Ecuador se dirige a una segunda vuelta entre Guillermo Lasso y Lenin Moreno y antes que la fecha llegue hay que  romper con la polarización: estamos enfrascados en una discusión que nos ha hecho rompernos la cabeza contra el árbol de si “el continuismo” o “la vuelta de la partidocracia”, dejando de ver el bosque del futuro del Ecuador. Si insistimos en la visión maniquea de las elecciones, a nuestra democracia y sociedad les esperan días oscuros, pero habrá esperanza si trascendemos nuestras divisiones ficticias y trazamos caminos hacia objetivos comunes.

Hay tomar conciencia de lo que la actual contienda electoral dice sobre la democracia y sociedad ecuatoriana. Respecto a nuestra democracia, la carrera electoral revela un sistema político que a pesar de los petrodólares, la conectividad del Internet, y los esfuerzos en educarnos es incapaz de producir liderazgo de calidad. Ya sean partidos políticos, movimientos sociales, o una combinación de los dos, todo sistema democrático debe ser capaz de usar el capital humano de su sociedad para ofrecer caminos que permitan a nuestros mejores ciudadanos presentar propuestas de calidad para nuestros desafíos como sociedad.  Hoy, 187 años después del establecimiento de la República, lo mejor que nos puede ofrecer nuestro sistema político son dos binomios igualmente incapaces. Por un lado el binomio Moreno-Glas sumido en presunciones de corrupción y con un récord de administración pública que no convence al país. Por otro lado, el binomio Lasso-Páez que se sume en sospechas sobre la viabilidad de sus propuestas al mismo tiempo que representan más una ola de rechazo a la actual administración que propuestas concretas. Es una pena que la teoría de la evolución de Darwin al parecer no se aplica para el sistema político ecuatoriano.

A nivel social, la actual contienda electoral revela algo aún más espeluznante. Como ecuatorianos no estamos dispuestos a seguir principios en lugar de personas. No queremos privilegiar la racionalidad científica sobre nuestros instintos; y preferimos no ver las amenazas y oportunidades que rodean nuestras vidas. Ya sea oficialismo u oposición, nuestro debate y posturas giran en torno a candidatos y no ideas. Por ejemplo, Lasso acaba de firmar un acuerdo con la “familia militar” ecuatoriana donde, sin ningún análisis previo, promete dar paso atrás a las reformas de seguridad social militar y nombrar como ministro de defensa a un militar. Del otro lado, Moreno no es capaz de admitir los obvios errores cometidos por la administración en los últimos años y mantiene un programa de Gobierno que apela a su imagen de una persona discapacitada que quiere proteger a los grupos vulnerables del país.  Sin embargo, los seguidores de estos líderes son incapaces de ver estas faltas. Seguir al líder político —así actúe contra principios democráticos— no refleja una actitud científica hacia los problemas de administración pública y reduce problemas complejos a fórmulas simplistas ancladas en la emotividad. La ironía es que esto se justifica en la importancia de derrotar a una persona, en el caso de la oposición, o defender el legado de esa misma persona, en el caso del oficialismo.

Nuestro futuro no pinta bien. Sin importar quien gane en abril de 2017, Ecuador enfrenta el ambiente internacional más incierto y peligroso desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Nuestros propios vecinos ya han iniciado actitudes peligrosas como es la renuncia de Colombia al Pacto de Bogotá que compromete a los países latinoamericanos a resolver nuestras diferencias por vías pacíficas. Todavía más peligroso y potencialmente catastrófico es el calentamiento global que ya ha iniciado el proceso de derretimiento de capas glaciales lo cual, en el caso del cráter de Batagaika, tiene el potencial de aumentar las cantidades de metano y monóxido de carbono: nos vamos ahogar y a envenenar, pero esos problemas no nos parecen preocupar en el Ecuador.

Si los entendiéramos, la actual elección debería ser acerca de la ciencia, tecnología y poderío nacional para lidiar con el ambiente peligroso que ya está aquí. No tomará mucho tiempo en que empiece a afectar el comercio, el clima, y la seguridad de la cual dependen los ecuatorianos para mantener su estilo de vida. Pero al contrario, esta campaña se mantiene concentrada la bizantina discusión de si el continuismo o la vuelta de la partidocracia es lo mejor, si Rafael Correa es un tirano que merece prisión o el mesías criollo que debe ser mantenido a toda costa, si las familias y el emprendimiento es la fórmula para el progreso o si lo es el Estado a través de la inversión pública.

