Jorge Glas, vicepresidente del Ecuador, no fue a la Asamblea Nacional a dar explicaciones sobre la corrupción de Odebrecht en la pasada década (un caso por el que, incluso, un pariente suyo está detenido). Jorge Glas fue a informar todo lo bien que ha hecho durante los diez años que ha sido funcionario público, y a recibir comparaciones con héroes, ser llamado visionario y, sobre todo, a ser aplaudido por la barra que lo acompañaba.
El Vicepresidente entró al legislativo ecuatoriano poco antes de las diez de la mañana del miércoles 21 de junio de 2017 caminando por una alfombra roja. Iba de terno negro, camisa blanca y corbata verdeflex, y a su paso saludaba con sus simpatizantes. Los asambleístas, la prensa y más —muchos más— simpatizantes lo esperaban en el salón José Mejía Lequerica donde estaba todo listo para su informe.
No era una comparecencia, aclaró su coidearia María José Carrión, presidenta de la Comisión de Fiscalización de la Asamblea. Según dijo, Glas había solicitado presentar un informe, y que él había decidido voluntariamente responder a las preguntas, pues no estaba obligado. Carrión, en el estilo propio de su partido, Alianza País, no guardó ni siquiera las formas: “Es motivo de complacencia que el Vicepresidente haya accedido a contestar las preguntas de las distintas bancadas”.
La mayoría de los asistentes tampoco estaban ahí para observar decoros democráticos. “Jorge, amigo, el pueblo está contigo” cantaban las barras que ocupaban todo el lado izquierdo y parte del lado derecho del salón, mientras varios asambleístas, algunos de oposición, se habían quedado parados. Era como un show para el cual estaban todos los asientos agotados. A la entrada, la escolta legislativa repetía a reporteros, fotógrafos y camarógrafos que trataban de entrar a cubrir el informe —no la comparecencia— que adentro ya no había espacio. En medio del ajetreo, una funcionaria de la Vicepresidencia pedía a los periodistas que llenaran sus datos en una hoja de registro, mientras de fondo no cesaban los gritos más propios de un mitin político que de un acto legislativo:
— ¡Viva Jorge Glas!
— ¡Viva la revolución!
Los encargados del protocolo corrían de un lado a otro, apiñando sillas en espacios improvisados en la primera fila para los legisladores que no habían asegurado su asiento para presenciar el informe —que no era comparecencia— de Jorge Glas.
Su discurso duró casi tres horas. “Vengo como ciudadano que ha enfrentado una campaña de destrucción de imagen programada con el apoyo de ciertos medios de comunicación», dijo al empezar. Detrás de él, en una mesa, estaban los miembros de la Comisión de Fiscalización. “Lamento que mis compañeros de bancada hayan sido señalados porque no me han llamado al pleno, la razón es que no hay una sola prueba en mi contra”, continuó Glas. Se refería a que, días antes, el asambleísta opositor Homero Castanier pidió a la Asamblea en pleno que Glas comparceriera a la Comisión de Fiscalización, pero 73 votos del Movimiento País negaron la solicitud. Era una demostración de fuerza: Glas fue solo porque quiso.
A medida que avanzaba en su presentación —que no era comparecencia— quedó claro que no iba a explicar cómo Odebrecht había corrompido a varios funcionarios de la pasada década. O cómo nunca se enteró de la corrupción de ciertos encargados de sectores estratégicos (como petróleos y telecomunicaciones) que ahora están prófugos o en la cárcel, y que estaban bajo su supervisión. O cómo su poderoso tío, Ricardo Rivera, había participado en los esquemas ilícitos de la constructora brasileña. El vicepresidente Glas se dedicó a presentar láminas con decretos, cuadros comparativos de la Constitución de 1998 y la de 2008, y decisiones para demostrar que ha sido un ferviente defensor de la transparencia. Una de las láminas se titulaba: Acciones de Jorge Glas contra la corrupción.
Subía y bajaba la voz, como indicando a sus simpatizantes cuándo aplaudir, cuándo detenerse, cuándo corearle barras.
Detrás, la presidenta María José Carrión parecía incómoda. Vestía una chaqueta y falda blancas, y en el rostro llevaba la expresión de quienes solo esperan que pronto terminen los momentos desagradables. Antes de dar la palabra a Glas, pidió a los asistentes que no interrumpieran con barras o gritos, pero a lo largo de las casi tres horas en las que intervino el Vicepresidente, se desentendió cuando sus simpatizantes lo aplaudían, mientras él repetía de rato en rato, casi divertido: “Por favor, compañeros, gracias, pero voy a seguir porque si no la Presidenta nos llama la atención”.
