[dropcap]E[/dropcap]l 2 de abril del 2017, el 51,16% de los ecuatorianos eligió a Lenín Moreno de Alianza País como presidente. Con esta elección, la revolución ciudadana consiguió su octava victoria electoral. Ya ha ganado tres elecciones presidenciales y cuatro consultas populares. Alianza País, el partido que apareció hace apenas diez años en el escenario político ecuatoriano, es hoy el más grande y consolidado del sistema político (en términos de fidelidad de una parte importante de su electorado, escaños en el congreso, capacidad de movilizar apoyo de sus seguidores). Es complejo explicar las victorias electorales de este partido que a la vez es fuente de tantas críticas y rechazo de otra parte del electorado. Hay dos explicaciones muy simplistas que se han instalado en el debate público.  La primera indica que estamos ante una dictadura con mega poderes que controla el órgano electoral. La segunda asegura  que el discurso y simbología populistas han desarrollado una maquinaria que engaña a la gente con promesas demagógicas. Las dos son insuficientes, es difícil que en un mundo donde la democracia electoral se ha convertido en uno de los bienes más preciados del orden global, un gobierno haya engañado a misiones internacionales —con experticia en observar y garantizar elecciones limpias— para ocupar el poder de manera fraudulenta tantas veces. También resulta extraño creer que la gente haya votado ocho veces seguidas por una promesa demagógica que nunca llegó.  Al menos que uno crea que la gente en el poder es demasiado inteligente y que los electores son muy inocentes y viven de promesas, ofrezco aquí tres claves para entender por qué Alianza País es tan popular. 

En primer lugar, en los siete primeros años del gobierno de Alianza País se experimentó un crecimiento del ingreso por las exportaciones de materia prima, especialmente de petróleo. El crecimiento de las exportaciones por sí solo no explicaría todo: este factor externo fue aprovechado por el gobierno para aumentar la inversión social de forma acelerada y solucionar problemas cotidianos para la gente. Esto derivó en cambios sustantivos en la vida de una parte importante de la población de escasos recursos económicos. Muchos vieron sus condiciones materiales de sobrevivencia mejoradas cuando su salario básico aumentó, cuando fueron asegurados socialmente por primera vez por sus empleadores,  cuando pudieron mandar a sus hijos a una escuela gratuita con al menos un espacio más digno para que aprendan,  cuando pudieron ser atendidos en un hospital ampliado en su capacidad o cuando pudieron enviar a sus hijos de tres años a la educación inicial que antes era un derecho solo para aquellos que la podían pagar. Conquistas sociales y garantía de derechos sociales es uno de los factores fundamentales que explican las ganancias electorales y la consolidación de Alianza País en el escenario político del país.  

Es cierto que se han cometido nuevas injusticias y que no se han solucionado todos los problemas de la lacerante injusticia que afecta a nuestro país, pero en este periodo dos millones de personas salieron de la pobreza.  Las críticas al extractivismo que sostuvo este modelo social son válidas porque denuncian las nuevas exclusiones territoriales de pueblos y nacionalidades así como la falta de creatividad de un modelo de desarrollo que en plena crisis ecológica global repite gran parte de las tesis desarrollistas de los setenta. Sin embargo, son débiles porque no reconocen que para una parte importante de la población la satisfacción de sus necesidades básicas es todavía una tarea pendiente en nuestros países y esto en el caso de economías periféricas no pasa solamente por la conservación del medio ambiente o por la defensa cultural de pueblos y nacionalidades indígenas. Es necesario imaginar en positivo —no solo como resistencia al extractivismo— una sociedad post-extractivista y su modo alternativo de desarrollo que ofrecería. Las críticas a las injusticias democráticas cometidas en este tiempo son también acertadas porque denuncian la concentración de poder en la toma de decisiones colectivas, los abusos de poder, la criminalización de líderes sociales. Pero pierden gran parte de su sostén cuando son capitalizadas por una derecha feroz que pone como primer punto de su agenda a la disminución de impuestos y la obvia y consecuente ola de recortes sociales. El electorado castigó, una vez más, a una suerte de elitismo intelectual o clasista que sigue sin captar la fundamental dimensión de la justicia redistributiva en nuestros países.  

Un segundo factor que explica el éxito electoral radica en un  “equilibrio gobernativo”. Las reformas redistributivas de este tiempo no tocaron de forma radical los intereses de las élites y beneficiaron a todos. En estos diez años, los trabajadores han duplicado su salario básico y los empresarios han triplicado sus ganancias, especialmente en los primeros años de gobierno en donde hubo crecimiento económico por ingresos petroleros. A quienes buscamos una sociedad más justa nos hubiese encantado ver más impuestos progresivos,  una dinámica más acelerada de disminución de la insultante desigualdad social que nos afecta en la construcción de un país distinto. Eso sucedió de una forma mucho más lenta de la que podríamos haber esperado, especialmente a partir del 2012. Según la CEPAL, entre el 2007 y 2015 el coeficiente de Gini —que mide la concentración de la riqueza— cayó de 0,54 (2007)  a 0,46 (2011); como nunca antes en la historia de la democracia del Ecuador. Sin embargo, desde el 2011 registró una reducción de brecha menos acelerada y llega a 0,45 en el 2014 (último dato CEPAL disponible). Sin embargo, esta suerte de equilibrio gobernativo fue un factor importante en la permanencia de Alianza País en el poder, especialmente en un momento de crecimiento en donde se pudo hacer un nuevo pacto entre capital y trabajo, sin afectar radicalmente los intereses del uno o del otro.

Ahora la pregunta que queda abierta es qué sucederá con este equilibrio que le ha permitido gobernabilidad a Alianza País en un contexto de crisis. Es más fácil tener a todos contentos cuando hay crecimiento y habría que ver por cual lado se inclina la balanza en otro contexto económico como el de ahora. Si por ejemplo, las empresas optan por la estrategia de reducción de empleo para mantener su margen de ganancia intacto, claramente será hacia el lado del capital.  La cuestión entonces no es solamente si Lenín tendrá la mano tendida sino hacia quién la tenderá cuando se tenga que hacer un nuevo pacto entre capital y trabajo en tiempos de crisis.

En tercer lugar, la recuperación del Estado fue un factor fundamental que explica el éxito electoral de Alianza País. En primer lugar, la nueva institucionalidad estatal engendró una política social más eficiente y mayor obra pública en todo el país, esto fue capitalizado políticamente por el partido en el gobierno. La presencia del Estado aumentó visiblemente en el territorio y esto dotó de legitimidad a Alianza País Adicionalmente, Estado y gobierno se fusionaron, lo que permitió al partido tener una gran cantidad de miembros que aportan económicamente al partido en el aparato estatal y una serie de acuerdos políticos —institucionales con actores en todas las localidades.  El aparataje institucional del Estado es sin duda un factor fundamental en la construcción partidaria de Alianza País y consecuentemente en su éxito electoral.

Estos tres elementos podrían alimentar el debate sobre lo que ha sido para el país un gobierno como el de Alianza País y desde dónde se puede partir para construir alternativas.  Si el diagnóstico está mal, las soluciones también. Cualquier nuevo espacio político que quiera disputar al gobierno para mejorar sus límites tendrá que reconocer las conquistas sociales logradas en este tiempo y a los ciudadanos que han elegido repetidas veces, hasta el cansancio de muchos, al mismo gobierno. Detrás de su elección hay razones importantes que reconocer.