La esperanza para esto es volver nuestra mirada a un principio elemental que ha sustentando al Estado-Nación desde el siglo XVI: la unidad va de la mano con la grandeza. En la Francia absolutista, Luis XIV de Francia lo entendió: la única manera de terminar con la división que dejó su ascenso al trono era unificar el esfuerzo y voluntad del Reino en la construcción del Palacio de Versalles. Como el Rey era el soberano, construir Versalles para la grandeza de Francia y para hospedar a toda la nobleza francesa en el hogar de Luis XIV era consolidar la soberanía nacional sobre las divisiones ficticias representadas por los nobles franceses.  Los tiempos han cambiado, las democracias no son lideradas por reyes absolutistas, pero las democracias también tienen Versalles.

Desde la Revolución Francesa y su lucha por los Derechos del Hombre, pasando por la liberación de los esclavos estadounidenses por Abraham Lincoln, parando por el New Deal de Franklin Delano Roosevelt que sacó a millones de estadounidenses de la pobreza, y llegando hasta los programas científicos de Estados Unidos, las democracias que han logrado mantener su unidad han vuelto su mirada hacía la grandeza tal como lo hiciera Luis XIV con Versalles.  Tal como la construcción del gran palacio, todos estos esfuerzos tuvieron costos humanos que a veces pusieron en duda su legitimidad, como las Guerras Revolucionarias de Francia o la Guerra Civil estadounidense.  Pero, lo importante es que la grandeza eclipsa el costo que se pague por ella; siempre y cuando sea la nación la que mantenga el control final del esfuerzo. Aún más bello, la grandeza se ancla en un principio humano elemental que la libera de dominios personalistas: el principio es que tenemos el derecho de buscar la felicidad durante nuestro breve tiempo en este planeta y la responsabilidad de dejar un legado positivo para nuestros hijos.

¿Cual es el Versalles del Ecuador? Esta es una pregunta que es muy difícil de responder aspirando a que nadie critique la propuesta.  Pero la puedo responder a manera de insumo para la reflexión.  Debido al ambiente de incertidumbre que he expuesto, nuestro Versalles debe ser la generación de ciencia y tecnología apuntando a logros de aplicación práctica en los campos del espacio, energía, y salud. El Palacio de Versalles de nuestros ciudadanos debe ser comprometernos a realizar los sacrificios necesarios para generar educación básica, secundaria y universitaria de tan alta calidad que en un plazo de diez años podamos tener centros de investigación avanzada en universidades nacionales donde se realicen avances en el campo de propulsión espacial, energía limpia, y tratamiento avanzado de enfermedades catastróficas. El Palacio de Versalles de nuestro país no será uno de roca, flores y oro; sino uno de matemáticas, astrofísica, física, química, ciencias de la computación, y estadísticas, biología, y otras ciencias exactas que nos darán la plataforma para unir los esfuerzos de nuestra sociedad en torno a realizar nuestra grandeza como nación.  Esta plataforma nos unificará para generar condiciones para la felicidad del presente y contribuir a la de nuestros hijos, nietos, y todos quienes vendrán si es que la crisis climática no nos gana primero.  Si nuestra sociedad se agrupa en torno a este principio, del cual no hay amo y señor, nuestro sistema político entenderá que tiene que ofrecernos líderes de una naturaleza menos maniqueísta y más preparada.

Nada de lo dicho anteriormente es una respuesta para el dilema que muchos de nosotros enfrentamos hoy respecto a la segunda vuelta de abril. No hay en esta reflexión ningún llamado a votar por un candidato u otro —hay un objetivo más amplio que eso: hacer un marcado recordatorio que después de 187 años nuestra sociedad y democracia no tiene ningún resultado tangible o intangible con la cual justificar su existencia. Debemos darnos cuenta de que hemos pasado casi dos siglos perdidos en el bosque, porque miramos los árboles en lugar de tratar de escalar uno para intentar entender cuál es la dimensión de la realidad. Hasta cierto punto la segunda vuelta, para los problemas que enfrentamos, es irrelevante. Lo verdaderamente relevante es la capacidad que tengamos como sociedad de identificar cuál es el Versalles que nos mantendrá unidos para construir un país en el cual seamos más felices, y podamos dejar un legado que sea testimonio de nuestra responsabilidad con las generaciones futuras.