de Jorge Glas y Galo Chiriboga” —se refería al intento de llevar a juicio político a Glas— “simplemente se dedica a callar a la oposición ante cualquier pregunta”.

En el último período legislativo tres mujeres fueron las principales autoridades de la Asamblea Nacional, pero no hubo nunca un quiebre con el poder muy masculinamente ejercido por Correa y Alianza País. Gabriela Rivadeneira, Rosana Alvarado y Marcela Aguiñaga fueron, en ese orden,  presidenta, primera y segunda vicepresidentas. Sus voces no fueron nunca disidentes en temas de género —o en cualquier otro—. Al contrario, estuvieron permanentemente alineadas a la voluntad de Alianza País y de su líder, Rafael Correa. Aguiñaga llegó al extremo de declararse sumisa. Quizás el único episodio en que algunas legisladoras del movimiento oficialista discreparon públicamente por convicciones (algo normal en una democracia sana) fue en el debate sobre el aborto en casos de violación. Sin embargo, cuando Correa hizo público su malestar por las declaraciones de las legisladoras, ellas callaron. Luego el Comité de Ética de Alianza País —a cargo de un hombre— las sancionó. Y sus compañeras callaron. Y el país calló. Porque no entendíamos nada.

Aún no entendemos nada. Es un recordatorio del país machista en que vivimos, en el que muchos se sienten incómodos con mujeres con una opinión propia y con una voz fuerte para decirla. Desde el propio Vicepresidente de la República hasta los anónimos usuarios de redes sociales, insistiendo en mujeres que sigan la norma: a las mujeres nos enseñan a hablar bajito, a no interrumpir, a obedecer, a ser delicadas. Si rompemos ese molde solemos ser criticadas o tildadas de ‘histéricas’, palabra cuyo origen se explica desde el más rancio machismo, como lo cuenta Nessa Terán, y que sigue tan vigente como hace siglos, como lo explica el psiquiatra Iván Sandoval: “El momento que un político, un médico, un marido o cualquier hombre ordinario califica a una mujer como “histérica”, ¿estaría emitiendo un diagnóstico silvestre? ¿O más bien estaría ocupando el lugar del amo –sin saberlo– en esta enunciación?”.  Los Ángeles de esos Charlies figurados: el banquero Guillermo Lasso, Rafael Correa, Jorge Glas, Jaime Nebot, el que sea —en la política ecuatoriana siempre hay uno a la mano.

Eso es lo que no estamos entendiendo. Y nuestra incomprensión toma formas sutiles, como la nota de Expreso y otras más violentas, como las de las inefables redes sociales. A raíz de la visibilidad mediática que han tenido estas legisladoras, han surgido memes que las contraponen con las legisladoras de País, pero la crítica no va hacia sus capacidades, su preparación o el desempeño en la Asamblea. No: todo se reduce a si son feas o lindas.

Así nace la más lamentable de las simplificaciones: las buenas —de oposición— son lindas y princesas, las malas —de País—son feas y brujas. Y así se las caracteriza. Hay memes en que Marcela Aguiñaga aparece como la hermanastra fea de Cenicienta, representada por Ana Galarza. En otros aparecen en una columna las ‘buenas’, que además son tildadas de “cosa bonita, cosa hermosa, cosa bien hecha”; y del otro lado, las ‘malas’, con apelativos ofensivos, que las denigran. A eso se reducen las mujeres de la Asamblea en la discusión, a si son feas o bonitas y una portada y una nota como la de Expresiones, de alguna manera avala ese rol, cuando deberíamos estar hablando de sus cumplimientos o faltas como legisladoras. Es un tema que, en la situación actual del país, no puede pasar de agache. No importa cómo vayan vestidas o cuán bonitas nos parezcan las asambleístas.

Independientemente de las banderas políticas, las mujeres siguen siendo juzgadas por la marca de ropa que usan, por su color de pelo, su estatura, las medidas del busto o la cintura, los tacones o el maquillaje. En la publicación de Expreso, la primera pregunta que le hacen a Paola Vintimilla es: ¿De reina de belleza a reina del hogar y ahora reina de la política? La siguiente: ¿Hoy, qué le dice su espejo? A Cristina Reyes le preguntan: ¿Si usted es Yo, Libertadora, su novio es Simón Bolívar?; a Jeannine Cruz: ¿Qué le provoca histeria?; a Ana Galarza: ¿Volvería a los 17, año de su elección como reina de Ambato?

¿A qué político hombre le hacen esta retahíla sexista de preguntas? Yo no me imagino ver una portada similar en la que le hagan ese tipo de preguntas a un asambleísta hombre como José Serrano o a Pabel Muñoz. Pero las mujeres las enfretamos todos los días, en todas partes. A los hombres no le sucede. BBC Mundo hizo un ejercicio periodístico para demostrarlo y lo tituló ¿Qué pasa si hacemos a los hombres las mismas preguntas que suelen hacer a las mujeres en las entrevistas? El cantautor Jorge Drexler fue el sujeto de este experimento. El mismo tipo de entrevista Los Ángeles de la Asamblea se publicó en la revista Caras hace unos años, las ministras del gobierno de Rafael Correa, Janeth Sánchez, Nataly Celi, Marcela Aguiñaga, María Fernanda Espinosa contaban sus secretos de belleza, quiénes son sus íconos de la moda y cuán guapas eran. De ahí salió la frase de Espinosa, que incluso hoy sirve de burla por parte de la oposición: “No voy a decir quién, pero una vez un ministro me dijo que soy la Julia Roberts del Gabinete”. Aguiñaga respondió con un guiño que daba cuenta de cuán irrelevante puede ser la apariencia: “No me gusta que me presenten como la ministra más guapa. Aunque es halagador te quita méritos”. Todas, con vestidos de noche, posaban para la revista. Fueron muy criticadas por la misma oposición que hoy mira para otro lado porque esta vez son sus legisladoras (y no las de País). Y mira para otro lado porque no ha entendido nada.

los ángeles de la Asamblea

Portada de la revista Caras con ministras del gobierno de Rafael Correa

A las cuatro asambleístas del reportaje de Expresiones, las redes sociales las han tratado sin clemencia. Algunos las insultaban —un tuitero las llamó “putas”—, otros las mandaban a trabajar —como si hacer una sesión fotográfica no les permitiera cumplir su rol de asambleístas—, varios las felicitaban por ser “guapas e inteligentes”. Una mujer (a veces las mujeres somos las más grandes perpetuadoras del machismo) en Twitter decía: “Es que así somos las de oposición, bellas. Las feas son las del gobierno”. Y ahí está el problema.

Al ser mujeres que están bajo la lupa pública representan un modelo que puede ser aprovecharlo para crear un debate fructífero sobre el rol de las mujeres en política, para demostrar que ser minoría —mujer y de oposición— no les impide hacer un trabajo de calidad. Este tipo de portadas y notas hacen ruido, distraen de lo sustancial, muestran la superficie que se quiere construir como valor de ser mujer (si eres linda vales más que si eres fea, si estás elegante y maquillada no es para hablar de temas serios), cuando lo que ellas han demostrado durante estas pocas semanas es que pueden alzar la voz y pueden incluso llegar a representar a muchas mujeres que ni siquiera se identifican con su ideología política pero que respetan y valoran que haya otras mujeres que hablan con claridad, que no se someten, que no se amedrentan y que son capaces de hacer temblar a las más altas esferas del poder. Eso es lo que (como país, como sociedad) tenemos que entender.