Sin embargo, para la oposición sí hubo reglas. Cuando Jeannine Cruz, asambleísta de CREO, alzó un letrero que decía ¿Cuánto le ofreció Marcelo Odebrecht?, Carrión ordenó la intervención de la escolta legislativa. Los policías se acercaron a la legisladora opositora y en medio de gritos se llevaron el cartel. Tras el incidente, el asambleísta de CREO Fernando Callejas salió del salón. Rina Campain y Gabriela Larreátegui, del mismo movimiento, salieron también. Larreátegui regresó poco después.
Glas seguía en lo suyo: aprovechó que estaba en la Asamblea para pedir que se regulen las redes sociales (dijo que se les aprovecha para calumniar), negó cualquier vínculo con su tío Ricardo Rivera (detenido por presunta vinculación a las coimas de Odebrecht) e insistió en su lucha contra la corrupción: “Que se me audite por el resto de mi vida”, dijo. “Vamos a la Ley de 40 años, a revisar la corrupción 40 años para adelante pero también 40 años para atrás”, agregó. Volvió a contar que Marcelo Odebrecht, expresidente de la compañía —a la que Glas llamó en varias ocasiones “mafia organizada”— y ahora detenido en Brasil, lo visitó en su oficina. “Él, bien prepotente y soberbio como buen hijo de ricos”, dijo —recurriendo al dualismo de pobre bueno, rico malo que ha servido a su partido durante diez años—, le había insinuado que el gobierno utilizaba a Odebrecht para ganar votos, pero que él comprendía y no tenía problema en irse para volver. El funcionario de la constructora aludía a la expulsión de Odebrecht en 2008. El presidente Correa, que llevaba apenas un año en el cargo, había ordenado que la empresa brasileña se fuera del país después de que, apenas siete meses de inaugurada, aparecieron daños en la central hidroeléctrica San Francisco, construida por Odebrecht. Glas dice que le contestó: “Mi revolución no necesita de tus porquerías para ganar votos”. Esa fue, tal vez, la referencia más directa a la corrupción de Odebrecht.
Pero eso no fue impedimento para que sus barras le gritaran vítores y lo bañaran en aplausos.
Se refirió en varias ocasiones al feriado bancario e hizo alusiones a Guillermo Lasso, candidato a la presidencia de la República por CREO en 2017. Dijo también que no le importan las acusaciones de quienes tienen casos pendientes con la justicia: “Me tienen sin cuidado los procesados y condenados que buscando reducir sus penas pretenden involucrarme en cualquier acto de corrupción”, y que había que recordar que Odebrecht llegó al país durante el gobierno del socialcristiano León Febres Cordero. “Eso también hay que investigar; a todo y a todos”, dijo y nombró a los presidentes que tuvieron contratos con la empresa brasileña (Fabián Alarcón, Sixto Durán Ballén, Gustavo Noboa, Lucio Gutiérrez). Se desvinculó además de Caminosca, la empresa fiscalizadora que habría pagado sobornos a funcionarios: “El que pidió que se investigue, fui yo, yo declaré juramentadamente que nada tengo que ver con esa empresa”.
Después de su presentación —que no era comparecencia— Glas tuvo la gentileza de contestar las preguntas de un representante por bancada legislativa. Empezó el interrogatorio Marcela Aguiñaga, asambleísta de Alianza País, y presidenta de la Comisión de Justicia. Antes de cuestionarlo, se aseguró que las formas se perdieran pero las lealtades quedaran claras: le dijo que siempre era bienvenido a la Asamblea, que los visionarios siempre han sido atacados por los mediocres, y que él era como Eloy Alfaro, que fue arrastrado por construir el tren. Más allá de que eso es una simplificación de hechos históricos mucho más complejos, la introducción era completamente fuera de lugar. Pero como estaba ahí para preguntarle, no para elevarlo a los altares de la Historia, Aguiñaga cumplió con hacerle cinco preguntas sobre la relación que mantenía con Ricardo Rivera, si había participado como testaferro, o utilizado el nombre de Glas para algún tipo de negociación con Odebrecht, cuántas veces se había reunido con representantes de Odebrecht, y por qué casi lo había “botado a patadas” a Marcelo Odebrecht —cosa que Glas ya había contado. Después de ella, Encarnación Duchi, del partido indigenista Pachakutik, le preguntó a Glas dónde están los 33.5 millones de dólares recibidos por supuestas coimas de parte de la empresa Odebrecht y si tenía conocimiento de los contratos de las obras que se ejecutan en las áreas estratégicas.
La tercera en cuestionarlo fue la asambleísta opositora Cristina Reyes, que dijo que se sentía como si estuviera en un mitin político. Carrión, desafiante, le dijo que si fuese un mitin jamás le habrían dado la palabra, y Reyes le devolvió una volea astuta: “Entonces dejen de actuar como si estuvieran en un mitin”. Una carcajada general, imposible de distinguir si opositora u oficialista, llenó el salón. Siguió otro cruce de palabras y luego Reyes empezó con sus preguntas tan rápidas que resultó difícil seguirle el ritmo. Carrión se lo hizo notar, Reyes respondió que es costeña y habla rápido, “pero las voy a repetir despacito para que me entienda”, dijo e hizo varias preguntas: ¿Cómo su tío llegó a ser un hombre tan poderoso, que le depositan 13 millones de dólares en su cuenta y usted no se enteró? ¿Qué tipo de controles recomendó que se apliquen en los contratos con los sectores estratégicos? ¿En qué se invirtieron los recursos del BIESS en lo que a Toachi Pilatón se refiere? ¿Fue consultado previo a la designación de los funcionarios que manejaron los sectores estratégicos? ¿Usted solicitó, como responsable de los sectores estratégicos, examen de auditoría a la empresa Oderecht? ¿Delegó a Ricardo Rivera para que a su nombre negocie para el Estado ecuatoriano?
Homero Castanier, de la Bancada Unidad por el Cambio —y quien había intentado sin éxito obligarlo a comparecer ante la Comisión en días previos— le preguntó si creía que había cumplido su labor al frente de los sectores estratégicos a cabalidad. Preguntó, con suspicacia, si Glas conocía otro pariente de Rivera en altos cargo del Estado y mencionó una denuncia que habría hecho el exasambleísta Andrés Paéz al expresidente Rafael Correa en la que vinculaba a Rivera en casos de corrupción. El último en intervenir fue el manabita Daniel Mendoza de la bancada País y Aliados, quien alabó el trabajo de Glas, repitió que siempre ha dado la cara y se encargó de ensalzarlo —sin ninguna interrupción por parte de la presidenta de la Comisión— antes de preguntarle si había recibido alguna retribución económica o de otro tipo por parte de Odebrecht u otras empresas a cambio de favorecerlas con contratos y si había recibido dinero por parte de Caminosca. Luego de que todos hicieran sus preguntas, el Vicepresidente empezó su turno de responder las preguntas diciendo “Hay preguntas que considero incriminatorias y hasta irrespetuosas pero las voy a contestar”.
Se limitó a repetir lo que ya había dicho en su primera intervención que más parecía una réplica de las sabatinas instauradas por Correa que un informe para dar respuestas ante la corrupción que Odebrecht extendió por sectores bajo su tutela. Que no tenía ninguna relación con su tío desde que es funcionario público, que ha sido el primero en combatir la corrupción, mientras su intervención —que no era comparecencia sino voluntaria presentación, generoso show— seguía aplaudida por sus seguidores. No profundizó en ningún tema relacionado a la corrupción que Odebrecht sembró en los últimos diez años. Dijo que su compañero Daniel Mendoza había sido muy duro con él. Ante eso, una carcajada sonora se escuchó en el fondo, donde estaba la prensa.
Esa risa, que no era partidaria, fue acallada. La presidenta de la Comisión de Fiscalización llamó la atención a los periodistas, y un miembro de la Escolta Legislativa se acercó a pedir silencio. Algunas periodistas reclamaron por el llamado de atención selectivo hacia la prensa o la oposición y la vista gorda ante los vítores de los simpatizantes verdeflex. Glas retomó la palabra y ya al terminar, citó a Fidel Castro, y dijo que si querían su puesto tenían que ganar elecciones. Después de los quiebres entre la facción de Alianza País fiel a Rafael Correa y el gobierno del presidente Lenín Moreno, no estaba muy claro a quién le dirigía el mensaje Jorge Glas.
Cerca de la una de la tarde su presentación —que no era comparecencia— terminó. Glas salió de la Asamblea sonriente, con un cerco de seguridad numeroso y agresivo, encargado de alejarlo de cualquier tipo de peligro —o crítica—, y en medio de los aplausos de sus simpatizantes y coidearios, salió hasta la calle —justo al frente de la Contraloría General del Estado— y se subió a la tarima que desde muy temprano estaba armada en la calle, al estilo inigualable de Alianza País: sonido de primera, pantalla gigante, seguridad propia, barras, banderas verdes y show. Iba a comenzar la segunda función.